El bebé es un mamífero, de Michel Odent

El bebé es un mamífero, de Michel Odent

Para cambiar el mundo, es preciso cambiar la manera de nacer”.

Michel Odent

 

El bebé es un mamífero no es una novela, ni tampoco es una obra poética o teatral, lo que nos propone Michel Odent va más allá;  nos invita a una mirada introspectiva para a través del nacimiento cambiar la humanidad. Una transformación para llegar a esa Utopía ideal de Thomas More, pero en este caso real.

El contenido de este libro está basado en la más absoluta evidencia científica. Sirva como referencia la amplia y exhaustiva base de datos creada por el autor, «Primal Health Research», donde se recogen multitud de trabajos y datos relacionados con la ecología pre y perinatal.  A lo largo de este texto descubriremos como podremos cambiar algo tan fundamental como es el nacimiento. ¿Y quién es el Dr. Odent?

Michel Odent es un obstetra nacido en Francia en 1930. Puso en práctica en los años setenta salas de parto hospitalarias en condiciones similares a las del propio hogar así como piscinas para partos en maternidades. El agua es un medio que ayuda a desconectar a la mujer y a mantener una temperatura corporal adecuada. Hay un gran desarrollo de nuestro cerebro durante la fase acuática de nuestra evolución.

En el prólogo del libro y a través de un relato metafórico basado en Utopía, añoranza de un lugar para un futuro mejor de la humanidad, encontramos datos muy interesantes para lograr este cambio necesario. Michel nos habla acerca del cóctel del amor, consistente en un conjunto de hormonas que interaccionan entre la madre y el bebé durante un corto espacio de tiempo y al que se llama periodo crítico.  Este periodo, de gran importancia dado que en él se determina la capacidad de amar tanto a nosotros mismos como a los demás,  es un espacio de tiempo que jamás volverá a repetirse.

Para obtener este coctel del amor debemos preparar  un ambiente lo más seguro posible para la parturienta (no estamos descubriendo nada, ya que como mamíferos llevamos pariendo así desde el origen de la humanidad). Al decir seguro me refiero a un espacio que nos confiera ese estado, que se encuentre en penumbra, que haya silencio y que la madre no se sienta observada. Está demostrado que a través de la inhibición del neocórtex (parte del Sistema Nervioso Central), al reducir su actividad se consiguen estas condiciones óptimas para parir.

El acompañamiento por parte de la comadrona ha de ser en un segundo plano e intervenir únicamente si es necesario (si la madre lo requiere puede hacer partícipe a una doula, figura que puede acompañarla física y espiritualmente durante el embarazo, parto y puerperio). Hay que recordar que hasta la intromisión de Luis XIV, las mujeres eran las únicas que intervenían en los partos. Este rey, deseoso de ver lo que sucedía a través del ojo de la cerradura (tampoco podía degradarse a semejante acontecimiento con su presencia)  fue el precursor,  ya que a partir de él se puso de moda entre los demás gerifaltes.

El proceso del parto como proceso cerebral consta de una parte activa y otra primitiva (común en los mamíferos), en la que el cerebro antiguo segrega hormonas en las contracciones uterinas de igual forma que durante las relaciones sexuales. En el caso de producirse algún tipo de inhibición bloqueante, ésta tendría como origen el neocórtex (cerebro racional).

Otro dato muy a tener en cuenta es que la flora intestinal representa el ochenta por ciento de nuestro sistema inmunológico, y que su formación se produce en los primeros minutos después del parto, siendo los gérmenes de la madre los  primeros contaminantes  si el nacimiento es vaginal.

No separar al bebé de su madre durante la primera hora con el consiguiente hallazgo del pecho materno por parte de éste, influye en el comienzo de la lactancia y en el primordial consumo del primigenio calostro; compuesto de gérmenes amigos, anticuerpos locales específicos y sustancias anti-infecciosas y nutritivas  que tienen como consecuencia a largo plazo una gran influencia en la formación de la flora intestinal. Igualmente, habrá un rápido refuerzo de la mucosa del intestino cuanto más calostro tome el bebé.

