En la imagen los actores Kev de la Rosa, la barbada Idolatría, Rubén Frías el Pensamiento, Jesús Barranco Baltasar, y Alejandro Pau es la Vanidad, en la versión de Carlos Tuñón del auto sacramental La cena del Rey Baltasar, de Calderón de la Barca Foto Juana Mum
Por Luis Muñoz Díez
La cena del Rey Baltasar, es una grata sorpresa, de entrada suscita curiosidad conocer las razones que han llevado a la compañía [los números imaginarios] y estimulado a Carlos Tuñón, para indagar, adaptar y dirigir un auto sacramental de Calderón de la Barca.
Se trata de obras representadas, principalmente para la festividad del Corpus Christi, fiesta que conmemora ese prodigio, que asegura la gente de fe, se produce cuando se celebra la eucaristía, en que el pan se convierte en carne y el vino en la sangre de Cristo, sin duda un concepto teológico tan elaborado precisaba de destrezas y mañas, para que el pródigio fuera asimilado por el pueblo llano, el acercamiento se realizaba a través del arte con los retablos, y con representaciones teatrales.
Calderón de la Barca fue uno de los máximos exponentes del género, que en forma y esencia, se empeñaba en recordar al hombre, que la vida es un suspiro, y que por unos gozos de nada, puedes perder la gloria de la vida eterna. Para recordarlo en las representaciones tomaban voz en forma de alegorías, el vicio y la virtud, y temían sus charlas.
Hay piezas que son mero catecismo, y otras de enmarañada disputa teológica, pero en todas se invita al hombre a vivir en comunión con su creador, y siempre a fomentar el sentimiento de culpa. Hasta aquí, el propósito de don Pedro Calderón de la Barca, y de esa fértil epopeya Bíblica parte Carlos Tuñón, para realizar una reflexión tan profana como mística, en la que sitúa a Baltasar como un anfitrión, apuntalado por sus fieles compañeras de vida: la vanidad y la idolatría, con las que distrae la vulnerabilidad de su cuerpo enfermo abocado a la muerte.
La cena del Rey Baltasar, tiene mucho de road movie, por el interior del rey. Tuñón lo presenta en su debilidad como marioneta, pero en su interior se está disputando una encarnizada batalla, por un lado la vanidad y la idolatría que apuestan porque muera como ha vivido, frente a ellos la conciencia, empeñada en que pida perdón por su libertina vida y su infinita soberbia.
Carlos Tuñón, invita al público a sentarse a la mesa en una suerte de happening lúdico, en compañía de las extravagantes alegorías que conforman a Baltasar, la vanidad, la idolatría, cohabitan con su conciencia en su pensamiento, mientras a su alrededor merodea la Muerte.
En la función, la vanidad, la idolatría y la conciencia se travisten en hombres, o indagan en la parte femenina del hombre para representarlas. El Pensamiento de Baltasar, encarnado por Rubén Frías, parece escapado del legendario festival de la isla de Wight, con un ajustado pantalón floreado, pecho al aire y bandó a juego, la Idolatría barbada es Kev de la Rosa, calza un corsé que afina su cintura y remarca su ancha espalda peluda, y la Vanidad –Alejandro Pau-, la representa como un marinero perdido en el vicio portuario. Únicamente Enrique Cervantes, que encarna a Daniel o la Conciencia, aparece peinado, rasurado y fresco como si acabara de tomar un baño y oliera a colonia.
La versión de Tuñón, se distancia del atrio y el incienso, tiene aromas a Buñuel, Jodorowsky o Fassbinder. Es barroca, popera, vital, burbujeante e irrespetuosa, o no tanto, porque remarca lo mostrado por una creencia que aroma con incienso, barrunta el espíritu y condena la carne, pero venera a un cristo hombre, desnudo, que curas y monjas llaman esposo y amado. Y que premia, a quien considera justos, con la vida eterna y la resurrección de la carne.
