1936, un texto de Albert Boronat, Juan Cavestany, Juan Mayorga y Andrés Lima, con dramaturgia de Albert Boronat y Andrés Lima, y dirección de Andrés Lima, en la imagen la actriz Natalia Hernández, y los actores Paco Ochoa –Mola-, Guillermo Toledo –Yagüe-, Antonio Durán “Morris” –Queipo de Llano-, y Juan Vinuesa –Franco-. Foto ©Bárbara Sánchez Palomero.
Por Luis Muñoz Díez
1936
Setenta y ocho años después de un hecho que tuvo sus vísperas, fraguándose desde 1931, se hace necesario ventilar e iluminar lo ocurrido. Es un acontecimiento que llevamos inoculado, que no nos es ajeno.No se puede abordar un conflicto tan traumático con una mera historia de buenos y malos. No se trata de un trabajo para una universidad, donde se pueda abrir un debate moderadamente apasionado que luego termine archivado en una fría estadística. En este caso, cada espectador que acude a ver la función lleva consigo sus propios condicionantes, y en la mayoría de los casos, estos están ligados a algún familiar. Y son, por supuesto, dolorosos.
Albert Boronat, Juan Cavestany, Andrés Lima y Juan Mayorga aciertan al exponer lo ya escrito y dicho, desde las tribunas políticas o los sensatos juicios de valor de Manuel Azaña. Andrés Lima ha contado con actores solventes, que encajan con ardor el discursos de cada bando.
La incorporación del Coro de Jóvenes de Madrid añade una dimensión especial: incorpora, de alguna manera, al pueblo que sufrió la guerra y del que descendemos. Los momentos de mayor emoción se dan cuando todos están mezclados, como en la escena del bombardeo al cabaré, retratando el miedo del pueblo soberano.
Como decía el poeta: “Entre los vencidos, el pueblo llano pasaba hambre; y entre los vencedores, el pueblo llano la pasó también”. Este conflicto dejó un miedo inoculado, del cual hemos mamado las generaciones posteriores.
En mi casa, he escuchado hablar poco o nada de la guerra. Siempre con una estricta autocensura… Historias truncadas entre puntos suspensivos, sin matices, sin principio ni final. Callaban por miedo. Y ese miedo impregnaba el ambiente, quedaba suspendido, silencioso… hasta que también era tuyo.
En la imagen la actriz Blanca Portillo, brazo en alto porque Hitler inauguraba sus Juegos Olímpicos. Foto ©Bárbara Sánchez Palomero
De primera mano he oído decir que, llegado un momento, lo único que importaba era que la guerra terminara, ganara quien ganara. Porque el relato no oficial, el de las familias, era desalentador, viniera del frente que viniera.
Me senté en la butaca del Teatro Valle-Inclán con mis mayores en el recuerdo, en su caso pasaron la guerra a pie de calle en Madrid. Abandonados por los suyos y bombardeados sin clemencia por los aliados de los golpistas.
En 1936, queda diáfana la situación del pueblo madrileño en la conversación que mantiene el general José Miaja, interpretado por Guillermo Toledo, y -María Morales- como Largo Caballero, presidente de la República en el exilio. Este último ordena al general abandonar Madrid mientras presume de sus progresos en Valencia, donde ya han cambiado el nombre de varias calles.
En la imagen sentados el actor Juan Vinuesa, y la actriz Blanca Portillo, fusil en mano Paco Ochoa, y Guillermo Toledo como en inquebrantable general Miaja en «1936», dirigida por Andrés Lima. Foto ©Bárbara Sánchez Palomero
La función está estructurada como una comedia musical, con la agilidad de una pista de circo, en la que se improvisan tribunas desde las que escuchamos discursos reales pronunciados por políticos de la época.
Queipo de Llano, interpretado por Antonio Durán “Morris”, abre la crónica del terror relatando con la facilidad que van tomando las plazas del sur. Pero su relato lacera cuando presume de la “limpieza de rojos” que lleva a cabo bajo sus órdenes un famoso el torero, su cuadrilla y un grupo de señoritos patriotas a caballo por los pueblos. La escena, coreografiada con el sonido de los cascos de los caballos y los sonidos de orden al equino, imitidos por El Coro Joven, sugiere un acto de exterminio llevado a cabo con una humillación sangriento.
