Por NACHO CABANA
Cuando Antonio Mercero fue galardonado con el Goya de honor a toda su trayectoria, el director de La cabina se encontraba ya enfermo de Alzheimer. Al aceptarlo en su nombre, sus hijos contaron que su padre tenía la suerte de poder ver cada día Cantando bajo la lluvia y disfrutarla como si fuera su primera vez.
El considerado mejor musical de la historia del cine estadounidense por el American Film Institute no fue, al contrario que otros clásicos de la edad de oro del género, un éxito en Broadway que luego saltó a la gran pantalla sino al revés… llegando a la escena casi 30 años después del estreno de la película de Donen y Kelly.
El espectáculo que se puede ver en el Teatro Tívoli de Barcelona es la segunda adaptación a la escena del clásico (la primera fue perpetrada por Ricard Reguant en 2004, y los más avezados ya saben lo que eso implica) y es, de lejos, el mejor de los trabajos en el teatro musical del dúo Àngel Llàcer y Manu Guix tras las, por otro lado bastante meritorias, La jaula de las locas y La tienda de los horrores.
Y lo es, en primer lugar, por el respeto que muestran al original. No solo no hay cambios en la historia sino que incluso las coreografías (en el Haz reír se reproduce el pequeño salto de Donald O´Connor por una de las paredes del decorado) son (más o menos) las mismas que las diseñadas por Kelly para el film. Por no prescindir, no se deja fuera ni el onírico (y polémico en la época por su sensualidad) Broadway Melody con doble de Cyd Charisse incluida.
Esto nos lleva al segundo gran acierto de este montaje catalán en castellano de Cantando bajo la lluvia; lo que en cine se llama “production value”. Al contrario que en otras producciones ibéricas, no se escatiman recursos en la puesta en escena, empezando por una orquesta (en foso, como debe de ser) de ocho músicos y siguiendo por un más que generoso despliegue en la escenografía de Enric Planas y en el vestuario de Miriam Compte sin olvidar los fragmentos rodados a modo de cine mudo y proyectados en determinados momentos de la representación.
Destacan, además de los ya mencionados Haz reír y Broadway Melody (este último, todo un clímax musical previo al dramático), el también inmensamente popular Good morning y José Susurra (libre y justificada adaptación al español de Moses). Mención aparte merece el que da titulo a la representación. No solo por el mérito que tiene para Ivan Labanda conservar la voz siendo día tras día sometido a semejante chaparrón, sino por el acierto de multiplicar los bailarines y las icónicas farolas a las que se sube el protagonista para acabar de configurar un precioso final del primer acto.
Ivan Labanda (que ya había trabajado con el dúo Llàcer-Guix en La jaula de las locas) borda su Don Lockwood; sin ser, obviamente, Gene Kelly, sale airoso del reto especialmente en los números de chaqué.
A su lado Diana Roig, otra habitual del equipo (ganadora del Premio Butaca por su desempeño en La tienda de los horrores) encarna a una Kathy Selden muy segura tanto de voz y baile como de interpretación. Y además cae simpática de manera natural apenas pisa el escenario.
Mireia Portas, como la insufrible diva del mudo con un timbre de voz que finiquitará su carrera una vez se imponga el cine sonoro, es la principal víctima (junto a Ricky Mata, excesivamente cómodo en su rol de alivio cómico) del prácticamente único error de este Cantando bajo la lluvia: la sobreactuación en las partes habladas, la repetición excesiva de los “running gags”, la gesticulación y la onomatopeya como herramientas para hacer cosquillas al público más básico.
Un error, que por otro lado ya estaba en anteriores trabajos de Llàcer y Guix, que debería ir a menos (y no a más) según se prolonguen las funciones y que constituye la única mancha en una producción que marca el camino por el que deben seguir los espectáculos musicales no franquiciados para competir con estos sin complejo de inferioridad alguno.
Una versión, en definitiva, que nos ha hecho sentir un poco como Antonio Mercero cuando, al final de su vida, veía Cantando bajo la lluvia como si fuera la primera vez.