Carlos Lorenzo en «Cliff» (Acantilado), de Alberto Conejero

Carlos Lorenzo en «Cliff» (Acantilado), de Alberto Conejero

Para poder entender «Cliff» (Acantilado) de  Alberto Conejero, en toda su dimensión dramática, hay que tener en cuenta varios factores, y uno de ellos es la posición omnipresente que tenían las estrellas de Cine hasta finales de los cincuenta. Es difícil de entender en septiembre de 2014 un mundo carente de imágenes, no ya sin internet, también sin televisión, por lo que la fama que alcanzaron las primeras estrellas de Hollywood era superlativa, se asomaban en haces de luz en blanco y negro a las pantallas de los cuatro continentes, con una impronta tan novedosa y mágica que a veces producía auténtico miedo.

En aquel momento, los únicos iconos mundialmente reconocidos eran la cara de los actores, después con la tv, se fueron sumando políticos, deportistas, médicos, tragasables y cocineros que pasaron a engrosar la nómina, y con ello no sólo se abarató la popularidad, también dejaron de ser venerados como dioses.

Los actores fueron auténticos dioses y Hollywood su Olimpo y su propia cárcel de Oro, de donde sus cancerberos no les dejaban salir, porque su popularidad era tan extrema y única que si cometían el más mínimo desliz se sentían como Caín cuando después de matar a su hermano Abel se escondió puerilmente detrás de unos matorrales.

Pero esos dioses de pies de barro tenían su parte privada, y esa es la que Alberto Conejero ahonda y nos muestra en «Cliff» (Acantilado), hace una incisión en la máscara y enseña el interior. Desnuda al mito y lo deja literalmente y simbólicamente en calzoncillos: casi impúdico, con una parte de su cara paralizada, y que vaga como un superviviente por su mansión.  El autor centra la acción en el momento en que el actor está nominado por tercera vez para el Oscar, sueña con ese discurso, que piensa utilizar como corte de mangas a esa industria que odia, y acaricia la idea de salir de Holllyood en una huida que también es simbólica, porque lo que quiere huir es de sí mismo, de lo que ve cuando se asoma a su interior y le produce vértigo, pero aún doliéndole la vida como le duele para mí que hay algo de esperanza, porque no se atreve a romper la baraja.

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Carlos Lorenzo en «Cliff» (Acantilado), de Alberto Conejero

En su pasado está su madre, sus amantes y el precio pagado por la fama, recuerda y recrea a través del texto de Ovejero un mundo entre tinieblas. Un texto tallado en humo, como las pesadillas o los sueños, que jamás pierde la estructura. Recrea  una vida sin color, en blanco y negro, con toda su gama de grises, como las que conformaban las primeras imágenes del cinematógrafo, pero a veces lindan con un sepia que acaba siendo marrón, y ese recuerdo recurrente le espanta y ese espanto que desazona llega al público y emociona, uno gran mérito del montaje.

Montgomery Clift como todas las estrellas, no era más que una mera ilusión, y los estudios no les pedían que se mostrasen como las estrellas. No era un juego en que se pactara una imagen pública seguida a rajatabla, sino que les obligaban a matar su propio yo, les dictaban como debían ser y pensar, y en el caso de Clift a ocular a cal y canto su homosexualidad, opción que no era condenada solo por los estudios, sino como bien marca el texto, por toda la sociedad, una opción tildada simplemente de enfermedad.

El mundo de tinieblas que tan bien calca Alberto Conejero, se propiciaba minando la voluntad de esos frágiles dioses de barro, se le desvinculaba con la realidad, no les permitan estar solos nunca, y eran los mismos estudios quiénes les inducían a consumir pastillas para dormir, para estar perfectos para un primer plano, para relajarse si estaban preocupados, para espabilarse si la dosis había sido fuerte, todo pautado por el médico personal que les asignaba el estudio mientras trabajaban en unos rodajes que se alargaban durante meses, las pastillas y el alcohol era un escape para ocultar la parte oscura que todos llevamos dentro, para ellos prohibida porque eran dioses y ejemplares.

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Carlos Lorenzo en «Cliff» (Acantilado), de Alberto Conejero

Su, consumo unido al aislamiento, la negación de su origen, y la imposición por contrato de no ser, les llevaba a poblar su imaginación con un mundo onírico y de sombras que Conejero dibuja con destreza.

El resultado era un monstruo creado para la exhibición mostrado en sus diez minutos de luz y ocultado con celo las 23 horas con cincuenta restantes. La función «Cliff», como espectáculo es un acierto, cuenta con rigor lo antes expuesto, el mundo onírico está muy bien conformado, con una iluminación inclemente que a veces duele, la música de Mariano Marín las valiosas imágenes de Adriá Ghiralt, son un complemento que sumerge al espectador en la magia tenebrosa en que vivía el actor.

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Carlos Lorenzo en «Cliff» (Acantilado), de Alberto Conejero

Carlos Lorenzo realiza un trabajo de gigante, está inmenso en un papel difícil en el que se pasea por el alambre el 99% del tiempo. Conejero ha huido de la compasión y de la mitomanía, sin caer el amarillismo como tantos autores cuando fabulan con los mitos de la Meca del Cine. Loa el trabajo de Montgomery Clift como actor sin fisura, pero fuera de consentirle ni justificarle le muestra violento, caprichoso, egocéntrico, pero también  humano, y con ello logra la empatía deseada con el público, que ante la figura de Monty, recreada en carne mortal por Carlos Lorenzo, lo hace humano, aceptable.

Hay muchos momentos realmente mágicos en esta función, pero quiero resaltar el momento lírico en que Monty-Lozano baila con el vaso, a mí se me iban los pies.

Como he dicho, un trabajo de gigante del actor Carlos Lozano, un texto extraordinario de Alberto Conejero y una puesta en escena de las que difícilmente se olvidan, como yo no voy a olvidar en esta crónica el nombre del otro responsable de este logro, el codirector Alberto Velasco.

Título: «Cliff»  / Texto de Alberto Conejero / Dirigido por Alberto Conejero y Alberto Velasco / Interpretado por Carlos Lorenzo / Espacio sonoro y música original:  Mariano Marín /Creación audiovisual: Adrià Ghiralt / Diseño gráfico y cartel: Adrián Novoa / Ayudante de dirección: Pablo Martínez Bravo.

 

La función de «Cliff» (Acantilado), se estrenó en La Pensión de las Pugas en Septiembre de 2014 con gran éxito, de donde procede lo escrito, la nueva puesta en escena en Nave 73, que se puede ver los sábado 5, 19 y 26 de septiembre de 2015, a las 20:00 horas, firma la dirección sólo Alberto Velasco

   

Autor

Desde que me puse delante de una cámara por primera vez a los dieciséis años, he fechado los años por películas. Simultáneamente, empecé a escribir de Cine en una revista entrañable: Cine asesor. He visto kilómetros de celuloide en casi todos los idiomas y he sido muy afortunado porque he podido tratar, trabajar y entrevistar a muchos de los que me han emocionado antes como espectador. He trabajado de actor, he escrito novelas, guiones, retratado a toda cara interesante que se me ha puesto a tiro… Hay gente que nace sabiendo y yo prefiero morir aprendiendo.

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