Las palabras de Azaña –María Morales– están presentes en «1936», dirigida por Andrés Lima. Foto ©Bárbara Sánchez Palomero
Las palabras de Azaña –María Morales– están presentes, a lo largo de la representación: siempre sensatas. Otra crónica del horror llega con el general Yagüe, que impone la muerte como solución y relata, con orgullo, cómo arrasaron a la población de Badajoz.
La figura de Franco no necesita parodia; él mismo se delata con su tono átono, en su forma de hablar y actuar, impasible ante la muerte que genera o como cuando le comunican la muerte de Mola. Encarnado por Juan Vinuesa que, lo interpreta sin exceso alguno, fiel a como era el general: frío y carente de emociones.
Franco sabía que la guerra se ganaría por desgaste, y eso le hace aún mas cruel. Demuestra su poderío al decidir bombardear Bilbao en una conversación a tres teléfonos: en uno, él; en otro, el alemán Von Richthofen –Blanca Portillo-; y en el tercero, Mola –Paco Ochoa–, ninguneado por el alemán, y Franco pasando por encima de él, permite a los alemanes un bombardeo experimental, como ensayo para la expansión territorial que preparaban, la masacre se hizo con alevosía, porque estimaron que necesitarían al menos cinco días para recoger a los muertos.
En la imagen el diputado asesinado Calvo Sotelo, interpretado por Paco Ochoa en «1936», dirigida por Andrés Lima. Foto ©Bárbara Sánchez Palomero
En las trincheras no había pan, ni munición, ni posibilidad de defenderse, como ocurrió en la batalla del Ebro: una lucha de coraje contra la sofisticada máquina de la muerte, aunque en este caso hubo mandos, porque en otras trincheras llegaron a pensar que les habían abandonado.
Si bien, los golpistas proclamaron lo que llamaron el alzamiento nacional sembrando chulería sangre y terror, en Madrid los anarquistas ocuparon la cárcel Modelo, y ardió con los presos acusados de conspiración sin juicio alguno, ardieron conventos en toda España y varias comunidades religiosas fueron fusiladas. Sí era preciso un motivo ya lo tenían, y no era pequeño y la respuesta no se hizo esperar, en 1936 también tiene voz la conferencia episcopal que denuncia la situación del clero y los fieles, y pide al Papa, que intervenga.
El actor Antonio Durán “Morris” como Obispo Antonio Montero en «1936», dirigida por Andrés Lima. Foto ©Bárbara Sánchez Palomero.
Fue una guerra fratricida, llevada a cabo con la mayor impunidad internacional. Italia, Alemania y la URSS acudieron a la contienda con sus propios intereses y conocimiento cuál sería su botín. La lucha entre las fuerzas de un gobierno legal y los golpistas se había diluido, porque el gobierno, simplemente, no estaba, y la propaganda en las calles solo hacia referencia a la URSS. Las fuerzas populares estaban divididas entre sí, comunistas y anarquistas no se entendían, solo les unía quién era el enemigo, pero su ideología, y pretensión era distinta.
En 1938, no hubo inconveniente alguno para que Reino Unido, Francia e Italia se sentaran amigablemente con Hitler y Mussolini en Múnich, el primer ministro británico, Arthur Neville Chamberlain, y su homólogo francés, Édouard Daladier, firmaron un tratado favorable a Alemania.
Muy posteriormente, con Franco en el poder y una política de depuración inclemente, cuando se produjo el desembarco de Normandía, España no figuraba en su mapa.
El dinero no fue un problema para el llamado «Alzamiento Nacional» en la imagen María Morales 1936 Foto ©BSP
El verdadero poder, “el dinero”, estaba con Franco o eran ellos el propio alzamiento. Alfonso XIII, pretexto para su marcha que no podía consentir un derramamiento de sangre entre hermanos en defensa de la institución que presidía. Sin embargo, en cuanto llegó a Francia, abrió una suscripción con éxito, para que otros derramaran la sangre por él. La aristocracia y el poder económico respondieron sin reservas. Cuando Franco declaró haber vencido a los enemigos de España y dejó a su ejército “cautivo y desarmado”. Alfonso XIII presidio un solemne Tedeum en Roma, que literalmente es un acto litúrgico solemne de acción de gracias de la Iglesia católica, en este caso el Borbón agradecía lo bien que le había salido la jugada, convencido de que su regreso a España sería la consecuencia lógica de su excelente inversión. No obstante, Franco administró la corona y se la entregó a la tercera generación, y como continuadora de su régimen después de su muerte.
