José Zurriaga es una de las últimas incorporaciones a la tertulia, y el otro día nos presentó su libro de aforismos.
José nació en Bilbao en 1961. Licenciado en Psicología, que no ejerce, y funcionario del Ministerio de Defensa, hace unos diecisiete años dejó Barcelona -de la que se siente ciudadano- por Madrid. Senderista, camina para medir con sus pasos el corazón de algunos paisajes.
El año 2004 publicó el libro de aforismos titulado Salvavidas para un instante.
Aforismos e instantes de José Zurriaga
Las gafas sirven fundamentalmente para que los miopes, astigmáticos, présbitas, etc. dejen de verse mutuamente cuando se las quitan; así abandonan sus tribus de nombres bíblicos y vuelven al redil de la masa
He aquí un ejemplo de aforismo, pensamiento breve que bebe de fuentes diversas y que dirige su caudal al embalse magmático de la vida. De la gafa a la masa.
Creo que me dediqué al género aforismo porque no es tal género, clase o subespecie. En un abrir y cerrar de ojos se forma un aforismo. Para el lector quiero decir, se abre y se cierra la puerta al vacío, es decir que no hay mediación, ni casi, casi, pausa valorativa frente a este tipo de pensamiento. El aforismo se planta ante el lector, como diciendo, aquí estoy porque hasta aquí he llegado, y luego desaparece tragado por la noche de la literatura, salvo que se encuentre compilado en un libro de aforismos.
Un aldabonazo: “Recuerda para no hacer. Haz para no tener que recordar”. Y de repente recordamos, recordamos que leímos…, ¿en La Rochefoucauld?, ¿en Pascal?, ¿no sería en Montaigne? Vuelta a empezar. La historia de los aforismos es circular, cíclica, porque se engarzan unos con otros sin saber muy bien donde empezó la cosa, ni mucho menos donde acabará. Esto tiene que ver quizá con su carácter de conciencia crítica de la literatura que los hace restallar con chasquido de látigo sobre la piel de cualquier texto que se presente. Un aforismo, un buen aforismo, vale mucho más de lo que cuesta, literalmente: se ha formado en el magma de la vida, encarnada en el pensamiento del autor, y ha surgido a la luz con mayor o menor esfuerzo, pero ha costado sólo eso, mientras que su valor se escribe con tinta indeleble sobre una piel que desea.
El deseo, el amor: “Quien ama su soledad puede amar al Maligno, esto es, a cualquier semejante en sus mejores y más lúcidos momentos; porque quien hace lo difícil, hace lo fácil.” Ante el amor, silencio: “El silencio es el puñal que mata todos los corazones, pero ten cuidado al empuñarlo, porque su uso exagerado te hará mudo.” Y también esfuerzo: “Esforzarse es amar ciegamente la voluntad, pero un amor que no es ciego no merece tal nombre.” Veamos una lección de vida: “La principal diferencia entre los animales racionales y los irracionales estriba en que los primeros yerran, pero no fracasan hasta su muerte (a defecto de ocasionales desmayos y depresiones), mientras que los segundos fracasan (y mueren), pero no yerran.”
Nadie escribe un libro de aforismos. Los aforismos van desprendiéndose de la mente del autor como gotas de una clepsidra, midiendo el paso de su tiempo vital…Salvo que se disponga de la musa burocrática, como es mi caso. Dicha musa recibe en horario de oficina, en hora fija y entreverada de interrupciones laborales de todo tipo. Pero mantiene el tipo durante media horita o así, cada día o cada dos días, tampoco hay que abusar. Me puse a escribir aforismos como quien no quiere la cosa y me acostumbré, me estabulé en mitad del camino de los aforismos que pasaron a través de mi, por así decir.
Y aquí, una confidencia, que podemos compartir entre todos: “Ser inteligente supondría una maldición, de no ser porque es el caldo de cultivo adecuado para la más amplia gama de experiencias ridículas». Otra confidencia: “La imaginación es la locura llevada al poder, y ahí arriba nadie se atreve a decir su verdadero nombre.” ¿Aforismo o microrrelato? “El león dormido sueña con una gacela cimbreante, la gacela dormida suela con un cuchillo que corta el viento (ella misma) y al tiempo le parte la yugular (el león). Es ella junto con su contrario y al despertar llegará la cancelación y morirá. La gacela tiene un destino, el león, mientras que el león tan sólo tiene un sueño y un bostezo.”
Confieso que he escrito. Componer aforismos, si no una necedad, al menos es un buen pasatiempo, como rellenar crucigramas o jugar al ajedrez. Otra confesión, que me hago a mi mismo, decidí escribir una compilación de aforismos porque quizá es el único tipo de libro de pensamiento al que no se le exigirá aparato de notas a pie de página…Sí, soy idiota, ¿y bien? Sólo cabe mirar para otro lado o mirar para dentro, que es lo que decidí hacer. Las confesiones, bien administradas, invitan al sueño. Durmamos un poco más el sueño de los aforismos.
La vida, sin más: “La vida es un desierto hecho de infinito número de relojes de arena rotos. Siempre pisamos los cristales, pero sólo nos damos cuenta algunas veces, cuando nuestro calzado necesita un remendón; entonces, descalzos, nuestra sangre gotea y da forma a alguno de esos infinitos relojes. Ése, precisamente ése, es el tiempo de nuestra vida que merece la pena.” Y por fin, hablemos de religión: “Es incierto que exista una religión verdadera y digna de todo crédito: véanse los juegos de azar en sus catedrales, sean casinos o estadios, y compruébese como los dioses obran regularmente el milagro de expresar su voluntad, dándoles la razón a unos y quitándosela a otros.”
No me resisto a terminar con un laberinto. “El laberinto es la cifra del Universo, pues la Naturaleza odia la línea recta y ama los quiebros, las vueltas y revueltas. Sólo el hombre quiere perderse y para ello concibió lo rectilíneo.”