Canción milagrosa para la revolución pendiente

Canción milagrosa para la revolución pendiente

Érase una vez una muchacha que cayó muy hondo desde su privilegiada posición en la pirámide social. Se estaba bien allá arriba, anclada en la confortable frivolidad del dinero, vistiendo elegantemente y despreciando a los de abajo con una caridad desdeñosa o la ignorancia más absoluta. Pero ahora que ha caído, ahora que nada tiene y nada vale, que vagabundea sin hogar ni lugar, desorientada y sin control sobre sí misma, como un canto rodado arrastrado y pulido por la fuerza del curso alto del río, ahora que el orgullo ha sido fagocitado por la necesidad de mendigar algo que llevarse a la boca, ha de mirar de frente al vagabundo misterioso o al Napoleón andrajoso, a los que antes dio la espalda, y aceptar sin demasiados miramientos el trato que le ofrezcan.

Como todo lo que Dylan hizo, «Like a Rolling Stone» ha dado pie a cientos de páginas de hermeneutas aficionados y profesionales que discuten infinitas interpretaciones sobre el sentido de esta canción, así como sobre la protagonista de la historia. Podría ser una joven real pero anónima a la que el músico trató. Podría ser Edie Sedgwick, ese juguete roto del sueño americano, hija del oeste polvoriento manchado de petróleo y dólares y musa de la frivolidad pop experimental de la Factory, un ejemplo extremo de las consecuencias trágicas que puede tener el estilo de vida estadounidense. Podría ser incluso una metáfora de esos mismos Estados Unidos cuyas élites crearon el «american way of life», sustentado en el consumo exacerbado, el espectáculo total requerido para sostener la sociedad capitalista en continuo crecimiento. Podría tratarse de una incitación a la revolución. Podría ser todo esto o no ser nada. E importa la exégesis, tratar de dilucidar el significado de las palabras de Dylan, pero tampoco es la única llave de la emoción que transmite esta canción. Podría no prestarse atención a la letra y el impacto no quedaría neutralizado. Es la música y la manera de cantar de Dylan lo que esencialmente conmueven. Es el hammond triunfal, las breves pero intensísimas frases circulares de la guitarra, el piano de bar de un pueblo perdido del medio oeste, el énfasis puesto en el estribillo y en ciertas palabras de las estrofas como «didn’t you», «meal», «conceal» o su verso más trascendente, «When you got nothing, you got nothing to loose». Es, en definitiva, ese contraste entre la música jubilosa y la vehemencia del cantante lo que sitúa «Like a Rolling Stone» en la cima de la música popular, un júbilo confrontado a una vehemencia que deja traslucir algo difícilmente definible, algo que impide que la voz poética pueda ver la triste condición del sujeto de su poema con la satisfacción de la revancha o de que se ha hecho justicia. Todo lo contrario; no hay felicidad, es un «¿y ahora qué se siente?» airado, próximo tal vez al odio, teniendo en cuenta como dice el bolero que tan solo se odia lo querido.

Al Kooper en las sesiones de grabación de "Like a Rolling Stone"

Al Kooper en las sesiones de grabación de «Like a Rolling Stone»

No es necesario prestar atención a la letra para sentir el nudo en la garganta, la euforia en el pecho, los ojos humedecidos; ni siquiera hace falta que Dylan empiece a cantar. El doble golpe de tambor de Bobby Gregg es el pistoletazo de salida para diez segundos inmensos en los que Michael Bloomfield a la guitarra, Paul Griffin al piano y Al Kooper hábilmente pegado al hammond (con un Tom Wilson partidario del «laissez faire» en los controles) hacen que el oyente toque el cielo y preparan un lecho celeste para que Dylan escupa su diatriba transparente. Pues aquí no hay lugar para versos crípticos de corte surrealista y culturalismo intensificado por medio de la acumulación de personajes (apenas caben la protagonista y aquellos a los que regaló o negó su atención cuando era alguien: el diplomático con un gato siamés al hombro, el vagabundo misterioso con el vacío contenido en sus ojos, el césar en harapos): el mensaje es claro.

