Así hablaba kamasutra*

Así hablaba kamasutra*

“Las cosas más importantes se realizan a través de tubos. Eso lo prueban, en primer lugar, los organos de reproducción, la pluma de escribir y nuestro fusil. Sí, ¿que es el hombre sino un confuso amasijo de tubos?”

G.C. Lichtenberg, Ocurrencias, aforismos.

Pongamos al desnudo lo evidente!: existe un punto en el que el más refinado y más zafio se encuentran siempre -los extremeños se tocan-, aunque sin ir del todo de la mano, y está en el gustazo con que mentalmente se relamen al hablar de las cositas tan fascinantes y nuevas como trilladas y viejas del intríngulis sexual. Para entender esta peculiar afinidad electiva nadie peor que el semi-educado que piensa que hablar de guarrerías (las schweinerei que disciplinaba Freud) ya está bastante feo para las gentes iletradas y ordinarias, pero resulta más feo aún para los doctos y supuestamente graves. Lo cierto es más bien lo contrario: desde el origen de las civilizaciones superiores sus hombres más exquisitos han hurgado con estilo -es decir, no sin cierta grosería, pero con mucho encanto- en las faenas del contacto de la piel[1] y el músculo cuando estos se engolfan en la lucha incruenta del dios Eros. ¿De veras incruenta?: Toda una cohorte de novelistas se han dedicado también después a mostrarnos las nefastas consecuencias sociales de las pasiones de alcoba, sea para censurarlas o sea para defenderlas -las pasiones-, y ello ayuda no poco a entender, por ejemplo, la reacción airada de D.H. Lawrence a principios del pasado siglo, cuando se decidió a mostrarlas como tales tras tanta y a menudo aburrida elusión[2]. Tuvo realmente una genial intuición aquel que definió al puritano como esa clase de individuo que adivina oscuramente que alguien, aunque sea al otro lado del mundo, debe de estar pasándoselo mucho mejor que él. El que ese alguien recurra siempre que pueda a las deliciosas inmundicias[3] de la jodienda para regocijarse en carne y espíritu no es más que lo normal, habida cuenta de que, primero, no tiene enmienda, y, segundo, que habitualmente es la única gimnasia que muchos practican. En eso estamos todos de acuerdo, pero parece que decirlo y difundirlo es otra cosa, vulgar precisamente por innecesaria. Los que así piensan ponen dos rancios rombos a sus labios y un corsé al goce de la amistad que no podemos tolerar por más tiempo. Seamos hippies: ¡Hablemos el amor y no la guerra!

foucaultandcatPor descontado que no hay por qué llegar a los escatológicos extremos de exhibicionismo de Divine como tampoco a la exposición fría y libidicida de los profesionales de la sexología (¿eso que é?); en esto, como en todo, en el término medio reside y fermenta la virtud. Los primeros se han suavizado hoy bastante por medio de los ludibrios televisivos del edredoning en los variopintos y rentables realitis, mientras que los segundos, al revés, nos retrotraen a las exhortaciones de Marco Aurelio a alejar la tentación cayendo en la presunta cuenta de las viscerosidades repelentes que encierra en su figura el amado/a[4]. Se ha teorizado en demasía acerca del deseo, cuando justamente lo interesante del fornicio y sus preliminares reside igualmente en sus fracasos, ridículos, miedos y claras decepciones, y es allí donde hay que buscar su posible tragedia así como su segura comedia. Michel Foucault nos advirtió de que en el mundo moderno se habla constantemente de sexo, de una manera tal que el resultado de ello es todo menos sexo; tampoco es de recibo lo contrario: sacar constantemente el sexo a propósito de cualquier asunto que no es ni tiene nada que ver de entrada con el sexo. Si de verdad a nuestra cultura le conviene tomar lecciones del viejo Oriente y sustituir una circunspecta y castradora ciencia del sexo –scientia sexualis– por un alegre y práctico arte del erotismo –ars erótica-, entonces no nos queda otra alternativa realmente refrescante que acudir a la lengua (vaya sin segundas) en un entorno como el nuestro en el que para otras partes de la anatomía ya se halla sobradamente saturado de porno hasta para anunciar un “dodotis”. Lo que los medios -incluido Internet- han convertido en imposición de mirar y comprar, transformémoslo cordialmente en asunto de anécdota en petit comité para saborear y compartir[6]. Una civilización global que incita al consumo omnímodo de juguetes para la recreación solitaria[7] debe ser contrarrestada en ese mismo plano privado por el cultivo de la conversación sin tapujos y el comentario salaz.

¿Y por qué no? ¿Es que acaso queda alguien con capacidad para escandalizarse por algo tan nimio? ¿No es ciertamente harto más obsceno lo que parloteamos de política, deportes y demás? ¿O es que seguimos más cómodos con la crítica cotilla y farisaica de patio de vecindad? Los ilustres de todo pelaje, ya lo hemos dicho, raras veces lo dudan a la hora hablar “sensual” en la intimidad, y las grandes o pequeñas obras tanto clásicas como actuales nos sorprenden con una procacidad silenciada incomprensiblemente por las academias[8]. Con mayor fundamento, además, en un idioma como el castellano y una comunidad como la española, donde abundan las invocaciones a los genitales y donde la mayoría opina a voces y sin cortarse. Nada más lejos de nuestra intención sacar a relucir la palabra maldita (aquella: hipocresía, ese homenaje que el vicio rinde a la virtud, según otro francés), puesto que cada uno es dueño de su derecho a reservarse lo que considere conveniente. Pero ser discreto no es lo mismo que ser apocado, como ser deslenguado no es lo mismo que ser bocazas.

