Por NACHO CABANA
La presencia en carne mortal de Isabelle Huppert en los cines Verdi, en el marco del BCN Film Fest 2021, añadió un toque de glamour intelectual al baño de multitudes que se dio el certamen el día anterior con la presencia de Johnny Depp.
Venía la que, junto a Juliette Binoche quizás sea la mayor estrella femenina que tenemos en Europa, a presentar una película que poco tiene que ver con los títulos que la han hecho ganadora de infinidad de premios a lo largo de su carrera.
Mamá María de Jean-Paul Salomé es un cruce entre Breaking bad y Weeds que tiene como centro a un personaje muy interesante: una traductora de árabe (Huppert) que se dedica a escuchar las conversaciones que tienen narcotraficantes con el teléfono pinchado. Tanto la presentación de la protagonista y su trabajo como la colocación de las piezas con las que los guionistas Hannelore Cayre, Jean-Paul Salomé y Antoine Salomé jugarán una vez producida la infame casualidad que detona la entrada de la protagonista al mundo del narcotráfico, están bastante bien colocadas.
Isabelle Huppert tira de oficio para sacar adelante un error de casting (el suyo) bastante acusado al tiempo que (ella o su estilista) elige, para introducirse en los bajos fondos, un estilismo en las antípodas de lo que la prudencia recomendaría.
En su segunda su mitad, Mamá María se resuelve de manera bastante rutinaria y algo apresurada aunque mantiene un buen ritmo y no aburre en ningún momento.
Mucho más interesante ha resultado Last Call de Steven Bernstein, una alucinada y literaria (en el mejor término de la palabra) visión de las últimas horas en la vida del poeta Dylan Thomas destruyéndose a sí mismo en una sucesión de tragos de whisky que va bautizando con diferentes nombres que resumen su visión de la existencia al tiempo que suelta toda suerte de sentencias que parecen sacadas directamente de la obra del autor de En el sueño campestre pero que, de dar crédito a lo afirmado en la rueda de prensa, ha escrito el director y guionista.
Bernstein (y sus montadores –Adam Bernstein, Chris Gill y Zimo Huang– que tuvieron carta libre para reducir a 110 minutos las más de 300 páginas de guion rodadas) va intercalando las secuencias del bar con otras de la vida familiar despreciada del poeta y de su última gira en EE.UU, donde gozaba de un estatus que poco tiempo después quedaría reservado a las estrellas de rock.
Bernstein cambia de formato, pasa del blanco y negro al color y consigue hacer cinematográfico algo muy enraizado en lo literario. Rhys Ifans da vida con entrega y brillantez a Thomas, y solo Rodrigo Sontoro (como el camarero de ese local trasunto del purgatorio en el que todos los parroquianos parecen encarnar diferentes facetas de la personalidad del poeta) no logra disimular el carácter alegórico de su personaje.
Eso sí, queremos que Berstein, con las 25 secuencias entre lo onírico y lo comentativo rodó con John Malkovich (que interpreta al médico personal de Thomas) monte un largometraje de episodios a la altura, como mínimo, de la secuencia postcréditos de esta Last call.
Gozosa fue la proyección, por primera ven en España en una sala de cine, de Valhalla rising, la séptima película de Nicolas Winding Rfn quien, en el delirante coloquio virtual posterior a la proyección, afirmó que él concibió la cinta como una película de ciencia ficción pero que la convirtió en una película de vikingos (unos personajes que no le interesan especialmente) para poder conseguir financiación.
Una cinta que aprovecha maravillosamente los paisajes escoceses en los que fue rodada (así como el rostro de Mads Mikkelsen bordeando la pantalla) y cuyas explosiones iniciales de violencia dejan paso a enigmáticas imágenes que llegan a su máxima depuración estética en el capítulo del viaje en barco.
Entre rosas, de Pierre Pinaud, fue la encargada de clausurar el festival. Una feel good movie de manual que cuenta la historia de una cultivadora de rosas arruinada que acepta la ayuda de tres expresidiarios en rehabilitación y que, durante unos veinte minutos, parece derivar hacia una insólita película de atracos con las flores del título como botín pero que pronto vuelve al tono condescendiente con se inicia y acaba.
Un largometraje que se resiente de los desdibujados que están todos los secundarios pero que se sostiene por unos bellos planos de las rosas del título y, sobre todo, por el buen hacer de su protagonista Catherine Frot.