Por NACHO CABANA
Bien, hablemos de Antonio Campos.
Probablemente su nombre no les diga nada. Ninguno de sus tres largometrajes como director ha sido estrenado en España aunque se han podido ver en festivales. Como productor quizás se acuerden que aquella estupenda Martha Marcy May Marlene (2011) de Sean Durkin o hayan tenido la ocasión de ver en el último festival de Sitges The eyes of my mother (2016) de Nicolas Pesce (probablemente la mejor película de la edición del año pasado) que también tuvo al director de Simon Killer (2012) en la producción ejecutiva.
Intencionadamente o no, Campos se ha convertido en el principal protagonista de la estupenda selección del Americana de este año en donde ha presentado su tercer largo como realizador –Christine- y su nueva producción –James White– amén de estar involuntariamente relacionado con una tercera película con la que no tiene nada que ver.
Christine cuenta el hecho real en el que se inspiró la película Network (1976) de Sidney Lumet y puede ser percibida de maneras muy distintas si el espectador sabe lo que ocurre al final o nada más lo intuye. Aunque eso no es lo fundamental de la película. Lo que realmente interesa a Campos (como pasaba en Simon Killer) es retratar a un personaje a punto de estallar, independientemente de que lo haga o no. Y si lo hace, de cómo lo haga. Para ello recurre a insinuar en diálogo algunos datos que inducen a pensar que algo similar a lo que tememos que ocurra en cualquier momento sucedió en el pasado, pero nada más.
La tensión se va acumulando en el espectador sin que haya unos hechos objetivos que la vertebren, nada más por el complejo retrato que el director conjuntamente con el guionista Craig Shilowich hacen de la protagonista. Una protagonista admirablemente interpretada por Rebeca Hall que, como todas las grandes, no se queda en la mímesis con el personaje real sino que parte de éste para construir un ser humano complejo y atormentado sin recurrir a explicaciones psicológicas ni backgrounds atormentados.
Christine tiene además el atractivo de mostrar cómo se hacían los informativos en los años 70, antes de la llegada del video y supone todo un reto en la dirección artística de Molly Bailey y Jess Royal y vestuario de Emma Potter cumplen con creces.
Y es precisamente otro personaje a punto de estallar el que ocupa prácticamente cada plano de James White, escrita y dirigida por Josh Mond y producida por Campos. En ella, un excelente Christopher Abbott da vida a un hipster de clase alta neoyorquina cuyo estado de ánimo, visión del mundo y control de la ira se ven trastocados radicalmente por el cáncer que sufre su demandante madre (una Cynthia Nixon cada vez más parecida a Glenn Close). Mond logra con su carácter masculino lo mismo que Campos con su Christine, transmitir la sensación de que un estallido de violencia puede suceder en cualquier momento, si bien en Christine se adivina que será contra sí misma y en la que ahora nos ocupa contra los demás.
El director es capaz de mantener el foco en el personaje masculino durante toda la primera mitad de la película, resistiendo heroicamente los cantos de sirena que el cáncer materno le dedica. Lamentablemente, en el momento en que la película abandona sus intenciones iniciales para centrarse en los últimos momentos de vida de la progenitora, James White se convierte en algo visto cien veces. Bien ejecutado, es cierto, pero con mucho menos interés.
La Christine de Campos no tiene nada que ver con Kate plays Christine de Robert Green pero la casualidad hizo que ambas películas se generaran a la vez y se presentaran en la misma edición 2016 del Festival de Sundance. No habría lugar para la confusión si la segunda fuera un documental convencional que contara la historia real de Christine Chubbuck a partir de materiales de la época, entrevistas a gente que la conoció etc. Pero no es así. Green ejecuta un insólito ejercicio de mezcla de realidad y ficción (otro de los temas estrellas en este Americana 2017). Parte de una actriz real (que no es Rebeca Hall y nada tiene que ver con ella) llamada Kate Lyn Sheil (vista en la serie The girlfriend experience de Lodge Kerrigan y Amy Seimetz) que viaja a Sarasota, Florida para rodar un biopic sobre Christine Chubbuck (que no es la película de Campos, de hecho este largo no existe en la realidad) y aprovecha para hacer a título personal una investigación sobre el personaje.
Las secuencias del rodaje son, pues, ficción pero no los personajes y los lugares que visita Lyn Sheil en su labor de documentación (unos y otros si tuvieron que ver con el periplo vital de Christine Chubbuck). Tenemos, por tanto, a una actriz real metida en un periplo de ficción para interpretar a un personaje real de un largometraje inventado en el universo de Green pero no en el de Campos (y sin conexión alguna entre ellos) que va buscando y entrevistando y provocando a personas reales que trataron a la Chubbuck histórica provocándole una serie de crisis actorales y personales que no sabemos hasta qué punto están ficcionalizadas.
El resultado es curioso y sería menos confuso (aunque no totalmente diáfano) de no haberse producido la coincidencia de que a la vez que Green ficcionalizaba la investigación real de una actriz real para interpretar a un personaje real en un largo que no existe no hubiera estado Rebecca Hall rodando realmente ese mismo largo.
El colmo hubiera sido que Lynn Sheil y Hall se hubieran encontrado en la casa real de Chubbuck.