D_H_Lawrence_and_Freida_Chapala_1923

D. H. Lawrence y Freida Chapala en 1923

En fin, cada cual ande por sus fueros y no cante su canción sino “a quien conmigo va”. Las confesiones públicas pasaron a la historia y las secretas con el cura o el psicoanalista van camino de extinguirse. Sea sano quien encuentre salud en soltarlo todo como tenga una buena digestión al que le guste el picante. Donde hay confianza no siempre da asco, porque si así fuese todos seríamos lobos solitarios famélicos de compañía. Al que le guste o, al menos, no le importe -se descartan egocéntricos o pelmazos-, haga de su capa un sayo y se explaye, a sabiendas de que lo cortés no quita lo ardiente. Al fin y al cabo, tanto se lo montan, se lo montan tanto, Isabel como Fernando. Total, nada es verdad ni es mentira, todo depende del pibón al que te tiras. Quien a buen polvo se arrima, buen relato que cobija. Dime con quien yaces y te diré quién eres. A quien eyacula, Dios le ayuda. Ande yo caliente, entérese la gente. ¡Y a hablar del follar, que el mundo se va a acabar! –al menos el nuestro. (Como último argumento, piénsese en los muy jóvenes, que ya no podrían excusarse en la desinformación, y en los muy mayores, que podrán así desembalar su experiencia…)

* Debemos este título al gordo poemario en prosa donde probablemente Nietzsche aquilató lo mejor de su pensamiento tras las calabazas que recibió de aquella cazadora de cerebros, Lou-Andreas Salomé –según él, en un tiempo record que resulta imposible de creer. Pero hemos preferido el pretérito imperfecto al perfecto original (“habló” para “sprach”) por motivos estéticos: encontramos mejor que si así hablaba, es que todavía dijo mucho más…

[1] “Lo más profundo es la piel” es una genial frase que leímos en Los monederos falsos de Gidé pero que, si no traiciona la memoria, hay que atribuir una vez más al fino Válery. ¡Que agudo era este hombre fuera de la/su poesía!

[2] Lo cual no quita para que las glorificaciones casi místicas del sexo en Lawrence sean también aburridas a su modo. Con el paso del tiempo, Henry Miller y otros/as han sabido imprimirle al asunto mayor naturalidad y desenfado.

[3] Ha sido injustamente enjuiciado el cristianismo, a nuestro parecer, por censurar tan duramente los impulsos del cuerpo –el propio Nietzsche lo hace en El anticristo. Ahora nos resulta fácil burlarnos de lo absurdo de tales prejuicios oscurantistas, pero piénsese en tiempos más difíciles y quizá se comprenderá qué gran necesidad debían experimentar aquellos hombres (del medioevo: ejemplo por excelencia, pero no sólo) de demostrarse a sí mismos que eran mejores de lo que su aspecto y entorno decía de ellos, es decir, padecían una fuerte voluntad de alma. No obstante, calificarlo de “inmundicias” nos lleva siempre al estupendo motto de Woody Allen: “el sexo sólo es sucio cuando se hace bien”.

[4] Actitud que, por cierto, impediría tantas cosas como trabajar, comer o compartir baño con nuestros semejantes.

[6] Películas existen como El declive del imperio americano donde esa anécdota se presenta como único espectáculo -francés para más señas- por el que se paga la entrada al cine. ¿Vamos a permitir que nos lo den hecho?

[7] Toys´n´rus-ización de las costumbres que se pretende implantar incluso en la educación, en beneficio de esos pobrecitos chicos mimados que se nos aburren en las aulas por falta de “motivación”. Para tedioso cualquier juguete…

[8] Sí, sí, incluso el sacrosanto Quijote contiene pasajes de ardiente inspiración, adobada de la debida comicidad.

Autor

Licenciado en Filosofía por la gracia de Hegel y, aunque cueste creerlo, existe una profesión instituida en la que puede enseñarse semejante cosa a los adolescentes a cambio de dinero. Si además tuviese horas de Historia de la Literatura Universal, hasta se recortaría gustoso el sueldo a sí mismo -pero no conviene mencionar la soga en casa del ahorcado... Desertor de otras revistas digitales de menor pelo, ha publicado un ensayo sobre Jane Austen, algunos experimentos que le son queridos en bubok.es y, recientemente, un capítulo del libro colectivo Galería de los invisibles. Es de esos que fungen de dictadores del gusto en un blog prácticamente diario (www.elantipatico.blogspot.es) que afortunadamente no hay que tomar muy en serio. Por carambola, resulta que le gustan especialmente los autores que llenan sus dedos de anillos (Aristóteles, Dickens, Moore... los mejores en lo suyo), pero no entiende cómo hacen para escribir: aquí debe haber algún oscuro misterio...

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