Anna Karenina (2012) de Joe Wright

Anna  Karenina (2012) de Joe Wright

En unos tiempos en que está todo contado —porque desde Shakespeare no hay una historia original—, cobra cada vez mayor importancia el cómo se cuenta que lo que se cuenta. Y Anna Karenina, la versión última de esa gran novela inmortal que sale de las manos de prestidigitador de Joe Wright, es prueba de ello, una apuesta clara por la forma en detrimento del fondo.

De la magna novela de León Tolstoi se han hecho bastantes adaptaciones cinematográficas, a lo largo de los años, que han intentado estar a una altura digna con respecto al texto original. De las seis versiones cinematográficas anteriores que había de la novela, tres han sido producciones norteamericanas —la de Clarence Brown, la primera, rodada en 1935, y con Greta Garbo; la de Simón Langton, en 1985, con Jacqueline Bisset; y la de Bernard Rose, en 1997, con Sophie Marceau—, una francesa —Julien Duvivier dirigió a Vivian Leight en 1948—, y dos rusas —Alexander Zarji, en 1967 y Sergei Solovyov en 2009—. El film de Joe Wright, un realizador al que se le dan bien las adaptaciones cinematográficas de obras literarias— Orgullo y prejuicio de Jane Austen y Expiación de Ian McEwan — introduce savia nueva en el texto de Tolstoi y es su osadía narrativa y estética la mejor baza de este film sencillamente deslumbrante, porque lo que hace Wright, con inspiradísimo acierto, es una apuesta sumamente arriesgada que muy fácilmente podía haberle condenado al fracaso y estar a un paso del ridículo: dar un tono teatral —muchas de las escenas las rueda entre bambalinas, incluida, y ahí el mérito es extraordinario, la secuencia de la carrera de caballos en la que el abanico de Anna Karenina marca el ritmo de la tensión—, operístico y musical —los oficinistas que trabajan con movimientos sincronizados para el hermano de Anna Karenina; la extraordinaria secuencia del baile en el que Vronsky seduce a la protagonista—.

El trabajo de Joe Wright en la puesta en escena de este drama suntuoso y universal que consagra el amor adúltero, pero también lo condena —presencia obsesiva de las bielas del tren que acabaran con la vida de la protagonista y separan los actos del drama anticipando el final conocido— es sencillamente asombroso. Cada secuencia de esta Anna Karenina supone un derroche de inventiva visual —la heroína sale de su habitación y entra, naturalmente, en la misma secuencia y sin que chirríe el traveling, en el compartimiento del tren,  en lo que es una elipsis cinematográfica magistral— y Wright tiene el talento suficiente como para envolver al espectador literalmente en los vaivenes de una cámara que sencillamente danza alrededor de los protagonistas de este suntuoso drama.

Si a todo eso añadimos un trabajo actoral notable en algunas interpretaciones —Jude Law no es aquí el seductor, sino el apagado y poco atractivo ministro Karenin, el marido engañado y menospreciado— aunque discutible en otras —Aarón Johnson es el querúbico seductor y elegante oficial de caballería Vronsky, pero su disfraz distancia; y Kera Knigthley es  quizás una excesivamente frágil y aniñada Anna Karenina, no es Greta Garbo, Vivien Leight o hasta Sophie Marceau, más creíbles en su papel—, en la que todos son, y así nos los presenta el realizador, los actores de una gran función—especialmente teatral es el personaje de Oblonsky, el hermano de Anna, interpretado por el bigotudo Matthew Macfadyen—; una fotografía preciosista que busca siempre la estética del encuadre perfecto, y un vestuario premiado con el Oscar —aunque la película, sin duda, mereciera muchos otros y ha sido injustamente tratada—, bien podemos decir que la versión que Wright hace del texto de Tolstoi es más que notable aunque opte por quedarse en la superficie, por autocomplacerse con la orgía visual y cinematográfica que monta, pero eso, que bien pudiera ser un defecto para quienes esperan una adaptación ortodoxa, lo convierte en virtud y en el principal aliciente de esta última versión del texto ruso.

El director de Expiación seduce al espectador con un torrente de imágenes, en la que nos engulle y se engulle. No creo que León Tolstoi aprobara esta versión iconoclasta y algo kitsch de su obra que transforma lo que es un drama tenebroso sobre los delirios del amor en una fiesta de los sentidos, sobre todo visuales, pero sí un espectador del siglo XXI, siempre que conozca la inmortal historia y se deje llevar por la musicalidad de un film absolutamente bello.

*José Luis Muñoz es escritor. Sus últimos libros publicados son Marea de sangre (Erein 2011) de La Frontera Sur (Almuzara, 2010), Llueve sobre La Habana (La Página Ediciones, 2011), Muerte por muerte (Bicho Ediciones 2011) Patpong Road (La Página Ediciones, 2012)  Bellabestia (Sigueleyendo.com 2012) y La invasión de los fotofóbicos (Atanor 2013) También podéis seguir su Blog: La Soledad del Corredor de fondo.

 

Autor

Es uno de los más prolíficos, premiados y consolidados cultivadores de la literatura negrocriminal española y uno de sus miembros fundacionales por su vinculación a la Semana Negra de Gijón desde su primera edición. Treinta y siete novelas publicadas, de géneros tan diversos como el fantástico, erótico, histórico y policial, cinco libros de relatos y un buen número de galardones (Tigre Juan, Azorín, Café Gijón, La Sonrisa Vertical, Camilo José Cela, Ángel Guerra…) le avalan. Es el autor de "Barcelona negra", "El mal absoluto", "La caraqueña del Maní", "La Frontera Sur", "La pérdida del Paraíso", "Ciudad en llamas" y "El secreto del náufrago" entre otras. Su últimas novelas publicadas son "Te arrastrarás sobre tu vientre" (El Humo del Escritor, 2014), "Marero" (Ediciones Contrabando, 2015), "Ascenso y caída de Humberto da Silva" (Editorial Carena, 2016), "El hijo del diablo" (Editorial Serbal, 2016) y "Cazadores en la nieve" (Editorial Versátil, 2016).

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