En la primera escena de «Yernos que Aman«, la obra de Abel Zamora, una artista que trabaja el vídeo-arte presenta a los integrantes de su familia uno por uno: su madre, su hermana, otra hermanas, su hermano, el novio de su hermano, a ella misma de niña, gorda como un trullo y comiendo. Solo deja fuera de juego al padre, lo vemos, pero es solo una silueta desenfocada al fondo. Como la artista nos informa: «eso que fuma al fondo es mi padre». Ese padre será «la ausencia», una ausencia material ahora y en esencia siempre, porque por lo que cuenta nuestra protagonista su relación era una relación de soledad compartida con cuatro hijos en común.
La protagonista de esta comedia coral es la madre, sus hijos y sus cuatro yermos, ni marido ni nueras. La función de Abel Zamora no en vano se titula «Yernos que Aman« a secas.
Está claro que el eje de la función es una mujer: madre, suegra…
He querido que la protagonista fuera la madre, porque he querido hablar de lo que representa la maternidad, lo que representa el ser madre y a las cosas a las que tiene que renunciar una mujer por el hecho de serlo. Como dice el personaje: es como una ficha del trivial que está dividida en quesitos, en parcelas, que cuando eres madre se eclipsan todas las demás.
¿Y tú recuerdas…? -me pregunta Abel, pero sigue hablando- Si yo pregunto a mi yo de pequeño, recuerdo a mi madre y solo veo una madre. Pero ella vivía su vida como mujer, pero yo no puedo recordar eso, para mí, mi madre era una madre siempre haciendo cosas de madre. Y mi madre es muy joven y tengo con ella una relación de amistad, salimos juntos y hacemos un montón de cosas juntos, y la llamo constantemente.
Pero en «Yernos que Aman» recreas a una mujer mayor, que la interpreta una actriz determinada, como es Mamen García, y pertenece a otra generación.
Sí, me interesaba hablar de la maternidad y de las relaciones de las madres con sus hijas en este caso concreto, porque nosotros estamos acostumbrados a vivir en familias desestructuradas, pero el personaje tiene una edad en que no es tan normal tener una familia así. No estaba educada para eso y para mí era interesante trabajar el cómo vive una persona mayor que se ha imaginado el futuro siendo una buena madre con una casa perfecta, unas cortinas perfectas y unos hijos perfectos, ver como se ubica y se tiene que reencontrar a sí misma cuando un golpe tan fuerte como el suicidio de un hijo le corta ese recorrido trazado.
No se suele corresponder nunca la expectativa con la realidad.
Sí, pero en mi caso no aspiro a tener un núcleo familiar como el que me han vendido siempre en el cine o en el cole, mis expectativas no van por ahí, pero una mujer de esa edad está como marcada desde niña. Y claro, si tienes una línea tan precisa y no se cumplen las expectativas, las cosas se desordenan como decíamos antes y te desorientes mucho más. Además, por un lado está la información que recibe del exterior que le dice que es común tener una familia como la que tiene, pero eso se contradice con lo que le han enseñado: que es que una mujer, que es el vértice de la pirámide de su familia, no puede desfallecer y tiene que tener unos hijos estupendos porque son los suyos.
¡Vamos que ha hecho algo mal con la receta de madre!
Sí, más o menos…cuando escribo una historia lo primero imagino una escena y luego todo va girando alrededor de ella. Y la primera escena que escribí de Yernos es la que tienen esta especie de cortejo entre la suegra y el yerno. Es lo primero que me vino a la cabeza. El hecho de que ella fuera más mayor me parecía un contraste positivo. Como creo que Mamen tiene mucho royo para poder atraer a un hombre, porque tiene mucha personalidad y sale amor por sus poros.
Me encantaba contar la historia de dos personajes -me encanta decir desordenados- desordenados y frágiles que se encuentran en un momento donde la edad da igual, porque lo que necesitan es recibir ese amor que aparece de la nada.