La puesta en escena de Carlos, es matemática, juega con fuego, sienta a un lado de la mesa a los cuatro actores que albergan la parte canalla de Baltasar, al otro lado al actor que encarna su conciencia, camuflada de criado que merodea por todas partes a la muerte, y en medio propone un Happening a los doce invitados del público, a los se provoca, jalea, e invitan a cantar y bailar. Las cuentas salen, la fusión de público y los cómicos funciona como un reloj, igual que los golpes de los actores sobre la mesa son música, la mesa será escenario o mesa de tierra, para erigir el mayor acto de soberbia cometido por el hombre, que es la construcción de la torre de Babel.
A la muerte la encarna con acierto Nacho Sánchez. Tuñón nos la presenta como un ángel negro, con aspecto de arlequín, que sabe en todo momento que tiene la batalla ganada. Alejandro Pau, recrea una vanidad, ligera, viril y fanfarrona. Kev de la Rosa representa la idolatría, en una elaborada y brillante dicotomía de provocadora fortaleza, de andares cimbreantes ceñida en su corsé de meretriz ascendida a madame barbada. Rubén Frías es el pensamiento, realiza una interpretación torrencial, sin reposo, como el mismo pensamiento que siempre “anda de paso”, como cantaba el maestro Luis Eduardo Aute. Enrique Cervantes es la Conciencia, le toca la parte más aburrida de la vida, pero lo encaja de manera brillante con su voz bien timbrada, aporta una saludable apariencia física, y el aplomo en estado de permanente virginidad, de quien sabe que su palabra es la verdad.
El trabajo de los actores es brillante y efectivo, a la altura de la función que nos presenta Carlos, una función que no se limita a rozar, logra estimular en el espectador una verdadera catarsis de emociones, que van de la risa al llanto.
Jesús Barranco, es un actor extraordinario, compone un Baltasar laxo, marioneta descordada que apenas se mantiene, para un rey que ni se justifica, ni se traiciona. Únicamente tiene un alarde de vitalidad, y logra prender la llama en el público con un movimiento sincopado mientras palmea su cuerpo desnudo, logrando que surja música, en contraposición con su final, donde realiza un alarde para trasmitir la fría distancia, y con ella, el vértigo que nos produce la muerte en general, y la nuestra en particular.
No falto al rigor, si afirmo que es una de las interpretaciones más sobrecogedoras que he visto, y sin duda fui testigo de un alarde único, supo convocar a todos los matices del silencio, mientras el público consternado abandonaba la sala llorando.
La obra se erige como una redención, vira el arrepentimiento en la asunción del ser, pura dicotomía con el espíritu del auto sacramental del epígrafe, pero ahí está su grandeza, abrir una llaga que no cierra. En un Ale-hop, el cuerpo frágil y desnudo de Baltasar, se torna ara o sagrario del alter ego del espectador, y ese rey de vida licenciosa, por el precioso arte de la representación, duele como carne propia cuando es allanado por la muerte.
Duele al extremo de no querer abandonarlo en su final, al público le cuesta arrancar de su asiento, y dejar solo a Baltasar. Un público al que no se le ha vendido ni la virtud, ni la ejemplaridad, de un rey que muere tan soberbio como ha vivido.
La cena del Rey Baltasar de Calderón de la Barca, versión y dirección de Carlos Tuñón Reparto: Jesús Barranco, Enrique Cervantes, Alejandro Pau, Kev de la Rosa, Rubén Frías y Nacho Sánchez.
La función de La cena del Rey Baltasar, no sería la misma sin el buen trabajo del asesor de verso y ayudante de dirección de Sergio Adillo, el vestuario y caracterización de Antiel Jiménez, la música de Virginia Gutiérrez y Jorge Bedoya, la iluminación de Miguel Ruz, el audiovisual de Javier de Pascual y Gonzalo Bernal, la inquietante escultura de Aaron Lobato y el delicioso pan de Vicent Vercher.
Las fotos han sido facilitadas por la compñia, y por gentileza de Juana Mum
La cena del Rey Baltasar, se estrenó en la sala Teatro en LAZONAKUBIK – Kubik Fabrik, en 2012, desde entonces se ha representado en varios festivales, en cartel los días 15 y 16 en El Umbral de Primavera y 22 y 23 de abril de 2017, en el Corral de comedias de Alacalá de Henares.