Demasiado teatro o la nimiedad del que desea ser y no puede serlo

Demasiado teatro o la nimiedad del que desea ser y no puede serlo

No debemos permitir que la representación

 triunfe sobre la expresión.

No me reconozco en un uso normativo del arte político

El Sacrificio como acto poético, Angélica Liddell.

 

Por Carlos Costa

A juzgar por el título, podría quemárseme en una plaza pública. Cubierta de butacas de terciopelo rojo y visones de pelo de zorro. Pagando para mi muerte, lo que el director que me vaya a matar/lapidar tenga como segundo nombre. Su apellido.

Demasiado teatro, como si el teatro en grandes dosis fuese tóxico.

Demasiado teatro, como si existiese el contable demasiado a la hora de hablar de un arte que, parece ser, ya no le importa ni a los implicados.

No, no es que haya demasiado teatro. Es que hay demasiada mentira. Demasiada patraña disfrazada de autenticidad.

Me explico:

Demasiado teatro, para mí, es demasiada mentira. ¿Qué quiero decir con esto? Que estoy cansado y harto de ver teatro mentiroso, engañoso, falso, cobarde. ¿Qué es el teatro falso, cobarde,… etc? Vale. Difícil cuestión. La expondré por puntos:

  • El teatro cuyo borrador es siempre el mismo. Misma fórmula aburrida y burguesa que entretiene a la masa. Entiéndaseme que no digo masa como algo completamente masivo, ya que el teatro en estos tiempos jamás podrá ser masivo, sino como ese teatro comercial que llena las butacas y que, para mí (lo repito mil veces para los eruditos que sepan mucho más que yo sobre el teatro) pierde totalmente el que, para mí, es el objetivo del arte: mover y hacer cambiar, sino es el mundo, tú propio mundo.

  • El teatro impersonal, que sufre el que sus directores/creadores/dramaturgos, no se metan desnudos y valientes en su propio material. El arte jamás debería ser impersonal, el creador debería meterse con su propia piel dentro de él. Debe meterse en el como si fuese un pedazo de su corazón que él mismo desprende de sí, para exponerlo en el escenario y darle patadas, hostias o lo que sea que fuere. Y no me jodáis, el teatro que estoy harto de ver hoy en día es apegado, frío y sin verdadera valentía para exponerse. Y esto sucede (vuelvo al punto uno) por la fórmula desgastada que nos otorga fácil dinero y complacencia para el público.

  • El que siempre está en los grandes carteles. Osea. El teatro de apellido. La élite del momento.

  • El que tiene miedo a decir su verdad. Que no es que la verdad sea algo concreto, sino que cada uno posee, o debería poseer, la suya propia, exponerla, ganarse coloretes de vergüenza, incluso detenciones por la ley mordaza, o, en el mejor muy mejor de los casos, un aplauso digno. De esos que ya no quedan porque aplaudimos por inercia. Nos guste o no lo que vemos. El arte siempre va por delante de la política, la sociedad y la vida.

  • El teatro que no lanza un discurso, sino que sirve para erizar un poquito (que no mucho) las pieles de los grandes entendidos y elitistas personajes que acuden a las salas de teatro.

 

-Uy, yo es que sé cuál es la última obra de Chéjov. Y no lo sabe ni él.

– Ah, pero, ¿Chéjov no está muerto?

– Sh, qué va, tú sígueme el rollo que eso no lo sabe nadie.

Vamos, que la masa erudita-elitista entiende de todo, sabe de todo, y puede ser como la Santa Inquisición, que guardaba el orden y el bienestar.

Y voy a desarrollar este punto, antes de que todo el patio de butacas piense que simplemente soy un hater (palabra super de moda y super guay) por el hecho de que padezco el síndrome de la envidia escénica: No. Lo siento. No quiero pertenecerle a la élite. Sigo teniendo mi cabeza (aunque cada día peor) para pensar lo que desee, decir que la última función de fulanito da pena, que la de menganito es basura y que la de oléolé es maravillosa. Y no es que lo que yo diga SEA la verdad. Ni que yo sea el antisistema que va contra todo y odia todo. Ni de que haya que hacer teatro como yo digo u opino. No. Ni yo soy una estrella, ni soy un erudito, ni soy un rupturista, ni un moderno, ni hago teatro chic, ni soy una excelencia teatral, ni lo seré, ni me apetece, ni quiero, ni deseo serlo. Sólo soy un chico que necesita gritar, revolcarse, cagarse en todo, vomitar y decir SU verdad. No sé escribir, ni dirigir, ni siquiera actuar (habiéndome formado en todo ello) pero sí sé de algo, y es del aburrimiento que sufro al ver siempre, siempre, siempre lo mismo. Y como estoy harto de la gran realeza teatral, y creo que tiene gran parte del adoctrinamiento de imbecilidad al pueblo, pues chico, esto es lo que me sale. QUEJARME.

Podría quejarme de subvenciones, de programaciones, de salas alternativas que de alternativas no tienen ni los telones, del estado, de la cultura y de todo, pero entonces este post sería más largo que la biblia, y si no nos leemos el libro sagrado, menos vais a leeros a un imbécil cabreado.

Para acabar, quiero lanzar esta idea:

Si el arte personal, auténtico, individual, es el arte que lo cambia todo, ¿por qué se mutila a las personas que de verdad quieren lanzar su propio discurso o no se les da apoyo porque no SON NEGOCIO? Ah, vale, acabo de responderme. Los jóvenes distintos, NO SOMOS NEGOCIO.

El arte siempre debería ser único, y en los escenarios deberíamos caber todos.

Fin de la cita.

En la imagen Carlos Costa

En la imagen Carlos Costa

 

Autor

Soy Carlos Costa. Me he pasado toda la vida estudiando arte escénico. Desde el ballet, con apenas siete años de edad, hasta la performance, pasando por el teatro. Soy graduado en Arte Dramático por la ESAD de Sevilla, y graduado también hasta grado 8 por la Royal Ballet. Tras varios cursos de performance, así como uno de dirección con Carlos Tuñón, actualmente resido en Barcelona buscando nuevas formas escénicas, a través de los extremos, los excesos, la violencia y el sexo. Estoy intentando engendrar mi propia compañía, Mortificación Teatro, con la que vamos ya a por una tercera obra. “Lo único que nos salva de la vida, es el arte”

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