La vida es de un material más parecido a la plastilina que a la arcilla, que una vez seca queda permanente. En nuestra existencia, querer es poder, y si uno quiere puede ir modelando su día a día según la aspiración del momento. Si no que se lo pregunten a Juan Luis Galiardo, que se reinventó tantas veces como le fue preciso. Reclamaba más cariño cuando le sabía a poco y presumía de estar loco y poder demostrarlo, llevaba un certificado médico en el bolsillo que lo acreditaba.
Arrastraba una carencia afectiva que marcó con fuego sus futuros afectos, con la que yo me identifico. A los quince años perdió a su madre y con ella la fe en su padre, y de ese naufragio es imposible salir ileso, aunque la vida se endulce con el paso del tiempo, ya no cuajó en su destino marcado como hijo universitario, algo le impedía serlo y ni la ingeniería ni en la economía le llenaban y quiso inventase otra vida, y beberla al compás de sus invisibles heridas, y se apuntó al taller de teatro universitario.
Sus anchas espaldas de nadador y su buena talla lo llevaron a ser abrazado por todo un firmamento de estrellas, incluida Sofía Loren. Parecía redimido por la vida, el éxito y la fama enfundado en su traje de galán. Pero el naufragio afectivo del pasado sólo estaba agazapado, y a la que puede salta. Así, en el rodaje de Fortunata y Jacinta (2009) empezó a sentir que nada tenía sentido ni había respuesta para las preguntas, y la pagó con la protagonista, cuando el director Angelino Fons le pidió que abrazara a la actriz con pasión él se olvidó de ser actor y se negó a fingir pasión por alguien que no se la inspiraba. Poco después, rodando con Charlton Heston, se empeñó en que un perro lobo lo miraba mal y sentía que quería matarlo.
La primera redención del galán fue el teatro donde busco Los buenos días perdidos junto a Mari Carrillo, Manuel Galina y Amparo Baró, y de ahí a México, donde volvió a prestar su galanura a culebrones y películas de serie Z. Pero no fue hasta que las canas y su psiquiatra recolocó la cuchillería de su vida y de sus afectos cuando se hizo grande, grande como actor, enumerar películas y directores de los últimos veinte años es gratuito porque está en todas las enciclopedias de Cine.
El pasado 11 de enero de 2012, es la última vez que lo vi, se presentaban La chispa de la vida (2011) de Alex de La Iglesia, y allí, a dos voces, el director y él contaron el momento en que Salma Hayek llegó al rodaje. La actriz había sido generosa con su sueldo, con los días, con todo, y sólo pidió a la productora discreción para poder pasar unos días tranquilos, pero fue pisar el rodaje y Juan Luis Galiardo, megáfono en mano, pidió una ovación para la estrella al público congregado y a los cientos de extras. La actriz se mosqueó y mucho, preguntó que quién era ese perturbado. Ante el enfado más que razonable de la actriz, Galiardo se encastilló argumentando que era una antipática y hacía un desprecio a su público y al pueblo de Cartagena. Alex de La Iglesia contaba cómo vivió el momento, con la amenaza de la actriz de abandonar el rodaje, y Galiardo reía añadiendo detalles, todos iban en su contra, porque el actor era así de histriónico y desmesurado, presumía de todos sus defectos con cierto orgullo que los sublimaba y se reía de sus propias travesuras. Los que le escuchábamos reíamos y cuando el actor tenía toda la atención reclamó que se le pagaran unos bolos teatrales que se le adeudaban e hizo propaganda de una discoteca.
Hay gente que nace sabiendo y gente que muere aprendiendo, y yo estoy seguro que Juan Luis Galiardo ha aprendido hasta de su último suspiro.