Por NACHO CABANA.
En el documental sobre Parchís de Daniel Arasanz, Tino, el cantante del grupo infantil, se preguntaba qué ocurre cuándo te das cuenta de que lo más brutal que te va a pasar en la vida te sucedió cuando tenías 14 años.
Eso es lo que le ocurre a Billy (un sobrio Roberto Quijano), el protagonista de Amor y matemáticas de Claudia Sainte-Luce, película mexicana vista en el Americana 2023. Un miembro secundario de una de esas boy bands prefabricadas (siempre los mismos roles, siempre parecidas coreografías) que acompañan, generación tras generación, a las adolescentes y preadolescentes mexicanas y que, pasados ya los cuarenta años, se encuentra varado como ballena en una urbanización regiomontana aislada y con seguridad privada, casado con una mujer que trabaja todo el día fuera de casa, un bebé y un perrito que despierta constantemente al chamaco.
Una tierra de nadie donde la única medida posible del paso del tiempo es el crecimiento del retoño y en donde el protagonista tiene como vecina a Mónica (Diana Bovio), fan de antaño en una situación personal muy parecida a la suya que, en su juventud, prometió que, cuando si alguna vez se encontraba con su miembro preferido de Equinoccio (tal es el nombre de la boy band en cuestión) le daría un beso.
Lo hace.
Es Amor y matemáticas una película bastante minimalista, que juega, un tanto a la manera de Michel Franco pero sin la crueldad de este, a mover la narración a base de pequeños acontecimientos que hacen avanzar el arco dramático de los personajes manteniendo el tempo detenido de su día a día.
Tiene en su contra Amor y matemáticas a un personaje central masculino decidida e intencionadamente antipático al que compensa su pretendiente femenina: si el primero tiene en su historial conciertos de éxito, a la segunda solo le quedan álbumes de recortes.
La imposibilidad de tomar nuevos caminos en la vida cuando la mochila pesa demasiado es, a la postre, el tema central de esta muy interesante película mexicana vista en el Americana 2023.
JETHICA.
No son los fantasmas unas criaturas sobrenaturales que se presten a tantas variaciones como, por ejemplo, los vampiros. No son muchos los acercamientos (la verdad es que no consigo recordar ninguno) que escapen de lo terrorífico y/o lo romántico.
El gran logro de Pete Ohsen esta Jethica es darle a los espíritus del más allá un tratamiento completamente distinto a lo tradicional, convirtiéndolos en una metáfora de la adicción a la metanfetaminas y haciéndolos vagar, como almas errantes por un territorio mítico y desolador de Nuevo México.
Lo logra, además, Ohsen en solo 75 minutos y con una muy interesante alternancia entre las dos mujeres protagonistas de su historia. Comienza Jethica pareciendo una historia de acoso sexual y acaba abrazando al género en una secuencia postcréditos que, si bien traiciona en parte las reglas del universo previamente establecidas, abre el camino a una posible secuela urbana.
En las ciudades, fantasmas no faltan.