Franco murió en la cama, como generalísimo. Miles de personas esperaron en fila para presentarle sus respetos ante su ataúd instalado en el Palacio de Oriente. Pasionaria volvió de su exilio en la URSS, donde se la veneraba como a una virgen laica, por el sacrificio de su hijo Rubén por la causa. Carrillo regresó a España, y, como votos no tenía, se hizo asiduo de las celebraciones en palacio. Otros tantos también encontraron acomodo, en las instituciones «democráticas».
En la imagen la actriz Natalia Hernández (Yangüas / Messía / Cardenal Gomá / Señora Guerra y en este caso duende perverso mira las botas del militar Alemán «1936»©Bárbara Sánchez Palomero
Pero volviendo al 36, unos emprendieron el duro camino del exilio, y, otra vez, Francia nos cerró las puertas. Los que se quedaron han vivido con ese “miedo al miedo” que mencioné antes. La extrema sensibilidad con la que se aborda lo ocurrido en 1936, es el mejor homenaje posible que se puede hacer al pueblo. Sin necesidad de callar ninguna voz, con la honesta verdad, sin detenerse en el drama, porque lo que se cuenta es una tragedia, irreparable.
La grandeza de la propuesta es que deja oír a los políticos como valioso documento, pero está presente el latir de un pueblo, que estaba conformado por nuestros mayores.
Una escena con una gran fuerza plástica y emocional, es cuando todos quedan sepultados por una bandera republicana ajada y polvorienta, a poco que la rasgues aparecen cadáveres, de personas anónimas con el encuentro imposible generacional, en esta escena como mujer de pueblo ajusticiada, la actriz Blanca Portillo, ya sin juzgar apoya detalles a la crónica de de sangre de su final, y el de los suyos, reconociendo su calavera por los dientes, y el tiro de gracia, como es que reconoce una seña familiar.
La obra dura cuatro horas y quince minutos. La verdad es que, al salir, estaba tan impresionado por todo lo que reconocía como mío de esa historia común, reconocía a mi familia, a mi padre, a mi tía Lucia, que supe que no iba a poder escribir una reseña al uso.
Antonio Durán “Morris” prácticamente abre la función con un Queipo de Llano que, con su charla campechana, produce terror, porque mata e incita a matar sin despeinarse.Natalia Hernández se pone en la piel de la Señora Guerra entre otros, su nacimiento coincide con el inicio de la guerra, y sirve para hacer un repaso de todo lo que ha pasado desde 1936 al día de hoy, con una ironía cómica que esta hierro, mientras compadrea con el público.
La figura de Pasionaria, esa mujer grande con su bastón negro, le aporta presencia Alba Flores que da la talla no solo por presencia podeosa, también cuando pronuncia su discurso, de los primeros en alto y voz clara. María Morales aporta el equilibrio interpretando a Manuel Azaña, al decepcionante Largo Caballero ante un General Miajay incombustible, pero traicionado, y a Clara Campoamor, con un soplo de aire fresco. Paco Ochoa borda sus tres personajes, tan distintos como Pau Casals, George Orwell y el ninguneado General Mola, y a Calvo Sotelo, que sé nos presenta, después de ser asesinado con la sangre, y las heridas.
Blanca Portillo se atreve con todo y contando con su calidad interpreativa incuestionable. Es una actriz muy conocida y, cuando se desdobla o multiplica, tiene un quiebro que la identifica. Guillermo Toledo, encarna un General Yagüe que da miedo, y un General Miaja al que mimetiza, logrando la ilusión de que no es un actor, si no ellos mismos. Juan Vinuesa hace un trabajo de dentro a afuera que, como en el caso de Willy Toledo, resulta absolutamente convincente como Francisco Franco. En una escena coral, aunque no habla, nos regala un Ramiro de Maeztu delicioso.
