Por Andrea Aguirre y Rubén Romero Sánchez
(Foto de portada de José Luis Torrego)
El objetivo de estas bi-siones poéticas es ofrecer dos puntos de vista complementarios a partir de la lectura de un poemario que nos haya resultado especialmente digno de elogio o de la asistencia a un evento poético que consideremos relevante.
Visión de Andrea Aguirre
El pasado 25 de septiembre asistimos al doble recital de los magníficos poetas Beatriz Russo y Lorenzo Oliván en el Ateneo de Madrid, en el que pudimos escuchar poemas de sus respectivos Nocturno insecto y Nocturno casi, dos de los libros de poesía más sobresalientes del año 2014.
La coincidencia de los títulos sirvió como excusa a sus autores para ofrecernos una velada sublime, con dos poéticas singulares entregadas a un diálogo lírico entre la emoción y el pensamiento, que caló hondo en el público y que demostró, una vez más, que existen, en la actualidad, grandísimos poetas en este país.
Con la lectura apasionada de Beatriz Russo asistimos a un proceso íntimo en el cual, al comienzo, “Entre la mujer y la primera niña hay un espacio de arena y vidrio”. Hemos sido testigos de “la infidelidad del saltamontes” y el hambre de las “avispas carroñeras”: “Son los insectos oscuros de la fiebre”. Finalmente, la niña se despide dejando paso a la mujer que vuela como un Ave Fénix liberada.
Lorenzo Oliván, con su impactante serenidad, nos mostró las luces en las sombras: nos llevó a desear “ver las curvas del aire desde dentro”, nos recordó que “La lluvia cuando cae no tiene límites”, y observamos con él la “Azul luz irreal sobre la nieve”. Dudamos con él de la noche y nos dejamos derrotar “—atendiendo a no sé qué ley oscura / que subraya el más íntimo temblor—”; “Pero existe lo hondo, que te llama / —como los precipicios— / desde tu propia tumba. // En donde espera”.
Esta fue la magia de los ritmos de Nocturno insecto y Nocturno casi: dos nocturnos libros en un recital nocturno que unió los extremos de la cuerda para aquellos que tuvimos la fortuna de presenciarlo.
Visión de Rubén Romero Sánchez
El pasado viernes 25 de septiembre acudimos al Ateneo a escuchar recitar poemas de sus últimos libros a dos grandes poetas: Beatriz Russo y Lorenzo Oliván. Si al personaje interpretado por Woody Allen en Misterioso asesinato en Manhattan le entraban ganas de invadir Polonia cuando escuchaba a Wagner durante más de media hora, yo sé que un recital me ha convencido cuando se me ocurren decenas de ideas para futuros e improbables poemas. El viernes, dejándome llevar por las palabras y los ritmos de estos autores de personalísimas poéticas, se me venían a la mente infinidad de imágenes, fantasmagóricas unas, resplandecientes otras, como a un Alonso Quijano de extrarradio a quien el exceso de novelerío le sorbiera el seso convirtiéndolo en un guiñapo prosódico anhelante de un cuaderno y un bolígrafo.
La sala, llena. Muchos amigos a quienes no mencionaré por el qué dirán los que me deje. Todos encantados de ser testigos de cómo Beatriz y Lorenzo desgranaban sus poemas nocturnos, los comentaban, bromeaban sobre ellos y, sobre todo, no nos daban respiro. Este caballero que ustedes leen necesitaba un acto como este: poesía seria, no tuits o chistes, que es lo que le toca a uno escuchar de vez en cuando (sí, escuchar; leer ni de broma) en muchos recitales; poesía que aferra la vida, la despedaza y nos la entrega transformada en algo bello pero oscuro (como si pudiese existir la belleza en la plena claridad).
«Alternar su estigma sobre la fragilidad de la hoja vencida por la lluvia y cambiar de lecho y piel dejando una estela viscosa de esperma y melancolía«, escribe Beatriz; «Por eso amas el mar, que sólo piensa / al horizonte, donde ve su límite, / y aquí, cercano, al sol, pulsa el instante«, escribe Lorenzo. Y entonces uno se reencuentra con la Belleza, con la Verdad, y sabe que Keats tenía, sin lugar a dudas, razón.
AZUL LUZ IRREAL
Man’s mind growns venerable in the unreal.
Wallace Stevens
Azul luz irreal sobre la nieve.
Forcejeo del aire, el tiempo, el mundo,
que quizá ha roto el eje de sí mismo.
Casi dudo que pueda anochecer.
La ciudad es ahora el escenario
de una inminente representación
y, a su vez, todo encuentra su mordaza,
como si una palabra aquí mal dicha
bastara con su solo acorde erróneo
para desvanecer cuanto es ficticio,
cuanto hoy sucede, quieto,
pájaro inmenso que se mira en sí.
Tan tensa espera quema el corazón.
Sin atreverse a entrar
en escena las sombras
—azul luz irreal sobre la nieve—,
tímida y deshaciéndose de lastre,
cae al final,
muy al final,
la noche.
Y lo hace de rodillas.
Juro que de rodillas.
Lorenzo Oliván, Nocturno casi (Tusquets, 2014, Premio Nacional de la Crítica)
I
Entre la mujer y la primera niña hay un espacio de arena y vidrio. Gira el tiempo en su moción irreverente como un diábolo de esquirlas. Me incomoda su simetría. La nebulosa se origina cuando agito la tempestad que hay en mi mano. Entonces se enturbia el agua en su esfera de luz. Copos de tinta negra flotando como cadáveres tempranos. Son los insectos oscuros de la fiebre. Chocan contra la membrana del tránsito entre relojes. Van dejando sus vísceras sobre el parabrisas de un llanto. Llueve o lloro. Es lo mismo. La nada no tiene sangre, tan solo permanece en su canto.
Beatriz Russo, Nocturno insecto (Tigres de papel, 2014)