Antes hablábamos de la importancia del cóctel del amor y de las condiciones idóneas para su obtención. ¿Cómo debería ser el hospital del futuro para poder ser llevado a cabo con un mínimo de garantías?

En este hospital del futuro el primer paso sería la familiarización por parte de la madre con el entorno, realizar actividades agradables en dicho lugar, como por ejemplo las que se hacían en la maternidad de Phithiviers, donde había reuniones en las que se cantaba al bebé con el acompañamiento de  un piano. El canto es una herramienta utilizada durante el embarazo en todas las sociedades desde la antigüedad. Hoy en día puede  parecer  algo místico,  si bien vuelve a ponerse en práctica, algo que el Dr. Odent ya introdujo en Francia hace más de cuarenta años dada su positiva influencia en la parte emocional del cerebro.

Como experiencia personal puedo expresar su valor como corriente comunicativa entre la madre y el bebé, una comunicación en la que también puede participar el padre y que debería de ser una opción en los hospitales públicos ya no sólo por lo que acabo de apuntar, sino también por la confianza y familiaridad que nos puede proporcionar hacia el entorno en el que se producirá el nacimiento.

Siempre hubo una gran controversia acerca de nuestra condición de mamíferos, de hecho en el año 1755 Voltaire criticó  los comentarios de Rosseau acerca de considerarnos como una especie más del reino animal (cien años antes de Darwin). Según él,  dichas palabras eran un ultraje a la raza humana, profiriendo el consiguiente exabrupto:

“…le vienen a uno ganas de ponerse a andar a cuatro patas”.

Esta situación se ha vuelto a reeditar en el caso del mismo Michel, que en los años 70 era considerado poco más que un hereje por sus ideas acerca del parto natural y su inclusión en los hospitales de una forma normalizada, y es que como sucede en otras cuestiones, primero sería necesario ofrecerle a la sociedad, es decir, mostrarle de una manera objetiva y sin intereses de por medio (cosa harto complicada al referirnos al ser humano), el abanico de posibilidades existente para que después tuviese lugar la elección personal de cada individuo. ¿Pero, por qué es tan difícil?

Si nos remontamos al siglo XIX, podemos encontrarnos también con otro supuesto hereje, su nombre era Ignaz Semmelweis. Obstetra húngaro nacido en 1818, observó que los estudiantes de medicina tras atender a las parturientas fallecidas por fiebre puerperal, atendían los partos sin lavarse las manos, llegando en el año 1846 al 96% de fallecimientos por esta infección. Tras instaurar el lavado de manos con agua clorada, la mortalidad descendió al 0,23%. Semmelweis, tras querer que “incluso” su jefe el Dr. Klein se lavase las manos, fue despedido para posteriormente ser marginado hasta el punto de ser expulsado del colegio médico. Denostado por completo, falleció en 1865 en un manicomio. En una placa al pie de su estatua en el Hospicio General de Viena puede leerse: “El salvador de las madres”.

Quizá algún día también seamos conscientes del trabajo de Michel Odent y de numerosas matronas  y obstetras que trabajan, en muchos casos contra la adversidad, para lograr partos mejores. Pero, evidentemente,  a quien siempre deberemos recordar es a todas esas madres anónimas que con su amor y su lucha contra el sistema, consiguen que poco a poco se vayan cambiando prácticas que pretenden anularlas, despojándolas del protagonismo que les corresponde.

Vivimos inmersos en un mundo ajeno a nuestro origen y únicamente preocupados por lo material y sometidos a la tecnología y a lo superfluo. Desde que el hombre es hombre se ha querido resaltar las diferencias entre especies, olvidando nuestra condición de mamíferos y apartando la mirada ecológica hacia nuestros ancestros, unos ancestros que me hacen recordar unos recientes hallazgos realizados en una fosa común con restos prehistóricos de individuos que fueron masacrados. Claro, más de uno se preguntará que si el nacimiento en esa  época era más próximo en el tiempo a nuestra condición de mamíferos, ¿por qué existía esa violencia en los individuos?, ¿no había entonces cóctel del amor? La respuesta tiene que ver con la selección natural, ya que sólo los más fuertes sobrevivían, de tal manera que para preservar a la especie lo que primaba era la supervivencia, lográndose ésta a través de la violencia. Lo fundamental era parir individuos fuertes y resistentes que hiciesen perdurar al clan o la tribu en cuestión. Hoy en día no existe esa necesidad (mal que le pese a más de uno, y tengamos más de un ejemplo plausible), por lo tanto lo que debería primar es la obtención de individuos no violentos con un objetivo común: el mantenimiento y la supervivencia (¡ojo!, a través de la convivencia y la colaboración), de la especie humana y animal así como de nuestro entorno natural (cada vez más exiguo); el planeta tierra. Tratemos de preservar y mejorar primero nuestro medio en el que vivimos, antes de colonizar nuevos planetas. Seguramente no sea incompatible, pero pienso que habría que priorizar a favor de nuestro hogar el planeta azul.

