Ainielle existe.
En el año 1970 quedó completamente abandonado, pero sus casas aún resisten, pudriéndose en silencio, en medio del olvido y de la nieve, en las montañas del Pirineo de Huesca que llaman Sobrepuerto.
La Lluvia Amarilla es la crónica de una muerte largamente anunciada de Ainielle (pequeña aldea del Pirineo de Huesca) y de la de su último hijo, Andrés de Casa Sosas. Es el relato del último aliento de la memoria de un pueblo, y aún más, de toda una forma de vida secular que está representada en su último habitante.
Andrés ha sido testigo excepcional de la muerte de la aldea que lo vio nacer, de la fantasmagórica Ainielle. Primeramente se marcharon los más emprendedores a allanar el camino, sendero cubierto con los destellos del progreso que seducía a los habitantes de las tierras más altas. Más tarde abandonaron los más jóvenes obligados por la Guerra Civil o seducidos por la promesa de una vida mejor allende de nuestras fronteras. Finalmente abandonaron la aldea el resto porque aquel modelo rural había tocado fondo.
La voz de Andrés es la narradora absoluta de la historia de una población que ha quedado abandonada. Su particular alabanza de aldea se mezcla con los momentos vividos desde su infancia en ese universo rural, hasta el último día, en el que Ainielle, por fin se quedó sin alma. Podríamos entender en un sentido metafórico que las palabras de Andrés son la voz de la naturaleza que llora amargamente el abandono, por la tristeza, el desprecio y vuelta de espalda del hombre que ha encontrado otros recursos en detrimento de todo lo que ella ha sido capaz de regalar desde que el mundo es mundo. Pero significa también el grito airado, aunque ahogado en sollozos, del hombre que se queda solo, que experimentará día a día el aspecto más duro y triste de la soledad, una soledad amplificada por el silencio y la oscuridad que emana desde la altura de las montañas.
Al escuchar el lamento de Andrés advertimos la amargura de ser el último eslabón de una cadena. Él mismo recogió el testigo que sus padres le dejaron, heredó una tierra a la que amó, cultivó y fructificó. Vivió de ella y bajo ella va a ser enterrado sin que antes pudiera transferir ese legado a ninguno de sus hijos para continuar el compromiso con la Tierra ni el de la continuidad de su estirpe.
Andrés es la voz de la naturaleza en su momento más triste, y es la expresión del hombre que sufre los efectos de una continua y densa soledad. A lo largo de la lectura comprobaremos que su discurso se va difuminando entre los vahos de la inconsciencia y que, poco a poco, va traspasando la delgada línea que separa la cordura de la demencia. Apenas es sabedor de que las apariciones de sus muertos en torno al fuego no son más que una llamada de atención de que la soledad está pasando su factura. No era consciente de que el daño irreparable de la soledad y del fluir del tiempo ayudaba a la demencia a enseñorearse de su cordura. Quizá debería de haber claudicado en su empeño de mantener viva la memoria de Ainielle, pero Andrés no es un hombre de huidas y permanece en lo que considera ya únicamente suyo.
El texto está desprovisto de palabras amables y vivencias felices. Se trata de un discurso narrativo agónico en el que el lenguaje, extraordinariamente poético, no se corresponde con el que debería emplear un simple aldeano; pero es la voz del alma la que habla, un alma que pide licencias poéticas para ser captado por nuestros sentidos, porque sólo así, apelando a lo sensitivo y atravesando el umbral del sentimiento, se consigue entender todo ese torrente de tristeza.
La Lluvia Amarilla es, desde su sencillez, una de las novelas más emblemáticas de la literatura española del siglo XX. Consigue conmover al lector con esa genial prosa poética de fácil lectura y rápida empatización. Es una lectura triste que aborda los temas universales que tantas veces ha tratado y seguirá haciéndolo la literatura: la soledad, el tiempo, la muerte, la cordura y la locura. Es novela de tintes amarillentos desvaídos, sí, pero quizá encontremos en ella algunas de las claves más vinculantes entre el hombre y la naturaleza y, aunque parezca un juego de palabras, la naturaleza del hombre.
La pequeña novela de Llamazares significa, en definitiva, el proceso de oxidación de un ser humano en su entorno ya inhóspito; ese color cobrizo en el que se tornan las hojas que derraman los chopos cuando avanza noviembre cubriendo la tierra de olvido, soledad y muerte. Es, en palabras de Julio Llamazares, la lluvia amarilla.
La lluvia amarilla, de Julio Llamazares, Seix Barral Biblioteca Breve 2013
Precioso¡¡¡
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