Este año, que ha sido triste por tantas cosas, se ha llevado a mucha gente grande con él. Entre ellos a Sara Montiel, que para mí, como imagino para todos los criptanenses, era especial.
Siempre he dicho que quien no quisiera a Sara es porque no la había escuchado con atención. Su sentido del humor, su frescura y ese punto ácido en lo que decía, la hacían grande. Decían que se había convertido en una caricatura de sí misma, imagino que por las pelucas, las uñas largas, las transparencias, su amor por los brillos y los colores fuertes… bueno, yo no lo creo. Ella siempre tuvo ese punto barroco y sobrecargado, no hacía falta más que ver su casa, del que hacía a un tiempo gala y bufa, como en ese momento maravilloso en la cortinilla que hizo para MTV, o en su vídeo con Fangoria. Quizá es por el momento en el que estuvo tentada por la prensa del corazón y los novios cubanos. Observemos que le duró poco y que aquel muchacho tampoco se ha dejado ver mucho después por los platós. Será por algo.
Y ese algo, creo yo, tiene más que ver con esa manera que tenía ella de que le diera igual el mundo. Por eso había que escucharla para quererla, porque fue una pionera española en Hollywood, mucho antes de Penélope Cruz o de Javier Bardém, besó a Gary Cooper, se rió con James Dean, compartió planos con Burt Lancaster y jamás dejó de ser una señora manchega. La escuchabas hablar de aquella gente que ha llenado los sueños de generaciones como lo haría mi abuela de sus vecinos, con la misma humildad y humanidad. Incluso con ese punto de humor manchego tan característico.
Ella fue llamada la “Marilyn morena”, por su belleza dulce y fiera a un tiempo, de una perfección irrepetible. Hizo las américas y un día decidió volver, porque estaba cansada de hacer de mexicana o india, según ella. Tenía el sueño americano en sus manos y se volvió. Y no se arrepintió nunca. Nunca la escuchamos decir que le hubiera gustado hacer esto o aquello. Aunque, a mi modo de ver, sí se quedó con las ganas de decirle cuatro cosas a la María Félix a la que tanto admiraba y que ella misma ha contado que la trató como a un trapo.
Vino aquí como una heroína y rodó todas aquellas películas que para tanta imitación de drag queen han dado. Porque sí, ella también fue y creo que será por siempre, un icono travesti. Su carácter, su belleza, su forma de cantar y su mismo barroquismo, lo consiguieron sin más.
Hizo, no lo que tenía que hacer, que naturalmente no le causaba el menos interés, sino lo que de verdad quiso. No le importaba lo que dijeran de ella, lo que se suponía que debía ser o hacer, sino que fue siempre auténtica y buscó cumplir sus deseos, los que tenía en su interior y no los impuestos por la sociedad. Y eso, por encima de todas las cosas, es lo que la ha convertido en un icono. Es lo que causó la despedida multitudinaria en Madrid. Todos querían despedirla, pero sin pena. No debe sentir uno pena por alguien que ha hecho toda su vida lo que le ha dado la gana, que ha visto y vivido con plenitud y que en el día en el que muera, es bastante probable que le quede poco o nada por lamentar. Sara, Saritísima con su nombre también barroquizado, lo hizo todo a su manera. Y no sé si alguna vez cantó My way, pero sin duda fue su canción hasta el último aliento.

Sara Montiel y James Dean en una imagen que dio la vuelta al mundo, por ser la última del actor con vida