Por Alberto P Cabana y Ester Dorca
Sábado 23
Antes de cada sesión, se emite una corta presentación con imágenes espectaculares de las diferentes películas. A lo largo de los días que ha durado el festival, hemos pasado de no reconocer ninguna de las escenas, hasta, progresivamente, identificar todas ellas. Es la señal de que el festival, se acaba. Sólo restan tres proyecciones en El Casal, y la entrega de premios en el Teatre Cirvianum.
Tres proyecciones, cierran el festival en El Casal.
La primera de las tres proyecciones, fue presentada por su creador, Christian Baumeister. The wild Andes – Extreme survival, es una de los tres documentales rodados por el director alemán en los Andes, correspondiendo la proyectada a la parte central de la cordillera. En esta zona, compartida por Chile y Bolivia, a la altura y frío del altiplano hay que unir una sequedad extrema. La fauna se ha adaptado a esas condiciones límites, dando como resultado especies como la vizcacha, la vicuña o varias especies de flamencos.
El documental de Bauneister tiene una ejecución perfecta, si bien resulta demasiado descriptivo, careciendo de cualquier tipo de calidez. Más cálida – y no precisamente por las temperaturas de los escenarios – fue Ad Astra (Aisha Suntanbekova. Kirguizistan 2019). El corto, de 15 minutos de duración, se desarrolla en una aldea kirguis, Chatkal, cerca de la frontera con Kazajistan. Estamos en lo más crudo del invierno, y unos niños deben ir a la escuela, andando 45 minutos con 60 centímetros de nieve incluso cruzando un rio turbulento. Lo que debía ser una actividad rutinaria, se convierte en una odisea para los pequeños, ya que todo está cubierto de nieve, y el termómetro marca -30ºC. Ad Astra nos aporta una pequeña dosis de la vida cotidiana en Asia Central, un fogonazo de cómo es tener seis años en un país pobre y gélido.
Más vida cotidiana, pero en las montañas de Irán, es lo que retrata Yaser Talebi en Beloved (Irán, 2018).La productora del film, Elham Nobakht, que fue invitada a Torelló, nos explicó cómo el director localizó a Firouzeh,la mujer de 80 años que protagoniza la película – de pura casualidad – y de lo duro que fue ganar su confianza. Pero que, una vez lo consiguió, la anciana le adoptó como si fuera su hijo, que haría el número 12. Y es que la vida de Firouzeh ha sido muy dura. Cuando sólo tenía 14 años, fue casada con un hombre de 30, que le dio 11 hijos. Vivían cuidando ganado, en las montañas iraníes, siendo sus condiciones de vida, míseras. Cuando murió su marido, y habiendo marchado ya todos sus hijos, la mujer quedó sola en la montaña, solo acompañada de sus queridas vacas. El documental es emotivo, sin caer en la sensiblería fácil, y se termina empatizando con esta mujer, su soledad y las vacas que amaba.