Es muy fácil pensar. En cambio obrar es muy difícil, y obrar según el pensamiento, lo más difícil del mundo
Artemio Moreno
Para la interpretación de “lo fáustico” como tal, en tanto categoría del espíritu humano, hay que acudir, naturalmente, al propio Goethe, o a Hegel, pero no -¡por Dios!- al filósofo directamente, sin conocer el resto de su obra. En tres parcas palabras, y suponiendo que el lector ha leído al “viejo pagano”, voy a arriesgar una interpretación aquí rapidísimamente del texto de Goethe con relación al estatuto del saber que espero no sea irrelevante. Fausto, en efecto, quiere saberlo todo, pero esa es una tarea árida, sembrada de dudas y finalmente vacía…
FAUSTO: “Ahora ya, ¡ay!, he estudiado a fondo filosofía, jurisprudencia, medicina y, por desgracia, también teología, con ardoroso esfuerzo. Y ahora me encuentro, ¡pobre de mí!, sin saber más que al principio.” Fausto, 1ª Parte, Escena I.
Por otra parte, Mefistófeles, un lacayo del Diablo, aquel «espíritu que siempre niega» (pues dice «no, no es suficiente aún», I can´t get no… como los Rolling, que tienen otra canción sobre apariciones diabólicas, inspirada en El maestro y Margarita, de Mijail Bulgakov: Simpathy for the devil), entiende que lo que realmente desea es hacer la experiencia humana integral vivencialmente hablando, y le ofrece la eterna juventud hasta que la logre, momento en que morirá habiendo vendido su alma al diablo. Pero a Mefistófeles le conviene que Fausto descrea del saber, que es el que le ha dejado mortalmente insatisfecho…
MEFISTÓFELES: “Desprecia solamente razón y ciencia, la potencia más alta de los hombres; deja tan solo que con artilugios de brillos y magia te corrobore el espíritu del engaño, y así serás mío sin condiciones…” Fausto, 1ª Parte, Escena IV.
Así ocurría, por ejemplo, en el Fausto de Marlowe, que se entregaba a la magia rechazando la razón. Fausto no debe caer en esa tentación para Goethe, tentación que se expresa en pasajes como estos….
MEFISTÓFELES: “Estudiaréis el mundo grande y el pequeño para dejar al cabo seguir las cosas como Dios quiere que vayan” Fausto, 1ª Parte, Escena IV.
MEFISTÓFELES: “El pequeño dios del mundo sigue siendo siempre del mismo jaez, y es tan raro como el primer día. Algo mejor viviría si no le hubieras concedido ese destello de la celestial luz, que él llama razón, y la que sólo usa para portarse más animalmente que cualquier animal» Fausto, Preludio, Escena I.
Por tanto, Fausto termina por aferrarse a que hay que usar de la razón, pero no para aprender pasivamente, sino para actuar, y este el fragmento más célebre al respecto:
FAUSTO: «Escrito está. Al principio era el Verbo.» ¡Aquí me paro ya! ¿Quién me ayudará a seguir adelante? No puedo hacer tan imposiblemente alto valor del Verbo; tendré que traducirlo de otro modo, si el espíritu me ilumina bien. Escrito está: «En el principio era la mente.» Medita bien esta línea, de suerte que tu pluma no se precipite. ¿Es en verdad la mente la que todo lo hace y crea? Debiera decir: «En el principio era la fuerza.» Pero, no obstante, al escribirlo así, algo me advierte que no me quede en ello. Me socorre el espíritu. De pronto veo claro y osadamente escrito: «En el principio era la acción.» Fausto, 1ª Parte, Escena III.
El problema está, pues, en que cuando la razón actúa transforma el mundo (quitar terrenos al mar es el ejemplo de Goethe), tanto para bien como para mal… La idea fáustica es la de una fuerza sin cesar en acción contra los obstáculos, la lucha se convierte en la esencia misma de la vida; sin ella, la existencia personal está desprovista de sentido, y sólo pueden ser alcanzados los valores más ordinarios; el hombre fáustico se forma en el enfrentamiento y sus aspiraciones rechazan los límites, son infinitas. [BALANDIER, 1988: 226].
Esa infinitud es la de las experiencias posibles del hombre, que son inagotables porque siempre puede seguir actuando -colonizando Marte, por ejemplo: ejemplo neutro mío, por descontado-, de manera que la satisfacción nunca se alcanza, y así Occidente es una maquina terrible de transformación incesante sin ningún objetivo tácito o expreso. Si yo soy guitarrista, podría morir insatisfecho de no tocar todavía mejor que Jimi Hendrix, y esta frustración no tendría remedio a no ser que la acción se mida por su intensidad y no por su crecimiento. Fausto, Occidente, deben reconciliarse con el hecho de que la infinitud no es alcanzable, pero sí la intensidad, de manera que el mejor pianista del mundo no hace música más intensa que un niño africano aporreando un bongo, aunque sea incomparablemente más compleja. Hay que comprender por fin que la vida, toda vida, es, en efecto, finita, pero que en ella cabe una intensidad que la razón puede potenciar. Ni Fausto ni nadie puede saberlo todo extrayéndolo de los libros, porque el mundo no habla por sí mismo, y por tanto no nos muestra sus grandes principios mediante el estudio. Finalmente, en los libros no hay más que pasado congelado. Por consiguiente, para que el mundo «hable» de verdad hay que sonsacarlo, y en eso consiste específicamente la experiencia (no en vivir algo y luego otro algo sin más, lo cual no es decir nada; ha de ser experiencia de la conciencia, como lo llama Hegel). El hombre se «ensucia» con las dificultades del mundo real y de este contacto surgen leyes, estética, ciencia, etc.
Pero el problema reside en que ningún individuo particular puede ingerir toda la experiencia posible de la humanidad, porque es demasiado amplia y porque aún continua formándose, de modo que sólo podría darse el «lleno completo» que Fausto busca en caso de haberse terminado la Historia -comprendida, así, no como paso del tiempo, que nunca acaba, sino como el acervo completo de lo que la especie humana puede entresacar (dramáticamente, por cierto, puesto que hay que bregar duramente para conseguirlo) al mundo en forma de discurso definitivo, inapelable. De ahí que la insaciabilidad de Fausto no podrá encontrar nunca sosiego por razones constitutivas: no es posible que muera habiéndolo hecho todo y habiéndolo sabido todo, que viene a ser lo mismo. Por ello debe aprender a hallar satisfacciones finitas en lo posible vivible, y en consecuencia cambiar terminantemente el enfoque. La intensidad no da saber enunciativo, pero tampoco es cuantificable, de modo que puede tenérsela toda en un instante sin ansiedades; no se «ingiere», no se acumula, no nos sirve de arma o de equipaje, pero, sin embargo, cuando se escapa sabemos que suele volver (no se puede retener como pretendía Fausto, «quiero tener todas las experiencias», y por ello mismo se escurre de cualquier posesión y vuelve). Así que no solamente Fausto va a morir porque su tiempo tiene un final, como el resto de los mortales, sino que también aprende que hay que aceptar la muerte en lo que tiene de límite necesario de nuestro conocimiento del mundo -que siempre será fragmentario y parcial en el plano cuantitativo, pero al que no tiene por qué faltarle nada en términos de intensidad cualitativa, puesto que tan real es una experiencia pequeña como otra…
El sueño de la experiencia total cuantitativa consumada es una peligrosa quimera que mueve a muchos hombres y pone en marcha muchas empresas, y si uno quiere ponerse crítico debe sácale jugo al nombre preciso que lleva hoy, y que no ya es más Dios, sino Capital.