Es muy precisa la palabra desordenada, en las familias en forma y fondo siempre hay desorden afectivo, de lugar, de tiempo, largos silencios, ruidos…
Claro, Mamen me decía, «porque tengo que salir y entrar todo el rato», yo recuerdo ese movimientos, y yo no soy de familia numerosa, pero cuando nos reunimos es normal que unos entren y otros salgan, que haya conversaciones paralelas y mi reto es que dentro de toda esa suciedad hubiera una limpieza escénica. Con eso he sido muy pesado porque era lo que más miedo me daba. En la última escena que estamos todos en la mesa todo es muy caótico, pero tiene que ser así, porque el tipo de espacio donde se representa y por lo que decíamos de que hay algo cinematográfico. Si el espectáculo se hiciera en un escenario a la italiana tendrías que focalizar toda la atención en algo, pero a mí me gusta mostrar ese movimiento, la gente somos sucios en la manera de relacionarnos y en las familias más.
En esa última cena se establece el nuevo orden familiar, la relación de las hijas con los yernos ya están claras, y la de la misma madre. El detonante de la obra es la muerte del hijo -Ramón Villegas-, y la viudedad en la que entra tu personaje.

Abel Zamora interpreta al novio-viudo que se niega a olvidar en «Yernos que Aman». Foto de Luis Muñoz Díez
Me emocionó cuando la madre dice que su hijo se tiene que ir de una vez, porque está muerto, y cuando se va literalmente porque vive y habla contigo, a mí me dio mucha pena, porque te quedas sin nada, es como cuando estás muy enganchado con alguien, si viniera tu hada con su varita mágica y te ofreciera olvidarlo todo dirías «no quiero que se me quite, no quiero que se me pase, lo único que quiero es que vuelva esa persona».
No, no quieres que se te quite, no quieres superarlo, si se va él me quedo como en nada, con una risa nerviosa y extraña, porque ya no soy personaje, pierdo totalmente la entidad. El fantasma lo hemos trabajado sin tener claro si era realmente un personaje real o estaba solo dentro del imaginario de mi personaje, pero el público lo ve, lo oye y lo juzga
A mí lo que me interesaba mostrar es cómo se queda alguien, en este caso mi personaje o el de la madre, y no importa ni porque se ha suicidado el hijo y novio, ni porque hay una ausencia de padre, da igual, lo que importa es la situación que provoca…
En todas las parejas marcas una relación de manipulación muy clara, y dejo claro que si alguien manipula es porque otro se deja.
En la relación de mi personaje con el fantasma -Ramón Villegas-, no está claro si es tan destructivo o es mi personaje el que lo imagina como un torturador. Mi personaje dice en un momento esta frase: «No recuerdo las cosas bonitas, porque solo pienso en las cosas malas que pudiste hacer».
«Ni olvidas ni aprendes», me gusta esta frase
¿Por qué nos sentimos tan cómodos en los estados dramáticos y nos regocijarnos? -me pregunta Abel antes de seguir hablando- Yo soy una persona positiva, soy alegre y recuerdo que cuando era adolescente me gustaba amargarme la existencia, me encantaba ponerme música triste, mirarme en el espejo mientras lloraba. Y me sentía muy cómodo así, y eso es muy peligroso porque yo veo amigos míos que están muy anclados en ese tipo de estados.
Es normal, la vida tiene una gama de grises y tenemos partes mas oscuras. El gozo y el dolor son componentes de la vida, y eso que dices de la adolescencia es normal, es una necesidad de tener experiencias, se tiene prisa por rellenar el álbum de fotos de los sentimientos, y si aún no se ha tenido una experiencia, pues se provoca.
Yo tengo muy despierta la gama de grises, un día me levanto feliz y otro me caigo, es lo malo de la bipolaridad…-Abel se ríe, sabiendo que emplear de una forma coloquial la palabra bipolaridad es exagerar-.
A mí también me pasa, pero los picos altos compensan y mucho…
Cuando era pequeño estaba en la cama e imaginaba mi entierro…
¡Qué bonito!, y ¿cómo te veías?
No, yo no veía, veía como me lloraban…y eso me provocaba una emoción que me hacía llorar, y era algo muy placentero. Es algo extraño.
No es extraño, todas las situaciones que mantenemos, por desdichadas que parezcan, es porque nos proporcionan algún gozo.
Hay personas que se instalan en una situación constante de pena y ya los has intentando ayudar y ves que no puedes, que hay regocijo en su pena, y llega un momento que tampoco les ayudas escuchándolos.
En esos casos les da igual el interlocutor, el que escucha es un mero receptor de la recreación gozosa de su sufrimiento, por lo tanto intercambiable.
Sí, es lo que llamo Bukake psicológico, que ellos continúan a lo suyo y a ti te dejan perdido.
