Ajedrez para un Detective Novato, de Soto Ivars.

Ajedrez para un Detective Novato, de Soto Ivars.

Aquí sale un viejo rememorando su insólita y extravagante existencia. Porque esto no es una vida cualquiera. El viejo no salía sonriendo con su dentadura postiza de firmar el plan de pensiones de la Caixa y no le gustaban los gordos, ni los maricas, ni los cojos, ni la coca-cola. Al viejo le gustaban las ninfómanas y había vivido más que Drácula y Espartaco Santoni. Me he reído mucho con esta novela, también me he bebido muchas cervezas y he dormido poco. A eso lo llamo yo prosa rentable.

No es una novela para ofensas de frívolas metafísicas, y algunos de ustedes sabrán por donde voy. Existen las locas del coño; está novela está plagada. No pasa nada. Y existe cierto papel insustancial de la mujer frente a la figura detectivesca. No pasa nada, el detective de leyenda corteja y se da al beneficio lúbrico, pero no pierde los papeles más allá de la lascivia que calma las verdaderos sinsabores del verdadero detective,  como diría Bolaño. Por encima de banalidades sería importante que la peña aprendiera a leer las novelas.

 Existe el charme de los detectives y esa impronta de leyenda que regala dinero y mujeres. No queremos un detective blandito. Soto Ivars tampoco.

El narrador de Ajedrez para un Detective Novato no fue un niño que había nacido con una flor en el culo sino con un bosque de jaramagos en el mismo sitio. Esa angustia, la desolación de la orfandad, las monjas risueñas y crueles nos dan los primeros vestigios de que nosotros vamos a empezar a querer a este tipo, por el desamparo y la miseria, y a partir de ahí vamos a suspirar por su éxito. Claro instinto de que grandes aventuras nos esperan. Estamos contigo. Aún no sabemos tu nombre. Todo llegará. El tipo consigue establecer tres miedos: la pobreza, que su novia fuera una golfa y los mutantes. El más verídico de esa trilogía del miedo es el segundo. Y tanto.

– Me dejaron dormir unas horas y después volvieron a la carga. – Lloriqueó.  Temí que tuviera lesiones y traté de auscultarla, pero se quitó con suavidad mis manos de encima y musitó -. Ha sido la experiencia más preciosa que he vivido en mi vida.

Me quedé perplejo.

– ¿Te encuentras bien?

– Estoy muy agarrotada y quiero dormir – dijo frotándose la nariz como una niña pequeña.

– ¿Porqué llorabas si te ha gustado tanto?

– Porque me gustaría que tú fueras treinta hombres armados con látigos y porras. 

 

Le empezaremos conociendo como negro. Escribe novelas para el ilustre escritor Vélez de Pucela. Ahí su existencia es insípida. La cabriola añadida hacia la emoción es que aparezca Marcos Lapiedra. ¿Legendario? Correcto. Soto Ivars lo cuadra.

La novela tiene muchas metáforas precipitándose una detrás de otras y detonando la última alegoría a la precedente, principalmente por un motivo: las metáforas de Soto Ivars son buenas y siempre se retiene la última. Valgan paradigmas:

A lo largo de mi vida he tenido que regatearle a la muerte muchas otras veces. He bailado con ella, he bebido con ella, he jugado a la brisca con ella. 

Una luna rosa asomaba sobre las cabezas de los pobres de la tierra, parecía una rodaja de mortadela mordida. Lapiedra y yo recorrimos varios burdeles y bebimos océanos de alcohol. 

Desde que la esfinge Claudia Olsen me liberase de las garras del amor paranoico…

Y tan enigmático, viendo los preliminares.

Un episodio especialmente desternillante e imaginativo en el capítulo Patricio Cueto. Más alegoría, en  este caso iconografía de la bon merde. Todo es muy honorable y viene a modo de discurso y alegato fecal de un auténtico catedrático de la escatología.

Cagar da la vida. Reírse de cagar es reírse de la vida. No estás solo en tu retrete. Dignidad.

La novela no cree en la perpetuidad del héroe; sabe que toda gloria es transitoria. Y toda existencia legendaria tiene su declive. Marcos Lapiedra, el detective que va enseñando al narrador las intrigas y las trampas del oficio se va haciendo viejo:

El primer síntoma de la vejez es repetir historias , después viene el cambio de voz, que se agudiza y se adelgaza, y más tarde aterrizan los desvaríos en la azotea del carcamal. 

Soto Ivars, aunque tenga cierto aspecto de cantante pop melódico de Altea o de Bristol sabe escribir novelas siguiendo los rastros de los monstruos de la literatura. Ahí va Jardiel Poncela. Y ahí nuestro novelista Juan encadenando la escena inverosímil, irracional, la huida del chiste fácil (este tío hace humor pa listos y pa gente con ganas de reírse de su sombra ; me incluyo), humor con axioma, con intención intelectual, costumbrista, nunca chocarrera, dominio del drama y dosificación del desenlace. Eso se llama literatura. Conclusión: siempre hay ganas de pasar a la página siguiente y un motivo para la sonrisa.

Después hay crímenes, ninjas, mutantes, putas, explosiones de retretes, atropellos, funerarias, escatología, ninfómanas y los consiguientes tormentos, parodias sobre las huellas dactilares, psicodélicas prótesis de la biomedicina. La única contrariedad que ve quien suscribe este artículo, y como tal se trata de un asunto tan relativo como parcial, es que a veces se me hace densa la intención futurista del autor, y no discrepo que no sea trabajado e ingenioso concebir ese mundo de ninjas, mutantes y prótesis , pero prefiero el costumbrismo perverso, lúbrico e incluso nostálgico que a veces tiene esta novela que se lee de un tirón y se ahorra de barroquismos , exuberancias. Y gracias a ello brilla y deja sedimentos de satisfacción y tiempo ganado.

El niño ríe por alegría; es el primer escalón. El humorismo ríe con tristeza; es el último escalón. Aurora y crepúsculo, decía Baroja. Pues Ajedrez para un Detective Novato lo agarra a la primera. Chispeante condición para Soto Ivars. Todo frescura, y muchas cervezas. Avanti, que hay madera.

Ajedrez para un detective novato, Soto Ivars, Algaida, 2013 (Premio Ateneo Joven de Sevilla)

Autor

Javier Divisa. Mercader a tiempo parcial y escritor a intervalos fragmentarios. Autor de la novela Tres Hombres para Tres Ciudades, su segunda obra vio luz bajo el título Valientes Idiotas. Desarrolla su cáustica y rigor literario en reseñas literarias para Eñe y Revista Cultural Tarántula. Ejerce como articulista y cronista en CTXT y compagina la literatura con el business de la moda. Ha ganado algunos premios narrativos, todos sin la pertinente dotación económica, aunque eso es algo que podría lograr un mono con lobectomía cerebral. También ha sido incluido en diversas antologías de jóvenes autores de libros que están enterrados hace años en el cementerio de Père-Lachaise y no leyó nadie. Actualmente muere en Madrid, escribe varias veces todos los días a lapsos de quince minutos y nunca aparenta estar feliz en Facebook. Su tercera novela se llama Magdalena.

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