Resulta tan gratificante como lógico la alternancia de obras de texto con musicales en los teatros habitualmente consagrados a los segundos. Dicho de otra forma, mejor un escenario ocupado por una obra dramática (generalmente más barata y rápida de montar) que vacío u ocupado por la enésima degeneración de Grease o We will rock you.
Solo por eso merece la pena celebrar el estreno en el madrileño teatro Rialto de Buena gente, versión española del original de David Lindsay-Abaire Good People estrenado en 2011 en el Samuel J. Friedman Theatre de Broadway con Frances McDormand en personaje que en Madrid interpreta Verónica Forqué.
A pesar de que su título remite directamente al “feel good” que tantos espectadores jubilados está llevando a las salas cinematográficas, la obra está más cerca de un cierto costumbrismo proletario que de la visión forzadamente optimista de temas como el paro o la discapacidad. Su protagonista principal. Margarita, es una mujer cercana a la jubilación que trabaja de cajera en un bazar de objetos baratos, que tiene una hija enferma (acertadamente ausente del escenario) y que comparte desgracias y cartones de bingo con Lola (Pilar Castro) y Gloria (Susi Sánchez), dos amigas más jóvenes que ella. Margarita es un desastre laboral, siempre llega tarde y es despedida en la primera escena de la obra. Decide entonces ir a ver a un antiguo novio del barrio del que ella nunca salió y que ha triunfado como oftalmólogo para pedirle trabajo.
Ya desde en la segunda escena, el diálogo entre las tres amigas está incontestablemente vivo y resulta abrumadoramente real. Tanto que uno se olvida de que en 2015 la Forqué sigue haciendo de la Forqué. Las pequeñas rencillas, las discusiones, las interrupciones constantes, los monólogos superpuestos de cada fémina, sus risas y sus enfados son manejados con mano maestra por Serrano, acertadamente centrado esta vez en la que es la mayor de sus habilidades escénicas: la dirección de actores.
Más adelante, cuando en el segundo acto la acción se traslada a la casa de los ricos, el texto se hace algo más facilón y pasa a centrarse en el choque entre Margarita y el matrimonio formado por Luis (Juan Fernández) y Patricia (de nuevo Pilar Castro). Los diálogos son igualmente creíbles y está bien ponderada la marcha hacia la desesperación del personaje masculino pero el autor no llega a la viveza de sus diálogos precedentes. Bravo también por esos cambios de escenario que tienen lugar sin interrumpir ni acción ni diálogos.
Verónica Forqué está muy bien en su algo patético y algo divertido personaje. Juan Fernández planta su rotundo timbre de voz con solidez sobre las tablas. Susi Sánchez se deja su inequívoca “clase” en el camerino y consigue mantener en pie a Gloria incluso con el paródico peinado con que Antonio Panizza la castiga a partir de la mitad de la representación. A Pilar Castro se la siente más cómoda haciendo pija que de choni, un doblete el de esta actriz que debería haberse evitado ya que responde exclusivamente a motivos presupuestarios. Finalmente Diego París (el alivio cómico de casi todos los musicales de la Gran Vía) como Luis está algo dubitativo en su desempeño escénico, como si la personalidad y experiencia de sus compañeros de trabajo le intimidara.
Estupenda (y nada cutre, lo que es de agradecer hoy en día) la escenografía de Ricardo Sánchez Cuerda así como la iluminación de Felipe Ramos.
A Buena gente le falta un tercer acto potente que no solo cierre la tramas sino que sea capaz de prolongar el conflicto más allá del final de la representación. La obra acaba tan de repente que Serrano se ve obligado a colocar un FIN en el fondo del escenario para indicarle al público que se tiene que ir ya de la sala.
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