El teatro también se lee. Suena a frase publicitaria, pero es cierto que un buen texto teatral es un gozo leerlo e imaginarlo, aún sabiendo que por rico que sea solo es un mosaico al que le faltan muchas pinceladas hasta verlo representado, porque el teatro se escribe para ser visto por el público. En Centroeuropa hay tradición de reunirse en familia o con amigos para interpretar música en la única compañía de los propios músicos, pero el teatro es inconcebible sin el público, dado que es el que completa en hecho teatral.
Aún así, yo he querido quedarme con la esencia de La piedra oscura, y la he buscado en su lectura: la cara de Rafael y Santiago tendrá la que el texto y mi imaginario particular me sugiera.
Alberto Conejero es un autor que posee un pulso extraordinario, y no solo como dramaturgo, también sabe mostrar sin juzgar, y sus personajes no están poseídos, son de carene y hueso con su grandeza y su miseria, sienten y respiran. En La piedra oscura centra su atención en un encuentro que imagina, y lo sitúa en la enfermería de una prisión cerca de Santander, donde pasará sus últimas horas un homosexual de izquierdas custodiado por un soldado del ejército golpista de Franco, que aún no ha cumplido los dieciocho años.
La situación creada por el autor nunca existió, Rafael Rodríguez Rápun, estudiante de Ingeniería de Minas, secretario de la Barraca y compañero de Federico García Lorca en los últimos años, murió a causa de las heridas sufridas por la metralla, y no fue ni arrestado ni fusilado, esta situación podría haber dado pie a una función fácil, en la que la batalla está ganada de antemano, demonizar a un personaje, victimizando y loando al otro, sin mesura, pero no. Afortunadamente al autor le sobra talento y sensibilidad, y nos hace una propuesta que por su propia honestidad desarma. El cancerbero está marcado como un joven confundido en su orfandad de parientes y educacional, y el cautivo como un hombre que no acaba de reconciliarse con sus miedos, por los que siente culpa: miedo por ser marica, miedo porque se lo llamen, miedo por amar, rencor contra sí mismo por haber renunciado a su amor con la única y gris compensación de no ser señalado con el dedo del desprecio, y lo peor, con sentimiento de culpa por haber dejado a su amor solo frente a la muerte.
Una vez leído el texto se entiende el porqué Conejero ha inventado una situación, y límite, quería que el personaje se viera forzado a verbalizar ese miedo desazonador e infinito de quien no acepta lo que le dicta su propio ser, y esa no aceptación le deja a merced de todo el quiera juzgarle.
La homosexualidad sigue siendo un lastre, por más que se haya normalizado en la sociedad occidental y urbana, quizá más en forma que en fondo, aún sigue costando la marginación e incluso la muerte. No quiero incidir más en el asunto, solo resaltar la vigencia de la obra, no voy a ser yo el que me permita convertir lo escrito en un panfleto, cuando Conejero ha logrado el malabar de tocarlo con una contundente mesura.
La piedra oscura es una obra para ver y leer, el texto está publicado por Ediciones Antígona, lo prorroga Ian Gibson y contiene las cartas escritas al autor por Alejandro Tantanian

Los actores Daniel Grao, Nacho Sánchez, en un momento de la representación de La piedra oscura de Alberto Conejero, dirigida por Pablo Messiez. Fotos marcosGpunto
La piedra oscura de Alberto Conejero se representa en la Sala de la Princesa (Teatro María Guerrero) del Centro Dramático Nacional del 18 de septiembre al 18 de octubre de 2015, de martes a sábado a las 19:00 horas y domingos a las 16 horas
Daniel Grao y Nacho Sánchez (Interpretes) / Pablo Messiez (Dirección) Elisa Sanz (Escenografía y vestuario), Paloma Parra (Iluminación), Ana Villa (Espacio sonoro) Fotos de: marcosGpunto / Coproducción Centro Dramático Nacional y LAZONA