La vida es el paso de las estaciones. La naturaleza lleva siglos, milenios, mostrando lo que somos y nada seremos que ella no represente con todos sus sentidos y elementos. Quizás una mañana, al borde de la ventana que le ofrecía un espacio del mundo, Pina Bausch cayó en la cuenta de que la naturaleza del ser humano es simbiosis entre alma y cuerpo, al igual que el fango a los zapatos o el viento a las esquinas; y de este asombro, del descubrimiento de la belleza sencilla, de la sencillez tan bella de ser únicamente lo que somos, sin más artificio que el lenguaje en cualquiera de sus expresiones, con esta reflexión iluminó el oficio de la danza, el arte que vino a engrandecer con su figura espigada, sus brazos infinitos y la revelación sensible de sus ojos al cerrarse.
Ella misma lo comenta: La danza parte de aquellas situaciones que te dejan sin palabras. El duro trabajo de ser persona y de habitar el mundo desde la conciencia del instinto se vuelca en las coreografías de la artista y, por ello, surge de la creación de Pina Bausch lecciones de vida como la siguiente: la superación del miedo no se alcanza al aprender a levantarse, sino al dejarse caer en los brazos del otro, sin otra garantía que la confianza ciega de no chocar contra el suelo, así como recorrer la estancia poblada de sillas, y avanzar a sabiendas de que no tropezarás, pues los obstáculos serán retirados a tiempo. Se alcanza entonces el abrazo y la paz.
Por todo esto, Pina, la película espléndidamente dirigida por Wim Wenders en 2011, se siente y se interioriza como el hecho de la muerte cuando llega o el amor cuando se queda a ver pasar las estaciones.