Por NACHO CABANA
Pintor, poeta, músico, cantante, cineasta e incluso fotógrafo y escultor. Son muchas las facetas artísticas cultivadas por Luis Eduardo Aute habiéndose convertido en un nombre relevante en varias de ellas.
Desde su juventud, el artista nacido en Manila centró todos sus esfuerzos en desarrollar su voación y talento como pintor y le comenzó a ir extremadamente bien en esta actividad artística. Con 16 años participaba en exposiciones colectivas, vendía sus obras dentro y fuera de España… Pero su éxito componiendo canciones para amigos en una época donde existía una demanda de artistas por parte de las discográficas hizo que alternara los pinceles con la guitarra primero y el micrófono después convirtiéndose en un icono de la canción de autor al que sus multidisciplinariedad unida a una natural timidez le han evitado la sobreexposición mediática de algunos de sus compañeros de generación.
Si a esto le unimos sus interesantes incursiones en el mundo de la animación (con el largometraje Un perro llamado dolor –2001- a la cabeza) estaremos de acuerdo en afirmar que intentar un acercamiento crítico a su obra es una labor bastante complicada.
Una tarea a la que con singular acierto se ha entregado Luis García Gil en su libro Aute, lienzo de canciones (Pagès editors, 464 páginas) donde el autor de Serrat, canción a canción (2004) escoge abordar cronológicamente el devenir artístico de Luis Eduardo centrándose básicamente en el análisis literario y temático de la práctica totalidad de sus canciones (teniendo en cuenta que Aute ha escrito más de cuatrocientas el mérito es indudable) eligiendo interludios donde hablar de cine, boligrafías o pintura.
El resultado es ante todo exhaustivo al tiempo que revelador de las constantes temáticas que de manera transversal recorren la obra del habitante de Vailima. El amor, el erotismo, la religión aparecen, se modifican y transforman en el análisis que sobre el pensamiento de Aute se convierte la obra de García Gil.
La obra está excelentemente documentada y se aleja tanto del libro-entrevista como de la biografía al uso para adentrarse a menudo en un terreno académico-universitario. Falta quizás algo de contexto histórico y dedicarle más de espacio a los cortos de animación artesanal (lo que sorprende en un autor con varios libros de cine en su bibliografía) pero García Gil demuestra su habilidad como escritor al no perderse en los momentos en que la actividad artística del protagonista se desborda.
Un buen retrato del, en palabras de Gaizka Urresti, director del documental Auterretrato de un giraluna sobre la figura del artista, de un “mistico poco santo”.
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