Abel es rápido asociando ideas, yo contribuyo a la escalada, y como enlazamos un tema con otro, le comento que quizá nos estamos alejando de Yernos.
Nos hemos ido, pero tampoco nos hemos ido tanto, porque lo que hemos hablado tiene mucho que ver con la obra, el personaje de la hija más joven, que hace María Maroto, dice ha tenido cáncer psicológico, y que se sentía fatal porque sabía que era solo una forma de llamar la atención. Como esas cosas que se hacen cuando uno está borracho, que cuenta que tuvo un amigo con cáncer del que no te has podido despedir y eso lo haces por llamar la atención y al día siguiente te da vergüenza.
En las cuatro o cinco parejas parece que de entrada marcas a uno como manipulador y al otro como manipulado.
Yo no sé contestar a las preguntas de por qué, porque yo lo que quiero es contar una historia, y lo que me importa es contar una historia de unos personajes en un momento, lo demás si aparece yo no soy muy consciente de ello, y las respuestas las da el espectador que ve la función.
Pero esa propuesta la hace el autor, y tú en este caso propones a la hija mayor como una mujer que humilla y pega a su marido – la pareja que interpretan Marta Belenguer y Manuel Caro-.
Sí, pero yo propongo eso pero ayer hubo una persona que le dijo a Marta: «yo entiendo que tú personaje maltrate a su marido, porque yo lo veo a él, y está pidiendo que lo maltrates». Es ella un verdugo en sí, o es la victima quien lo convierte en verdugo, como en la copla arrástrame por este camino pero quiéreme.
El maltrato físico, y el psíquico, que es mas difícil de probar, no viene de un día y el manipulador avanza exactamente lo que la víctima le permite. Ella está enferma y le achaca todas sus desgracias a él, y nadie puede ser el causante de todas tus desdichas solo por el mero hecho de estar. Por cierto, que bien están Marta Belenguer y Manuel Caro.
Manuel Caro lo hace muy bien, hace el rol que estamos acostumbrados a ver representar en la ficción por la mujer. Y no tiene nada de femenino, pero si nombras la palabra maltrato imaginas siempre a un hombre maltratando a una mujer, y Marta también está muy bien.
Ves ese giro de rol y ese rasgo lo eliges tú como autor.
Sí, y me encanta, para mí los personajes son como si estuviera jugando con muñecas. Unas muñecas que las he creado yo, y juego con ellas a que se relacionan y les pasan cosas. Y hago lo que a mí me parece divertido o estimulante, sin pensar en la consecuencia que puede tener, ni en la reacción que puede provocar en los demás, por eso me cuesta contestar a los porqués. Porqué esto y no lo otro, porque en realidad no lo sé. Me gusta mucho explorar los personajes masculinos y alejarlos de los estereotipos del tópico del macho de una pieza insensible, como lo que yo he podido mamar de pequeño en las películas.
Hay que destruir los tópicos, porque son engañosos y hacen daño.
A mí hay una cosa que me da muchísima rabia. Me encargaron un texto y me dejaron libertad para que hiciera la que quisiera, y yo puse a interpretar a dos hombres, dos personajes femeninos. El uno representaba a su madre y el otro a su mujer. Y me dijeron que les parecía un texto totalmente misógino porque los dos personajes que aparecían eran personajes malos. Cuando escribo un personaje no me planteo si agrada a las feministas o a nadie. Hay mujeres que son unas hijas de putas, y si se escribe una obra en que las mujeres que aparecen en la obra son unas cabronas no tiene porque pasar nada
Repartir la bondad o la maldad por géneros o condición sexual es a lo poco discriminatorio.
En Yernos que Aman no hay personajes ni buenos ni malos, todos tienen sus grises, como decíamos antes, y tienen cosas bonitas. No hay ningún personaje que se pueda decir que es malo.
Si ponemos como premisa que se es malo cuando se actúa con premeditación, el personaje de Juan Caballero, el pretendiente de la hermana pequeña –Maria Maroto-, es malo.
Juan es encantador, un chico majísimo, y el personaje del pepero lo escribí especialmente para él, tiene una simpatía que la trae de serie, cuando habla con la madre es tan encantador, tiene algo como persona que es socialmente guay, que cae bien a la gente, porque es cariñoso porque es majo.
Para mí es el personaje mas odioso de la obra, Juan Caballero, pero me encanta como actor y borda el papel, pone cara de bueno todo el rato pero goza con el sufrimiento de la ex gorda, mientras se hace pajas viendo como come magdalenas.