Los actores se hacen cargo de mas papeles, pero detallar todos, haría esta crónica aún más larga de lo que ya, es.
El Coro de Jóvenes de Madridy todos los actores abren la función con una coreografía que emula a los participantes en las Olimpiadas que inauguró Hitler, mientras se proyectan imágenes en la pantalla. En un momento conmovedor, Pau Casals ante el apremiante aviso de qué hay que desalojar el teatro, porque se han pronunciado los golpistas, y la guerra es un hecho. El maestro Casals –Paco Ochoa– sereno pide al coro que canten el Himno de la Alegría, antes de desalojar el teatro. Ese instante, y las voces del Coro de Jóvenes, cantando a «La Paz» en alemán, nos dejan rendidos.
Pau Casals -Paco Ochoa-, pide que que antes de desalojar el teatro, canten el Himno de la alegría. «1936», dirigida por Andrés Lima. Foto ©Bárbara Sánchez Palomero
El elenco es extraordinario, aunque algunos brillan con luz propia. Quizá a las actrices que interpretan personajes masculinos les falte presencia física pero, es una mera observación por el tamaño, que se podría resolver con la caracterización, dado que todas son unas profesionales muy capaces.
El trabajo de Albert Boronat, Juan Cavestany, Andrés Lima y Juan Mayorga es honesto y encomiable. La dramaturgia de Albert Boronat y Andrés Lima destaca por haber sabido no detenerse en el drama, para mostrar la tragedia, extremadamente considerados, conscientes del impacto emocional en un público receptivo y delicado.
La puesta en escena de Lima es espectacular, lo cual es habitual en él: las pasarelas, la luz aleada con la música, y la atmósfera que sabe crear son impresionantes. Sin embargo, en este caso, la historia prevalece como la auténtica protagonista, y él, pone todo su buen hacer a su servicio, por lo que su éxito se multiplica.
1936, se estrenó el 29 de noviembre de 2024, y permanecerá en cartel hasta el 26 de enero de 2025, en el Teatro Valle-Inclán del Centro Dramático Nacional más información AQUÍ, La pieza dado que agotó las entradas nada más ponerlas a la venta, volverá la temporada próxima.
Texto Albert Boronat, Juan Cavestany, Andrés Lima y Juan Mayorga
Dramaturgia Albert Boronat y Andrés Lima
Dirección Andrés Lima
Reparto (interpretan estos y otros personajes)
Antonio Durán “Morris” (Queipo de Llano, Obispo Antonio Montero, Nicolás Franco), Alba Flores (La Pasionaria, General Rojo, Mika Etchebéhère), Natalia Hernández (Yangüas Messía, Cardenal Gomá, Señora Guerra), María Morales (Manuel Azaña, Largo Caballero, Clara Campoamor), Paco Ochoa (Pau Casals, George Orwell, General Mola), Blanca Portillo (José Antonio Primo de Rivera, Von Richthofen, Rosario La Dinamitera), Guillermo Toledo (General Yagüe, Alfonso XIII, General Miaja), Juan Vinuesa (Francisco Franco, Norman Bethune, Ramiro de Maeztu) y Coro de Jóvenes de Madrid
Escenografía y vestuario Beatriz San Juan / Iluminación: Pedro Yagüe Video creación: Miquel Àngel Raió: Composición musical: Jaume Manres
Espacio sonoro: Kike Mingo / Caracterización: Cécile Kretschmar Documentalista: Llorenç Ramis Garcia /Ayudante de dirección: Laura Ortega /Ayudante de escenografía: Arantxa Melero / Ayudante de Vestuario: Berta Navas /Ayudante de iluminación: Marina Palazuelos / Ayudante de vídeo creación: Gonzalo Bernal
Diseño del cartel: Emilio Lorente / Tráiler y fotografía: Bárbara Sánchez Palomero
Comunicación Check in Producciones: Pepe Iglesias /Ayudante de producción: Mayte Barrera / Productor: Check In Producciones Joseba Gil
Producción Centro Dramático Nacional, Check In Producciones y El Terrat
Colaboración Asuntos Culturales, Teatre L`Artesà y Teatro de La Abadía