Poro NACHO CABANA
Los grupos de amigos, familiares (o ambas cosas al tiempo) que no se cuentan las cosas, que mantienen entre sí secretos y vidas paralelas, constituyeron la base dramática sobre la que Cesc Gay erigió buena parte de su filmografía hasta Una pistola en cada mano. Nada se contaban entre sí el grupo de amigos de En la ciudad (probablemente, su mejor película) pero tampoco lo hacían los de Ficción (el menos logrado de sus largos) pasando por el brillante ejercicio de metalenguaje que fue V.O.S.
En 53 diumenges, la obra de teatro que está llenado (todo lo que se puede) el Romea barcelonés, el responsable de Truman utiliza los secretos y mentiras de tres hermanos para levantar una comedia donde los personajes se mienten de dos en dos sabiendo uno de ellos que el otro lo está haciendo.
Añádase a todo ello la destreza en los diálogos y la agilidad en la puesta en escena ya demostradas por Cesc Gay en Els veïns de dalt (obra adaptada a su vez para la gran pantalla con el título de Sentimental) y se obtendrá un espectáculo que, sin tener una situación cómica tan atractiva como la de su anterior incursión teatral (el choque entre un matrimonio tradicional en crisis y una pareja liberal) logra parecidos niveles de comicidad, ritmo y buen hacer.
Todo parece indicar en el inicio de 53 diumenges que vamos a asistir a la enésima cena (ya he comentado en más de una ocasión el uso y abuso de este recurso sobre las tablas catalanas) donde un núcleo familiar va a hacer estallar sus relaciones con la excusa, en esta ocasión, de un padre anciano que ya no puede seguir viviendo solo.
Sin embargo, esa reunión familiar no llega. O no se produce como tal. Gay juega a posponerla sucesivamente para poder contar en cada uno de los actos con diferentes interacciones entre dos de los tres hermanos hasta que produce la discusión final entre todos, con la esposa del anfitrión repartiendo juego pero sin participar en el conflicto.
Es Àgata Roca la encargada de presentar en apartes a los espectadores a los miembros de su familia política, describiéndolos sin rodeos (al modo de la biblia de una serie de televisión) para que así no tenga el autor que dedicar tiempo a diálogos que obliguen al espectador a deducir las respectivas perspectivas cómicas en el conflicto venidero. Una estrategia algo facilona pero eficaz que permite a Pere Arquillué entrar directamente a construir a un actor (falso perdedor) que acaba de ser elegido en un casting para hacer de tomate en un anuncio de gazpacho, y enfrentarlo tanto al hermano encarnado por Lluís Villanueva (falso triunfador) como al que da cuerpo Marta Marco (mujer frustrada oculta tras la permanente complacencia con los demás).
La estrategia funciona estupendamente, sobre todo porque el drama que les intenta reunir (la senectud del patriarca) no es el centro de las conversaciones (o lo es de manera solo colateral) sino su detonante (que además es utilizado para crear running gag) y conclusión. El tercer acto se alarga un poco, pero no rompe el ritmo logrado en los dos anteriores y el prólogo.
Arquillué, Marco y Villanueva están espléndidos en sus personajes, transmitiendo en todo momento que, como dice Gay, “la misma sangre corre por sus venas y están irremediablemente unidos, condenados a ser una parte de los otros a pesar de todas las peleas y discusiones sin fin”. Roca, ya lo he dicho más arriba, tiene poca oportunidad de lucimiento debido a lo estrictamente funcional de su personaje, aunque, en las pocas ocasiones en que puede, transmite los muchos años de buena convivencia y conocimiento con/de su cónyuge.
La escenografía de Alejandro Andújar es un tanto demasiado “a la madrileña” con los mínimos elementos necesarios para crear los dos ambientes necesarios para ambientar la trama; cuando los actores pasan de la cocina a lo que se supone que es el comedor, hay algún problema para escuchar nítidamente lo que dicen.
El vestuario de Anna Güell es claramente escaso, no porque los personajes tengan tendencia alguna al nudismo sino porque, al desarrollarse la acción en varios días diferentes, los actores no se cambian de ropa desperdiciándose de esta manera una oportunidad de separar visualmente los tiempos presentes en el texto.
52 diumenges estará en el Romea hasta el 28 de febrero y no sería de extrañar que prorrogara, fuera repuesta la temporada que viene, encontrara acomodo en otro escenario, tuviera su correspondiente versión en castellano y, quizás, adaptación fílmica. Tanta es su habilidad.