El actor Mathieu Amalric se ha convertido en uno de los rostros imprescindibles del cine francés de las últimas décadas. Aunque el gran público le conozca por su papel de malvado en Quantum of Solace, su nombre se ha asociado con películas tan arriesgadas como La cuestión humana, La escafandra y la mariposa, Un cuento de Navidad, Las malas hierbas, El amor es un crimen perfecto o La venus de las pieles. En su labor como director, el intérprete ya había dado que hablar con Tournée, la curiosa historia de un grupo de bailarinas de striptease que le hizo ganar el premio al Mejor director y el prestigioso FIPRESCI del Festival de Cannes.
Sin embargo, aquella algo sobrevalorada obra no hacía presagiar el talento como realizador y guionista del que hace gala en La habitación azul. Partiendo de la novela homónima de George Simenon, todo un clásico de la literatura policíaca, el francés crea una curiosa mezcla de suspense y cinta erótica que se podría definir como un extraño cruce entre Atracción fatal y un buen filme del desaparecido Claude Chabrol.
En un primer momento, la película se presenta como un largometraje de alto voltaje sexual acerca de un hombre y una mujer que viven una particular aventura en un hotel a la manera de títulos como En la cama o Habitación en Roma. Sin embargo, huyendo de la linealidad, Amalric va incluyendo escenas de un interrogatorio y frecuentes flash-back que nos van desvelando poco a poco el misterio que encierra el filme. El director, que se encarga también de dar vida de manera ajustada al marido infiel protagonista, dosifica muy bien la información para ir sorprendiendo al espectador sin cometer ningún tipo de trampas. Lo hace ofreciendo en su mayor parte la historia desde el punto de vista de ese hombre atormentado por un hecho que no acabamos de dilucidar hasta el final del filme.
A la vez, el largometraje va dibujando con pequeños detalles el carácter un tanto retorcido de su amante, encarnada por una estupenda Léa Drucker. El cineasta logra crear una atmósfera enrarecida y consigue que nos sumerjamos en una historia que hubiera hecho las delicias de Patricia Highsmith. Sin ninguna duda, una de las joyas del último cine francés.