Esto me trae a la memoria un sermón (sin ánimo de practicar ningún tipo de apología religiosa), en la iglesia de San Esteban en Salamanca, en cuyos aledaños terminé casualmente jugando al escondite con mi hija, una fría mañana. En dicha diatriba que por momentos se impregnó de misticismo, el cura no adoptó una posición vehemente, al contrario, como si de un relato periodístico se tratase  expuso ante la perplejidad de los presentes el caso de un satélite de la Nasa que por un pequeño error malogró su objetivo. Evidentemente el paralelismo buscado por el eclesiástico consistía en realzar la importancia de los pequeños detalles en el día a día de los fieles para con Dios y animarles en su devoción.  Podríamos extrapolar dicho suceso al del planeta Tierra, donde con la pequeña aportación de cada individuo para empujar  en una misma dirección, mejoraríamos de manera considerable su habitabilidad.

Dejando la complejidad de los artefactos enviados al espacio exterior, y continuando con la complejidad del parto, podríamos también establecer un paralelismo dentro de la  vida sexual, con el orgasmo masculino.  ¿En serio?, se preguntará más de uno. Pues sí,  ya que el orgasmo masculino es un modelo parecido; hay una primera fase de erección (la cual no depende de nervios que se sirvan de la adrenalina), y una segunda  fase de eyaculación que depende de nervios simpáticos que actúan a través de la adrenalina. Por lo tanto, las semejanzas entre el parto y el orgasmo podrían resumirse en que hay una primera fase pasiva y otra más activa. Ya vemos que en algunos asuntos no hay tanta distancia entre sexos…

Respecto a otra cuestión como es el tacto vaginal y la manera de evitarlo, al no ser una actuación necesaria por la posibilidad del riesgo de infección (sobre todo si la bolsa está rota), Michel Odent nos da las pistas con las que una comadrona experimentada (volvemos a la importancia de su presencia), puede no ser invasiva  y  obtener información sobre la situación del parto: si hay bolsa o no de aguas, color del líquido, comportamiento de la mujer o grado de ansiedad.

De la trascendencia del primer contacto entre la madre y el bebé destaca el piel con piel, el cruce de miradas, que la primera tetada se produzca durante la siguiente hora al parto y que se produzca el desprendimiento y expulsión de la placenta sin grandes pérdidas de sangre. Para evitar la hemorragia la madre y el bebé han de permanecer juntos, calientes, y en penumbra y silencio sin que nadie les observe. El piel con piel (estar pegados la mamá y el recién nacido)  y la mirada, ayudarán a segregar oxitocina, hormona necesaria para que se produzca el reflejo de expulsión de la placenta además de influir en el reflejo de eyección de la leche. La posición adecuada para favorecer el alumbramiento de la placenta sería aquelArthur Koestlerla en la que no se comprima la vena cava. La inadecuada es la que se produce en los partos asistidos, es decir acostada sobre la espalda.

Por su parte el agua es un medio que ayuda a desconectar a la mujer y a mantener una temperatura corporal adecuada. Hay un gran desarrollo de nuestro cerebro durante la fase acuática de nuestra evolución.

En otro apartado de éste libro revelador, Michel Odent cita a dos personajes opuestos en sus apreciaciones. Uno es la educadora María Montessori, y el otro el intelectual  Arthur Koestler. Michel cita una anécdota de la pedagoga italiana en relación al necesario cambio del hombre destructivo. En ella, un niño indio ayuda una hormiga a la que le falta una pata. Finalmente ésta morirá aplastada por otro niño.

