Por NACHO CABANA
El éxito de su versión de Bodas de sangre la pasada temporada ha hecho que Oriol Broggi y La Perla 29 abran de nuevo con ella la correspondiente a 2018-2019 en su sede de la Biblioteca de Catalunya en la barcelonesa calle Hospital. Ya no está Nora Navas a la que sustituye Marta Marco y no creo que el espectáculo se resienta en absoluto.
Broggi apuesta por una puesta en escena desnuda de decorados, de movimientos profundamente geométricos (a veces, parece que, si la obra se grabara con un plano cenital, los actores irían trazando triángulos, cuadrados o elipsis perfectas) y vestida casi exclusivamente con la luz (excelente el trabajo de Pep Barcons). Una iluminación que transforma la arena central alrededor de la cual se ubican las gradas no solo en los diferentes escenarios en que se desarrolla el drama sino también en diferentes ambientes que a menudo referencian la tragedia en el western. El suelo se tiñe con manchas móviles de color cuando la luna de sangre acecha; la figura del padre se queda en contraluz cuando se vuelve más amenazante; la escena del casamiento se resuelve con una tela que divide en dos el espacio y sobre la que se proyecta una fotografía solo levemente animada mientras las sombras de los actores se hacen enormes y el espectador se pregunta por la percepción del efecto en lado contrario al que le tocó sentarse. El recitado de algunas líneas claves del final se realiza en completa oscuridad.
En la dirección de actores, Broggi consigue que el verso de Lorca parezca un diálogo natural sin modificar ni mermar un ápice su capacidad evocadora. No solo es que la trama y los diálogos se sigan sin esfuerzo, es que las imágenes (poderosas, bellas) escritas hace tanto tiempo se forman en la cabeza del espectador una tras otra gracias a la portentosa dicción y sabia modulación del elenco.
Seis actores se reparten los quince personajes del original. Es una argucia que siempre me ha molestado porque no tiene más justificación que la puramente económica y estas Bodas de sangre no son una excepción. Dicho esto, Broggi (como ya demostró en la soberbia Bosques) se las ingenia para que el espectador identifique rápidamente qué personaje está haciendo cada actor en cada momento. Evita la confusión pero se obliga a una serie de entradas y salidas de los personajes algo forzadas a veces, a verbalizar con voz en off las acotaciones del texto y a hacer que el mismo personaje esté encarnado por dos actores diferentes según el momento.
Clara Segura se crece interpretando tanto a la madre como a la novia pero sinceramente creo que de haberse limitado a hacer de la primera y teniendo enfrente a una actriz con la edad real del personaje central (en un recinto como el de la Biblioteca donde la cercanía con el actor es casi pornográfica, esto importa) el duelo femenino hubiera sido aún mejor. Marta Marco, en cualquier caso, está soberbia en los cuatro papeles que encarna; Ivan Benet tiene la misma carnalidad haciendo de Leonardo que Alex García en La novia de Paula Ortiz. En un papel menos agradecido, Pau Roca acierta al marcar al novio con la sospecha de su fracaso desde el inicio lo que justifica su deseo de casarse cuanto antes y sin quererlo acelera la obra contra su voluntad hacia la tragedia.
La presencia de un caballo real en escena, en manos de otro director, hubiera supuesto nada más que un “production value” pero en manos de Broggi se convierte en la visualización de la metáfora principal del texto, no por obvia menos brillante. Y es que el equino no solo se limita a hacer las cosas que los caballos suelen hacer cuando forman parte de un espectáculo sino que Montse Vellvehí, su amazona, le hace interpretar esa tentación, esa atracción por el deseo salvaje que existe en el texto y que justifica su presencia en el escenario.
Me hubiera gustado que no se dejara en off la escena del apuñalamiento; es mucha la intensidad acumulada para llegar a ese momento y las figuras metafóricas (estupenda la idea de la muerte arrastrando una larga capa roja) no suplen la fisicidad que el momento reclama. Tampoco me gustó demasiado la escena de los cazadores (exceptuando la soberbia luz azul) quizás por que al ser la única interpretada con acento andaluz.
Mención aparte merece el apartado musical donde Joan Garriga (sí, el líder de La troba kung-fu), acordeón en mano se integra y desaparece de la escena en un papel claramente comentativo y dando al conjunto ese punto de atrevimiento (hay una canción en catalán, un estudio de Chopin, un tema de Tom Waits amén de los lorquianos: La nana del caballo grande y La farándula pasa ) acompañado por Marià Roch, Marc Serra y un par de esqueletos ataviados para el casorio.
Una estupenda versión de Bodas de sangre en la que no hay espacio para plantearse siquiera si es más o menos clásica o más o menos moderna. Es puro Broggi sirviendo a Lorca de la mejor forma posible: escuchándolo.