La enigmática opera prima de Isabel Moreno García, Pasos (Plaza y Valdés, 2013) nos deja con ganas de más: de leer más, de conocerla más, de vivir más. Porque la escansión poética de su prosa breve hace las veces de tráiler. Cada pasaje, cada paso, encierra una promesa de narración, concentrada en apenas quince líneas. En cada uno de los 88 microrrelatos atisbamos una vida entera, de la que sólo se nos ofrece un instante. Hilvanando los distintos retazos conseguimos armar frágilmente el modelo de la visión de la autora, compuesta de hilachas de sueños recordados apenas, de evocaciones que la lectura, como la escucha del analista, revive para permitirles recuperar el sentido que siempre tuvieron. Y, entre todas las piezas, conseguimos atisbar la estructura de un puzzle de aroma autobiográfico.
No importa que las distintas voces se solapen unas veces desde el lado femenino y otras desde el masculino. Todas remiten a una misma sensibilidad antigua, pre-tecnológica, donde lo importante no se juega en el tener, sino en el ser. “Exentos de ser contemporáneos” (p. 80) sus personajes son más que eso, para devenir ejemplos de una vida posible. Isabel Moreno nos convierte en testigos de encuentros fortuitos y esenciales, de desencuentros y alejamientos inevitables. Evidencia el valor reconfortante de la presencia y de la palabra compartida entre sujetos solos que, a ratos, se acompañan y se aman. Amores vacilantes dan paso a amagos de amistad prometedores, y un desamor tibio sucede a un destello fugaz de plenitud que confirma que vale la pena vivir.
Su formación en filosofía y psicoanálisis le confieren a sus escritos un calado y una calidez que nos reconcilian con la existencia. Pero la luz de sus palabras no cierra los ojos al “peligro secreto que se ensarta en el hecho de estar vivo” (p. 63) ni es ciega al “terrible envés adherido al esplendor de la vida” (p. 56). Desde la serenidad de sus páginas, escenas gozosas, melancólicas, se mezclan con lo inesperado o con el aturdimiento que provoca vivir, para reivindicar de fondo el “contacto psíquico vivificante” (p. 55) susceptible de entablarse entre dos sujetos a través de la palabra, por la escucha o la lectura.
Así mismo, la pareja, como la del que escribe y el que lee o el que habla y el que oye, es una constante en estos pasajes: los amigos, los desconocidos, los amantes, se nos presentan en formato de dueto, en encuentros bis a bis, en los que la emoción no siempre es de ida y vuelta. Porque es el Otro el que nos devuelve un saber, el que nos invita a dar un paso más en el viaje que consiste en averiguar quiénes somos, a veces sin que su participación sea consciente.
Moreno dibuja pasajes de realidad anclados en el tiempo, que logran trascender lo inmediato para alcanzar una universalidad de lo cotidiano. Pasos nos transmite la fuerza delicada de los detalles que hacen que la vida cobre valor. Y expresa con la belleza de un miniatura, algo manierista, un sentir profundo sintetizado. Madura e ingenua a la vez, su voz se conserva de alguna forma intacta, a salvo del cinismo. Una honestidad que nos convoca a saber más de esa mujer que se esconde tras la sobria portada. Una autora que en las referencias de la página de su editorial se oculta tras una fotografía y tras su descripción biográfica, vela más de lo que cuenta.