La canción es tan elevada y ha ejercido una fuerza transformadora tan fuerte en tantas personas que su historia se ha contado muchas veces y hasta Greil Marcus (el hombre capaz de ennoblecer la música popular cuando escribe sobre ella hasta el punto de insertar su intrahistoria en la gran historia de los Estados Unidos) le ha dedicado un libro que hace prácticamente imposible teorizar sobre ella más allá de donde él llega. No obstante, habrá muchos que no conozcan esta historia y de todos modos es un inmenso placer contarla porque hay algo místico, milagroso, en el azar que llevó a la toma definitiva de «Like a Rolling Stone» que se incluye en el álbum «Highway 61 Revisited», la única completa y válida de aquellas sesiones de grabación del 15 y el 16 de junio de 1965, como se puede comprobar en la transcripción de las cintas que hace Marcus al final de su libro (traducido al castellano como «Like a Rolling Stone. Bob Dylan en la encrucijada», Global Rhythm, 2010). El 15 la cosa empieza mal y no sale nada aceptable, pero antes de dejarlo hay una toma fructífera, pues provoca en Dylan la sensación de que de esa composición puede salir algo bueno. Al día siguiente, tras tres tentativas que se desinflan rápidamente, llegará la vencida a la cuarta con una toma de algo más de seis minutos de la que saldrá el «master». Antes de eso, la alineación ha quedado establecida cuando Al Kooper se coloca sigilosamente frente al hammond. Kooper era un reputado guitarrista de sesión y estaba aprendiendo a tocar los teclados para tener más posibilidades laborales en los estudios de grabación. El teclista titular era Paul Griffin, al que el productor de esta canción, Tom Wilson, había pasado al piano. Y digo productor de la canción porque después de grabar este tema la discográfica lo expulsa del proyecto (y del que tenía entre manos con Simon and Garfunkel, y de toda responsabilidad en Columbia) y lo sustituye por Bob Johnston sin que estén del todo claras las razones.

highway61

El caso es que, salvo quizá «Desolation Row», ningún otro corte del elepé está a la altura del sonido que tiene este que produjo Wilson, lo cual no debe interpretarse como defectos de la mayoría: mezclarse con la que quizá sea la mejor canción de la música popular desmerece inevitablemente las creaciones más brillantes. Pero volviendo a «Like a Rolling Stone», allí estaba Wilson al mando y, cuando vio que Kooper se había colado en el estudio y se disponía a tocar el órgano, no lo apartó de allí. Nunca se lo agradeceremos bastante. El hammond es el principal elemento jubiloso de la canción, que como decíamos contrasta con la inquina, casi rabia en algunos pasajes, que parece transmitir la voz de Dylan, y mete la canción de lleno en el soul sin que sea una canción soul, como tampoco es una balada folk, ni un honky tonk, ni rock and roll… «Like a Rolling Stone» tiene algo de todo ello pero es indefinible y se resiste a ser adscrita a un estilo concreto; es tan inasible como atemporal. Un clásico en definitiva cuyo sonido se remonta a la noche de los tiempos musicales, a los viejos blues del Delta o la música de raíces del sur. Surge en la cuneta de la Highway 61 o a orillas del Mississippi pero se inserta plenamente en los convulsos sesenta e incluso en la vorágine de la gran ciudad; y se proyecta hacia el futuro, pues aún no se ha agotado su efecto. Lo es todo, es la canción total, y no es de extrañar que después de publicarla las cosas cambiaran tanto para su autor. «Like a Rolling Stone» es la gran bisagra, el principal punto de inflexión en la carrera de Dylan. Tras ella llegaría la electrificación que cambió la historia del rock, los abucheos, el boicot de los colectivos folkies, el «Judas» gritado por Keith Butler en el concierto de Manchester del 17 de mayo de 1966, «Blonde on blonde», con sus canciones-río, sus grandes baladas y sus blues (el «álbum blanco» de Dylan), el accidente de moto y el parón forzado…

Todo esto ha convertido «Like a Rolling Stone» en un hito y como consecuencia en un mito. Quizá no deba exagerarse; el cancionero de Dylan contiene muchos otros hitos casi a la misma altura y la historia del rock no puede reducirse a una sola canción. Sin embargo, el efecto que produce es notorio y muy real, pues es físico y no solo intelectual. Transmite euforia como pocas y su perfecta a la vez que paradójica imbricación de letra y música parece inimitable. Hay algo mágico en su resultado, parece concebida en un estado de gracia colectivo más propio de una sesión de jazz o de una interpretación en vivo que de una grabación de estudio de rock. Los gustos personales son volubles y se pueden modificar con el tiempo, pero «Like a Rolling Stone» es una canción de esas que acompañan al oyente a lo largo de todo el camino de su vida e incluso tal vez influyan en cómo afrontar esa vida. Por eso también es revolucionaria. Si amas «Like a Rolling Stone», no deberías aceptar ciertas cosas. No se trata de una canción protesta pero sí puede que sea una canción revolución, la canción de una revolución no frustrada, sino aún pendiente. la revolución que derribará las clases sociales. 

dylan rev

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