La 62 edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián pasará a la historia. A ella no llegó Bette Davis (ya no quedan estrellas tan relumbrantes) pero sí una selección de películas admirables, algunas entre lo mejor que ha dado la cosecha de 2014. La soberbia calidad media de las películas presentadas a concurso, así como los grandes fichajes para Zabaltegi o Perlas, ponen en evidencia el gran trabajo realizado por José Luis Rebordinos y su equipo, pendientes en contentar a esos dos enemigos irreconciliables sobre el patio de butacas: el espectador de las salas de multicines que selecciona las películas por el rostro de sus actores o el número de explosiones, y el curtido cinéfilo de turno, tan exigente como apasionado. Pero vayamos por partes, como son tantos los títulos a reseñar, en esta primera entrega solo hablaremos de la sección oficial, aquella con estrenos a concurso, en la segunda parte analizaremos las secciones temáticas: Zabaltegi, Perlas, Nuevos Directores y Horizontes Latinos.
Si antes comenzábamos afirmando que esta edición de Zidemaldia pasará a la historia lo hace en buena medida por el premio doble a Magical Girl, segunda película del cineasta madrileño Carlos Vermut y la gran triunfadora del festival. El jurado ha apostado por una renovación en los modos y formas del cine español. Este empujón a una película tan modesta en presupuesto –pero tan ambiciosa estilística y formalmente-, marca un cambio de paradigma en esa añeja forma de entender el Cine Español. Así, con mayúsculas. Esa Marca España que huele a rancio con sus fórmulas anticuadas, en buena medida gracias al inmovilismo de unos cuantos estómagos agradecidos a las susodichas subvenciones, pero también a unos espectadores que tienen en la saga Torrente el título modélico para la taquilla. En medio, en una especie de tierra de nadie, un grupo de cineastas con cierto prestigio que han querido ir retirándose progresivamente de las grandes circuitos de exhibición, o bien porque sus inquietudes artísticas les han llevado por aventuras personalísimas y arriesgadas (Martín Cuenca, Rosales, Guerín…), o porque lo han intentado y no conectan con el gran público. Sirvan como ejemplo los sonoros fiascos de El muerto y ser feliz de Javier Rebollo o de Murieron por encima de sus posibilidades (proyectada afortunadamente fuera de concurso) de Isaki Lacuesta.
Pero volviendo a Magical Girl [fotograma arriba], con la película a punto de estrenarse, resulta osado aventurar un éxito de taquilla que ratifique la decisión del jurado internacional, aún contando con una buena campaña, Carlos Vermut ha sacrificado toda concesión a un espectador pasivo y televisivo para contar una historia. Su historia. Con nuevos referentes, un predominio de los personajes sobre la trama -bastante abierta y sugerente-, y certeros golpes de ingenio, Magical Girl deslumbró en su pase oficial en el Kursaal, donde recibió una gran ovación. Todo es admirable en el film de Vermut, consiguiendo mantener continuamente el interés sobre la película dosificando el suspense con asombrosa maestría, instaurando incluso un icono nuevo para el cine español: la caracterización de una Bárbara Lennie que está magnética y terrible. Y lo de José Sacristán siempre es de otra galaxia.
Pero no fue la ganadora de la Concha de Oro la única gran película de la sección oficial. Mia Hansen-Løve regaló con Eden [fotograma arriba] otro de los títulos del año. La pareja de Oliver Assayas cartografió las experiencias de toda esa generación que vivió la evolución del house en lo noventa con el éxito del dúo Daft Punk en un segundo término. La directora francesa parece prescindir también del interés de la trama, típica historia de auge, caída y redención del héroe, para centrarse en la música y los ambientes festivos. Especial énfasis es el que la directora pone en retratar a esa colectividad tan propia a las multitudinarias raves, donde la música electrónica y las drogas hacen entrar a sus incansables bacantes en un éxtasis orgiástico donde se disuelve la individualidad. Eden destaca también por vertebrar el relato en torno a un importantísimo track list, como si fuera una nueva variedad de musical donde las canciones reclaman su protagonismo sin tener que ser interpretadas, evidenciando la evolución del garage (ese deep house de raíces negras) en un continuum de 4 x 4 que invitan a bailar con los protagonistas de la historia. Algo que puede recordarnos, salvando las distancias, a aquella película de Ettore Escola titulada El baile (1983), donde se narraba parte del siglo XX a través de las modas y las músicas en una sala de baile. Este desvío del foco de la trama, con propensión a las luces estroboscópicas y otros efectos visuales en plan Millenium Mambo (Hou Hsiao-Hsien, 2001), puede despistar a los espectadores menos avezados, pero ayuda a ampliar la paleta de colores del toque Hansen-Løve.
