Con una primera etapa como realizador llevada a cabo durante la segunda mitad de los años noventa, el canadiense Jean-Marc Vallée ha logrado conformar con el cambio de milenio un sello propio en sus películas: todas tienen como leitmotiv la introspección del ser humano en la búsqueda de su felicidad. Dicha pesquisa, viene esta vez endosada al carácter redentor de la misma y que ejemplifica la culpa cual monstruo, una gigantesca mochila, en este caso, que verá reduciendo su tamaño a medida que se vayan superando los obstáculos y los traumas que han llevado a que esta redención se convierta en vía de escape y renacer de una nueva vida. Matar al antiguo yo y resurgir de las cenizas con carácter renovado, a través de una plena conexión espiritual con la madre naturaleza.
Basada en Wild, la novela autobiográfica que Cheryl Strayed escribió entorno a su viaje a través de EEUU por el Sendero del Macizo del Pacífico (más de 4.000 km que van desde el desierto de Mojave hasta el Puente de los Dioses, en el límite entre los estados de Oregon y Washington), el encargado de traspasar a guion la novela ha sido Nick Hornby, autor de los libretos de An education (Lone Scherfig, 2009) y Alta fidelidad (Stephen Frears, 2000), entre otros; y contada a modo de viaje en el que se van insertando flashbacks de la vida de la protagonista, encarnada por una gran Reese Witherspoon dispuesta a volver a hacerse oír en Hollywood por su valía interpretativa (ya hace una década desde que se puso en la piel de June Carter y le llovieran los premios por En la cuerda floja, de James Mangold) y no como mera abusadora de la comedia romántica simplona.
Vallée otorga a los flashbacks, con los que construye la narración, el poder dramático que sirve como raíz del viaje (y por ende, la historia), apostando por una Laura Dern en estado de gracia como Bobbi, sufrida madre, estudiante universitaria y enferma terminal, y que ejecuta su papel fílmico como una suerte de guía espiritual de su hija Cheryl. Los espectaculares paisajes juegan a favor de un film que, apoyado en la sublime fotografía de Yves Bélanger (también presente como director de fotografía en Dallas Buyers Club), entremezcla la inigualable cartografía paisajística con la oscuridad de la culpa y el dolor, formando una simbiosis perfecta entre naturaleza y humanidad.
Para quienes lo crean, Alma salvaje no es tan sólo una guía de viaje a través de la Norteamérica más indómita, en cuyo aspecto puede llegar a tener alguna que otra reminiscencia a Hacia rutas salvajes (Sean Penn, 2007), por lo que a la plasmación de los paisajes se refiere; sino que también funciona en su moraleja, la cual puede pasar perfectamente como parafraseo de Edward Abbey: “Ser salvaje no es un lujo, sino una necesidad del espíritu humano”.
Perfecta para aquellos aventureros de corazón, dispuestos a dejarse llevar por la belleza de sus fotogramas. No se la pierdan.