Retrospectiva de Björk en el MoMA de Nueva York

Retrospectiva de Björk en el MoMA de Nueva York

El próximo 7 de marzo será una fecha trascendente -como la exposición dadaísta en el café Voltaire o el estreno al público de la Fuente de Duchamp-,  para la historia del arte. Y viendo cómo este tipo de fechas suelen ser marcadas en rojo por los historiadores con la perspectiva que dan los años, resulta cuando menos curioso que ahora podamos anticiparnos a un evento de tan capital importancia. La retrospectiva del Museo de Arte Contemporáneo de Nueva York (MoMA) a la carrera de Björk supone la entrada del Pop (eso que escuchamos de fondo, que bailamos o cantamos, dentro de nuestra liviana cotidianeidad) por la puerta grande del reconocimiento artístico. Ya antes, entre otros logros, la cantante islandesa había conseguido colar la preciosista gira de su álbum Vespertine (2001) en los auditorios dedicados a la ópera y la música de tradición “culta”, aunque sonada fue la negativa del Teatro Real de Madrid a incluirla en su programación. En España, solo el Gran Teatre del Liceu barcelonés abrió su mítico escenario al exuberante espectáculo de electrónica, cuerdas, coro y fascinante voz.

Bjork 500

Pero ¿es realmente tan relevante una exposición en el MoMA dedicada a una cantante? Lo que resulta ofensivo es que lleguemos incluso a plantearnos la duda. La música pop siempre ha sido despreciada frente a la evolución de la música orquestal que, curiosamente, tras las aportaciones sonoras de Stravinsky o Schönberg, explotó en un magma de texturas, cacofonías y samplers que, con la experimentación radical de John Cage o Karlheinz Stockhausen, por ejemplo, llevaron las vanguardias más osadas al terreno de lo musical. Esto ocurre precisamente cuando, lo que hoy entendemos como pop, se masificaba de la mano de la industria discográfica y de grupos que, como en el caso de The Velvet Underground, irrumpían bendecidos por la máxima figura del Pop Art: Andy Warhol. Alex Ross lo cuenta muy bien en su recomendable libro El ruido eterno (Ed. Seix Barral, 2007). La clásica estructura guitarra, bajo, batería y voz, pronto daría muestras de agotamiento creativo y no sería hasta la llegada del cuarteto de Düsseldorf, Kraftwerk, cuando se abriría un inmenso campo de posibilidades electrónicas que, cuarenta años después, aún no han sido integradas del todo dentro de la cultura pop.

Bjork concierto 500

Precisamente la carrera de Björk Gudmundóttir (Islandia, 1965) recoge parte de ese universo sintético para transformarlo en algo un poco más fácil de digerir para un público menos ejercitado en los sonidos analógicos. Con un primer disco de versiones en islandés a los doce años y su paso por diferentes grupos de rock, su figura alcanzaría muy pronto la popularidad mundial con la banda The Sugarcubes y la celestial Birthday (1988), la primera canción en islandés que traspasó las fronteras de su país. Las altísimas expectativas puestas en su carrera en solitario reventarán en 1993 cuando, de la mano de Nelle Hopper, crea Debut, una de las óperas primas capitales en la historia del pop. A partir de ahí el universo Björk no parará de expandirse para confirmarse como una artista total en torno a la cual gravitarán las mentes creadoras más exuberantes del fin de siglo: Alexander McQueen, Chris Cunningham, Matthew Barney, Jean Baptiste Mondino, Tricky, Goldie… La antología es insuperable.

Bjork Vulnicura 2 500

A pesar del gran peso de los artistas a los que Björk ha ido seleccionando en los últimos veinticinco años, es admirable cómo ha sabido integrarlos dentro de su particularísimo mundo, sin perder personalidad y sin relegarse a los férreos mandatos de la industria discográfica, que vio cómo su rara avis -capaz de vender casi cinco millones de discos de ese extraño Debut-, se perdía en un mundo de ásperas sonoridades en discos como Medúlla (2004) o Biophilia (2011), sendas arriesgadas por las que muchos oyentes no han querido acompañarla. Así hasta llegar a Vulnicura (2015), el último lanzamiento de Björk que supone la primera contracción en la expansión de su universo, una especie de parada contemplativa ante el discurrir frenético sobre el que ha ido deslizándose en sus casi cincuenta años. Un álbum íntimo y torturado, centrado en la ruptura con su pareja y en su crisis personal que, milagrosamente, tiene forma de disco redentor. Sobre él también gira esta exposición histórica en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (del 8 de marzo al 7  de junio de 2015) que cede, por primera vez, el privilegiado espacio de exhibición a una de las embajadoras de la música pop, para compartirlo junto a Las señoritas de Avignon de Picasso o La noche estrellada de Van Gogh, otorgándole el interés y la importancia a un fenómeno cultural que, debido a su carácter masivo, parecía una simple manifestación industrial propia de la sociedad de consumo.

Autor

Antonio Morales es licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad Complutense de Madrid y completó su formación en guion y dirección escénica en la Escuela de Guion de Madrid y la RESAD (Real Escuela Superior de Arte Dramático). Comenzó su carrera como director teatral a los 20 años y desde entonces ha trabajado en diferentes disciplinas artísticas como el cine, el teatro, la música y el videoarte. Morales ha escrito y dirigido los cortometrajes El día que no me quieras (2007) y Vivian Girl (2009), y las obras de teatro Gracias por su visita, Mise en Scène, o Chéjov nos salvará. En 2012, estrenó su primer largometraje, Cine Exit, acompañado con música en directo en Matadero (Madrid). Ha escrito y publicado en diferentes medios, en presa escrita como la revista literaria Buensalvaje, o en radio, en el programa A vivir Madrid de Cadena Ser.

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