Salvémonos, diríamos poseídos por el demonio de la vida y la muerte, acompañándonos de fugas del mundo pero, eso sí, sin salirnos de los lindes de este mundo. ¡Salvémonos! grita esta película, Calvary, del director y guionista John Michael McDonagh.
¿A qué precio?, interpela siempre algún bienpensante que pulula por la sala. A un precio módico le diríamos sin intentar atormentar su cuenta de resultados. Al precio de disfrutar de esta magnífica y valiente película.
Brendan Gleeson, como el padre James, está colosal, aupado a las cimas de la interpretación portentosa y sagaz, con muy buen olfato para discernir lo que se presenta ante el espectador en cada momento y darle en las narices antes de que se reponga.
La mirada del director, y guionista, es cáustica, salvaje, acerada, penetrante. Le acompaña como decimos el actor protagonista absoluto de la función, el padre James en un encuentro prodigioso y suspendido en las alturas.
Comedia negrísima, con pespuntes policiales y de película religiosa, aunque esto último sea, paradójicamente, algo más bien circunstancial. Pues de lo que se nos cuenta aquí es de un calvario moderno. Sin sangre, o apenas, y casi sin drama, sustituido por tintes de comedia que permiten aguantar, permítaseme la expresión, la gilipollería ambiental.
Gilipollescos son los súbditos del terrenal estado con los que ha de lidiar constantemente, sin tregua, el padre James. Y un calvario adrenalínico seco, dry, podríamos decir, es la consecuencia.
Entreverada de confesiones y cortos diálogos, con frases teatralmente bien construidas, con autorreferencias a lo largo de la película, Calvary nos conduce, cogidos de la oreja, quizá, al encuentro de lo rastrero con rastros de sublime que conforma la vida occidental contemporánea.
Si al menos en ciertos momentos, da la impresión de girar en círculos alrededor de un centro que se adivina, ay, vacío, Calvary es circular porque la vida nuestra lo exige y se lo propone al oído a Brendan Gleeson, carretero mayor de éste nuestro tiro animal que nos lleva por los caminos de la vida.
Los paisajes irlandeses, que puntualmente son mostrados, así como el atrezzo isleño sempiterno nos dan un punto de referencia falsamente seguro diría. Porque debemos, tenemos que perder pie por fuerza en esta mar movediza, escurridiza, sobre la que navegamos, ¿en círculos?, en vida del diablo y quién sabe si de Dios.
Mencionaré tan solo a uno de los actores que acompañan en su devenir pastoral y nada pastoril, a Brendan Gleeson, Jack Brennan, que es interpretado por Chris O´Dowd. Y lo hago porque el carácter algo grotesco del personaje sirve bien para puntuar el sentir todo de la película, en el fondo una tragicomedia que recuerda lejanamente, como un eco perdido quizá, a Valle Inclán.
No sabemos lo que queremos ni lo que somos ni, peor todavía, tenemos la sensación tranquilizadora, de que deberíamos saberlo o al menos, tratar de saberlo. Así me despido de Calvary, con la conciencia intranquila.
Calvary, de John Michael McDonagh (2014), se estrenó en España el 6 de marzo de 2015.