Mapa de heridas, entre otras cosas, ahonda en lo implícito y las señales no verbales que emite, y se reciben sin saber de dónde vienen, ni el porqué. Esos mensajes tienen mayor calado si llegan junto a la leche materna, y a lo largo del periodo en que perfila nuestra personalidad en la infancia y la adolescencia.
Ana, el personaje femenino de Mapa de Heridas siempre se sintió diferente, sin conocer el motivo, que lo había, pero a pesar de habérselo ocultado. Los mensajes no verbales de su madre, su supuesto padre, su familia y a amigos en general, habían creado un temblor de vulnerabilidad, que Ana interpreto como culpa. Esa culpa sin nombre la acompaña hasta que la verdad aflora por un comentario inoportuno en el tanatorio el día que velaban a su madre. Ana acude directamente a su padre, y le pregunta si es verdad lo que ha oído, el padre se lo confirma porque se trata de una verdad fácilmente contrastable.
La joven mirando la hemeroteca acaba de componer el puzle, confirmando que es el fruto de una violación perpetrada con violencia por varios hombres, y sus nombres figuran en el periódico.
Ana en ese comprende la desazón que arrastra desde niña, por los silencios sonoros que ella interpretó como un dedo acusador, sintiéndose merecedora de la humillación en la vida y el sexo a tal punto, que había dejado a un chico que la quería bien, porque su amor era directo y limpio.
Con la revelación inicia una catarsis en que se encontrará con los violadores, que para mayor dolor, todos pueden ser su padre. En su vehemente intención de conocer lo que debió sentir su madre, le llevará a la masturbación como autocastigo, que le lastimará su vagina.
Del encuentro con los violadores saca una enseñanza, de lo peregrinas que pueden ser las razones de los hombres, para justificar lo injustificable. El primero se asustará, el segundo se defenderá con un ataque frontal en que refiere la historia situando a su madre como una devoradora de hombres que propiciaba esos encuentros. Argumentado que, con decirte que se le conocía como… El apodo no se pronuncia, pero en una conversación con su no padre, deja abierta la posibilidad de que el referente de desprecio existiera.
Un tercer hombre, el cuarto está muerto, es el único receptivo a su dolor y busca el perdón y la redención, ofreciendo a la propia Ana su ano, para que lo penetre a su antojo, con el cuelo de una botella.
Uno de los mayores pánicos que paraliza a la población masculina heterosexual, es la posibilidad de ser penetrado, dando por descontado que, con violencia porque ningún hombre que se precie como tal lo permitiría. Un temor entendible sin peros, pero invita a una reflexión que sitúa la concepción que se puede tener del pene propio. Sintiéndolo como un objeto de placer únicamente para el propietario, y una poderosa arma de sometimiento para la persona penetrada. Temiendo al ajeno, incapaces de pensar que el pene no tiene que ir unido a violencia alguna, porque se trata de un órgano para compartir, y gozar con él en compañía.
Hasta aquí la historia la labor de escritura de Sergio Martínez Vila, que da paso a Martínez Vila director que, si no asumiera las dos labores la función resultante sería otra.
Martínez Vila realiza una puesta en escena potente, no permite respiro al espectador. Sitúa la historia en un espacio escénico, compuesto por botellas de varios tamaños de color caramelo, dos sillas, y una mesa de las que hay en cualquier terraza. Los caprichosos pasillos que forman las botellas nos permitirán ver lo que hacen un personaje oculto por las imaginarias paredes, del otro.
Las botellas son un simbólico aviso por su forma, de que vamos a asistir a una función en que se pone de evidencia la violencia sexual que ejercen los hombres, sin posible respuesta a la altura, por parte de las mujeres.
Como inicio de la representación oiremos un pasodoble, mientras el hombre ahueca pecho sobrado de si mismo, y realiza pases taurinos. Ana se vuelve toro, una clara alegoría de quien saldrá victorioso
El personaje de Ana lo interpreta la actriz Cristina de Anta, y del de Hombre, con mayúsculas, Óscar Oliver, representando la masculinidad invasiva, sin escusa. El físico del actor es compacto, un hombre de pelo en pecho que será todos los violadores de su madre, con su incontestable fanfarronería, y el no “padre”. Un hombre que sigue al pie de la letra las consignas de los hombres de derechas y machistas, aunque no sea violento de hecho.
Ana en su catarsis descubrirá dolor, hierro, y erratas de cómo se ha conformado su personalidad, se reconocerá como su principal enemigo, porque ha asumido una culpabilidad abstracta e injustificable, pero que siente sin remedio.
De todos los hombres de Mapa de las heridas, hay dos únicas claudicaciones significativas. Una cuando José, uno de los violadores, se ofrece voluntario al rito de recompensa, y cuando el padre que, en un ejercicio de impotencia e incapaz de salir del circulo, confiesa a su no hija, lo mucho que ha querido a Lola, su madre, y lo mucho que la quiere a ella, pero le pide que se vaya para siempre, no porque quiera infligirle castigo alguno, simplemente porque su presencia le encara con su impotencia, sin salida.
La puesta en escena, los cambios de espacio, tiempo y entidad del hombre. Sergio Martínez Vila los resuelve con una eficacia mágica. La interpretación de Cristina de Anta y Óscar Oliver unen a su verbo poderoso, una expresión corporal semejante a una coreografía, que danza al dolor, a lo irremediable, a la educación ancestral que nos ha domesticado en lo oscuro, en que la mujer se ha llevado la peor parte.
En tiempo que duró la representación me atrapó de una manera magnética, por el desolador panorama que nos presenta Martínez Vila, tan cierto como inasumible. Suscitando un caudal de ideas, que tocan las entrañas, porque pertenecen al imaginario colectivo conformado con tantas falsas creencias, que nos guían de manera ciega a ser, y a propiciar tanta desdicha.
Cartel diseñado por Sofía Magán
Mapa de heridas, se estrenó en Madrid en la Sala Teatro Cuarta Pared de Madrid / Compañía La madre del cordero Título Mapa de heridas Dramaturgia / Dirección: Sergio Martínez Vila Intérpretes: Óscar Oliver y Cristina de Anta Movimiento escénico: Natalia Fernandes Diseño de producción: Pablo Villa Sánchez Creativo técnico / Diseño de luces: Juan Miguel Alcarria, Antonio Colomo Escenografía: Silvia de Marta Diseño de vestuario y ayudante de escenografía: Nicolás Augusto Cartel y diseño: Sofía Magán Fotografía: Danilo Moroni Vídeo y edición: Elena Garrido Prensa: DyP Comunicación Agradecimientos: Centro Cultural Paco Rabal Produce
Desde que me puse delante de una cámara por primera vez a los dieciséis años, he fechado los años por películas. Simultáneamente, empecé a escribir de Cine en una revista entrañable: Cine asesor. He visto kilómetros de celuloide en casi todos los idiomas y he sido muy afortunado porque he podido tratar, trabajar y entrevistar a muchos de los que me han emocionado antes como espectador. He trabajado de actor, he escrito novelas, guiones, retratado a toda cara interesante que se me ha puesto a tiro… Hay gente que nace sabiendo y yo prefiero morir aprendiendo.
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