En conjunto, las películas españolas destacaron especialmente con dos títulos a tener en cuenta, el acertado thriller La isla mínima de Alberto Rodríguez, que se antoja forzado en momentos y algo mal rematado, con un epílogo innecesario y reiterativo. A su favor, sabe plasmar un ambiente turbio y reconocible, con una dirección de arte pendiente de todo para imprimir veracidad a esa España de principios de los ochenta, dominada por el fantasma del Franquismo y la crónica de sucesos del periódico El Caso. La escena de persecución de coches a través de las marismas es absolutamente imprescindible. Mucho más dramática, Loreak (Flores)[fotograma arriba] de José María Goneaga y Jon Garaño, expone con un cuidado excesivo, el tsunami emocional provocado por unas flores sin remitente, como en la canción de Cecilia. A pesar de que la película funciona bien y es un título estimable, la fijación de de sus directores por forzar los planos de manera injustificada en busca de una supuesta entidad autoral emborrona el resultado, así como ciertas decisiones de guion, dejando a Loreak a medio camino del buen destino en el que se había embarcado el proyecto. También se desinfla la ambiciosa Autómata, gran producción de Gabe Ibáñez con la participación de Antonio Banderas que prometía una variación de Blade Runner (Ridley Scott, 1984) a la española pero que, a pesar de su encomiable propósito, acaba naufragando. Fuera de competición se pudieron ver dos títulos controvertidos, por un lado Lasa y Zabala de Pablo Malo con un atrevido punto de vista sobre el conflicto vasco, al que la producción televisiva lastra en exceso tanto en su guion como en su realización y a pesar de su gran casting; y Murieron por encima de sus posibilidades de Isaki Lacuesta, el retorno del ganador de la Concha de Oro en 2012 con Los pasos dobles, que superó las peores sospechas del porqué de su exclusión de la sección competitiva.
La siempre generosa cuota francesa también entregó varios títulos reseñables. Por un lado, Cédric Kahn se llevó el Premio del Jurado con Vida salvaje [fotograma arriba]de una manera inesperada, a pesar de que su película se deja ver con agrado, es interesante, está rodada con eficiencia y formula preguntas enriquecedoras sobre los conflictos que aparecen cuando se intentan plantear otros modos de vida. François Ozon repitió, para no perder la costumbre, con Una nueva amiga, comedia supuestamente subversiva que cae en los peores chistes de hombres vestidos de mujer, frivolizando con el tema de la transexualidad y la identidad de género. A Juanito Navarro le hubiera gustado. Peor aún y, afortunadamente fuera de concurso, Olivier Nakache y Eric Toledano volvieron para vivir de las rentas del incomprensible éxito de Intocable (2011) con otra interpretación del mismo tema en Samba.
No faltaron tampoco grandes nombres de otras nacionalidades con títulos que se antojan menores. Susan Bier, que estrenará su primera producción hollywoodiense tras ganar el Oscar, participó con Una segunda oportunidad, tremebunda historia de maltrato infantil, mientras que el veteranísimo Billie August afinó más con Silent Heart, cuya protagonista, Paprika Steen, fue premiada con una indiscutible Concha de Oro a la Mejor Interpretación Femenina. Tampoco es despreciable Phoenix [fotograma arriba] , el nuevo título de Christian Petzold, pero el inverosímil guion resta fuerza a esta historia con ecos de Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958), eso sí, con la discreción con la que pasó por el festival se llevó bajo el brazo el Premio FRIPESCI. La cuota coreana se completó con el debut del guionista de Memories of murder (Bong Joon-ho, 2003) Shim Sung-bo en Sea Fog que evidencian la compleja recepción en el festival de películas de género más allá de la comedia, el drama y algún thriller sin demasiados excesos. Mucho mejor acogida tuvo La Entrega, la única película norteamericana a competición, con Premio al Mejor Guion firmado por Dennis Lehane. El bosnio Denis Tanovic aterrizó con una producción india, Tigers, película de resultados inversamente proporcionales a su admirable denuncia contra la gran multinacional del chocolate.
El cine latinoamericano, tan apreciado por programadores y público en el festival, estuvo representado en la sección oficial por dos títulos sugerentes. La chilena La voz en off de Cristián Jiménez y la argentina Aire Libre [fotograma arriba]de Anahí Berneri, de tibias acogidas a pesar de su nivel. A la producción canadiense Félix & Meira de Maxime Giroux y a la austriaca Casanova variations de Michael Sturminger les tocó llevarse las peores notas e impresiones, aún aterrizando la primera con un Premio en Toronto y con el protagonismo del gran John Malkovich la segunda.