Sobre Koestler, destaca su intento de encontrar unas enzimas capaces de eliminar el cerebro primitivo. Se basaba en destacar el intelecto sobre la sapiencia de dicha parte cerebral y de corregir la metedura de pata de la evolución. Odent, respecto a ésta corriente “intelectual”, opina que hay que destacar el valor defensivo que tiene el  cerebro primitivo y que posteriormente la madre deberá “domesticarlo” durante el periodo pertinente. Como era de suponer Arthur Koestler no logró eliminar el cerebro primitivo. Posiblemente su búsqueda era puro nihilismo.

Para finalizar, opino desde el convencimiento (con las reservas propias intrínsecas al ser humano), que no es una quimera ni una utopía que en un futuro próximo (cómo opina Michel Odent) se naturalicen los partos.  Sería muy importante que al menos esta información llegase a la sociedad y se tuviese la opción de elegir una u otra forma de parir y de nacer. Si ésta llegase a la gente sin tergiversar y sin intereses partidistas  de por medio, el sentido común se impondría,  mejorando tanto nuestra vida como el mundo en el que vivimos.

El destino de la humanidad depende de ello. Las sociedades que la conforman están supeditadas en gran medida  al  mayor o menor número de ciertas hormonas. Una de ellas es la llamada hormona del amor,  la oxitocina, una hormona fundamental en los procesos en los que interviene. Tales procesos serían los  preliminares del acto sexual  y el orgasmo tanto masculino como femenino, el reflejo de eyección del bebé y facilitar las contracciones del útero durante el parto. Estas contracciones uterinas cuando se producen durante el orgasmo, facilitan la aspiración del esperma y el encuentro entre el óvulo y los espermatozoides.

Otra hormona muy a tener en cuenta es la prolactina, fundamental para la segregación de la leche. De igual forma que la oxitocina, también interviene en otras cuestiones importantes. Una de ellas sería la  influencia en los animales para construir sus nidos y en la  agresividad defensiva de las hembras lactantes, las cuales no duermen con un sueño profundo por si es necesario atender a su bebé.  Se puede extraer como dato de esta información que en las sociedades occidentales, donde predominan las mujeres con pocos hijos así como escasos meses de lactancia, hay escasez de prolactina con la consecuente influencia en el comportamiento colectivo. De tal manera, en estas sociedades donde prevalecen otras prioridades (entre las que no se encuentran la prioritaria atención al bebé), la hormona del amor tendrá una mayor estimulación erótica y predominará un distanciamiento respecto a las leyes de la naturaleza. Esto provocará la falta de equilibrio en la balanza, al haber una mayor presencia del cerebro masculino.

Llegados a este interesante punto, Michel Odent nos plantea la siguiente pregunta: ¿Cómo sería un medio cultural con abundante segregación de prolactina?

Pues sería una sociedad con actitudes hacia la vida diferentes a las nuestras en la actualidad. Por ejemplo los bebés y niños serían prioritarios y sus necesidades más respetadas. Además  reinarían  las leyes de la naturaleza, tan fundamentales para la creación de una humanidad ecológica.

Odent también nos recuerda que existió una sociedad que cumplía a la perfección estos parámetros, la formada por las clases altas de la  sociedad hindú tradicional. Tal era así que estaban constituidas por familias monógamas  (esto también plantea la interesante cuestión del establecimiento en muchas sociedades de la monogamia en el matrimonio, frente a la poligamia innata de los mamíferos instaurada en otras tantas sociedades), los niños eran amamantados de tres a cinco años,  y los hombres eran sacerdotes (o brahmanes), practicantes casi a tiempo completo de la meditación profunda. Tenían niveles altos de endorfinas con la consiguiente liberación de prolactina. Curiosamente, casi todos los brahmanes tenían los pechos desarrollados.

Queda claro por lo tanto la vital importancia de algunas hormonas en concreto y su afectación biológica en nuestra civilización.

Para conseguir frenar la aniquilación de la biosfera, necesitamos una humanidad ecológica que detenga su autodestrucción.

 

 

                                       

 

 

 

 

 

 

 

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