A mí me parece hasta entrañable.
Pues yo a él sí que le veo malo, el personaje de la maltratadora me parece más una patología con cierta complicidad con la víctima, pero a este lo veo malote, aunque esta pareja es a tres: Juan, Maria y el hada –David Matarín– de las narices.
¿Qué te parece el hada?, a mí me encanta, para mí era importante que fuera el hada el que dijera que esto es lo que hay, porque siempre tienes la esperanza de que haya algo mejor que te está esperando en algún lugar, y el hada dice «vengo del puto mundo de la fantasía y me cago yo en la boca del amor», porque el hada habla muy mal.
Por un lado lo que dice el hada es desolador y por otro lado cierto, dado que el hada es ella misma desde su lado desolador, porque el hada solo vive en su imaginación. Pero no es que se diga que baje el listón, sino que se empuja a una relación que le hace sufrir.
Pero no va a encontrar nada mejor.
Pero más vale estar solo que mal acompañado con el pepero pajero, aunque claro, es ella misma la que se lo dice y no tenemos mayor enemigo que nosotros mismos.
¿Por qué lo encuentras negativo?
Yo no lo encuentro ni negativo, ni positivo, lo que veo es resignación, porque a ella no le gusta.
Pero en este caso, te estás tragando algo que en el fondo puede llegar a gustarte, si a ti te encantaba comer y a la persona a la que amas le gustaba que comieras… Ella adelgaza porque piensa que así le gustará más, y si ahora vuelve contigo, ¿qué más te da que se masturbe mientras tú estás comiendo magdalenas?
Entonces lo suyo es que al final volviera a estar gorda como un trullo y siendo feliz a pata suelta. ¿Hay gente mala?
Sí, no se puede decir «esta persona ha hecho esto, porque le había pasado aquello», al final son excusas, el sentido común tiene que estar por encima de todo. Vives en una sociedad. Quien llega tarde es porque quiere.
Nos quedan los personajes que interpretan Mentxu Romero y Emilio Gavira, a mí me gusta mucho esa pareja, quizá es la relación más madura de las cuatro, porque él es de una pieza, tiene un seguridad y un empaque que le hacen muy atractivo, y que ese bellezón se enamore de un hombre así, deja claro que lo que te fascina, te enamora y te retiene es la persona.
Emilio, es un hombre muy culto que sabe mucho de teatro y escribí el papel para él. Me apetecía que un personaje como el que hace Metxu se enamorara de un hombre tan atractivo y tan masculino, un hombre que rechaza la idea del amor porque le parece que no hay que dejarse llevar por el sentimiento y que las cosas hay que afrontarlas de una manera más intelectual.
En su personaje no hay ninguna pose, le gusta tomar una copa de buen vino mientras ve una película iraní, yo conozco a gente así, y él lo dice, «te lo creas o no a mí me gusta», y en ella también sabe lo que quiere, que es ser una novia normal. Son diferentes, es como en el arte, yo soy muy cazurro cuando veo un cuadro que es una puto triángulo y una mancha, si alguien se queda alucinado me parece que me está tomado pelo, y yo lo digo, «esto es una bazofia y nada más», mientras alguien alucina con el cuadro
¿Quieres añadir algo más a esta entrevista larga y desordenada y en la que queda tanto por decir como en toda familia que se precie?
Sí, que para mi esta obra ha sido muy especial porque he estado en muchas obras como actor, o autor con varios directores, pero en esta es en la que mas implicación nos ha llevado a los actores, yo no soy un actor de método y no hago una concentración, pero está función nos ha obligado a todos a exigirnos algo de implicación personal que no se puede explicar, y no es tan fácil conseguir que en una compañía que hay tanta gente y se lleven todos bien.
Y ahora te hago yo la última pregunta Abel, ¿eres tan escéptico en el amor como tú hada?
Para nada, yo creo en el amor, y tengo muchas esperanzas.
No te deseo ni suerte ni fortuna Abel, porque ya la tienes, tener dos funciones en cartel como autor, director y actor, como «Yernos que Aman«, con diez actores en escena en La Pesion de Las Pulgas, y «Pequeño drama sobre arena azul», con seis en La Casa de La Poretera, llenando a diario. No hay duda que ni fortuna ni agallas te faltan.