El mejor camarada del Whisky, el mejor confidente de las mujeres, el buscador incesante de relaciones sicalípticas, de poesía, de amistad, de la obra maestra, de ser querido, se desangra con la realidad que no deja de ser una tragicomedia en estado puro. Amor intempestivo se lee con un nudo en la garganta y una media sonrisa, lo suficiente para ser un libro muy valioso, que goza de dos grandes prebendas para vivir intensamente: la tristeza y la alegría, siendo la felicidad algo que nunca se disfruta en plenitud, porque siempre nos están abrumando los cadáveres, los pecados, la juventud. Vivir es gratificante, y a la vez, tremendamente doloroso. Leer también lo es, sobre todo si la prosa es inmediata a la diversión y limpia.
Rafael Reig narra de manera contundente sobre la bestialidad de la vida y sus mutaciones, las mujeres, la carrera de escritor, los Estados Unidos, Madrid, la familia, el alcohol. Es un libro a veces tan confesional que adquiere más valor como novela lírica y elegíaca que como documental, pues toda la crónica de este libro ya nos viene compulsada y verificada de realidad y porque nos parece que desde la primera página son verdades hasta las mentiras. Por ello, estamos ante un novelista que a veces disfraza de frivolidad el dolor, sin olvidarse de la sensibilidad, y con toda la reflexión sobre las grandes emociones devastadas de la vida. Amor intempestivo es un libro tan triste y sórdido a veces que nos otorga unas maravillosas ganas de vivir, abrazar a los amigos, hablar con las muchachas y bebernos diez cervezas. Amor intempestivo es de perdidos al río, todo el rato.
Entremedias un apunte a esa generación de escritores, amigos de Reig, como Orejudo y Azpeitia, siempre caracterizada por nuestro novelista como la generación de lo extemporáneo, cuando ser escritor ya estaba pasado de moda y carecía de cualquier tipo de prestigio social. Todo justificado de manera mordaz y desmitificadora. Porque ser escritor, para Rafael Reig, es sacrificio y abnegación, pero también una manera de ligar, de divertirse o estar triste y de pura reflexión, y por eso la novela no tiene una brillantez emperifollada y permanente buscando el asombro continuo. Ocurre cuando tenemos ante nuestros ojos un libro honesto y confesional con sus grandes vergüenzas y sus pequeños triunfos. Es para el lector, la extraña luminosidad de leer a un tipo que lo cuenta todo y en ese todo no existe la intención de quedar como Dios a los ojos del mundo, sino que a menudo, las confidencias son perturbadoras y dolorosas, entre Madrid y Estados Unidos, con esa purga y purificación güisquera tan made in Reig, buscando al escritor, a los padres, pero sobre todo queriéndolos con devoción. Amor intempestivo es querer amar la vida.
Si mis padres resucitaran mañana, ¿qué podría enseñarles para merecer su aprobación?
Nosotros creíamos que solo se hacía escritor el que no tenía más remedio. Si no tienes cuentas pendientes con el mundo, no te pones a escribir novelas.
Para ser un maldito me parecía aconsejable escribir primero una novela inmortal, pues sí no, solo llegaría a simple perdulario, capigorrón azotacalles o vagabundo, e incluso si me hiciera llamar clochard, la perspectiva no ofrecía demasiados encantos.