Malbaratamos el futuro

Malbaratamos el futuro

¿Qué hay del futuro? ¿Qué nos dice hoy la palabra futuro? El futuro tuvo mucho éxito durante casi todo el siglo XX, y sólo en sus postrimerías dejó de labrarse como materia prima del imaginario colectivo. En efecto, quizá porque llegamos a tocar con los dedos, llegamos a alcanzar al futuro y nos dimos cuenta de que nada tenía que ver con lo que habíamos imaginado, o bien porque perdimos la cuenta de los futuros posibles ya imaginados durante más de un siglo, sea por lo que fuere el futuro murió.

¿Pero llegamos a tener alguna vez futuro? Empezó a circular, como lo conocimos hasta anteayer, seguramente, con el tren a vapor, en esa Inglaterra finisecular que se puso a luchar contra una vía del Iluminismo, cegada por la sangre revolucionaria y finalmente encarnada en el destino napoleónico: auge y caída del Imperio francés. Una vez librada del dictador, esa Inglaterra oligárquica, que se pirraba por los aires y avatares de su nobleza, delegó en Manchester y su área de influencia -a día de hoy cien kilómetros de radio que concentran el 80% de la producción industrial británica- la noche de la lucha de clases y desplegó una red de raíles en telaraña desde el próspero sudeste londinense.

Se creó así una unidad encapsulada, Britania, que producía riqueza en cantidades y a velocidad pasmosas. Porque el futuro que conocimos era material, corpóreo, se medía en crecimiento de la renta, PIB para entendernos. Mayor riqueza nos lanzaba más allá en el futuro. El mundo quedó jerarquizado con Britania a la cabeza y sus perseguidores, a menor o mayor distancia. También estaban las naciones atrasadas. Y luego el retortero magmático donde se generaba cierta cantidad de vapor: las colonias.

El futuro era también científico, la ciencia como secreción de la riqueza material encarnaba el futuro. Porque prometía mayores avances en la generación de riqueza, con el desarrollo tecnológico, y porque abría ventanas a espacios desconocidos, con la ciencia todavía no aplicada. Muy pronto, a través de esas ventanas entraron aires nuevos que dieron lugar a la ficción científica o literatura de anticipación. Eran las avanzadillas de la imaginación luchando por anticipar lo que sería el futuro una vez desarrollados atisbos científicos, posibles o imposibles, del presente. A partir de entonces, aquí radicó con plena  vigencia nuestro futuro, el futuro a tambor batiente.

Futuro

El futuro de la ciencia-ficción que nos servía para reformar y actualizar el presente, tuvo un prometedor recorrido durante más de un siglo. Muchas veces era una sociología ficción y aún psicología ficción, que servía para hablar, con otras palabras, de hechos y situaciones del presente, estirándolos o retorciéndolos hasta el absurdo, en ocasiones, para deleite de los lectores o viajeros del tiempo. Porque los viajes en el tiempo eran constantes, con saltos y hiatos de amplísimo recorrido, a veces. Durante mucho tiempo se mantuvo en vigor una regla de oro en el género: no transitar espacios sagrados, míticos, esto es abruptamente separados del devenir humano.

El futuro comenzó a morir cuando se transformó en un viaje contra el calendario, volviendo a vivir lo ya vivido, haciendo el camino de los futuros ya transitados, que son los únicos que nos quedan, es decir, volviendo al pasado. Una de sus manifestaciones más palmarias es la conversión de la ciencia-ficción que se encuentra en las estanterías de las librerías en una proliferación de sagas mitologizantes con protagonistas completamente separados de la realidad humana, presente o más o menos científicamente futurible.

¿Qué película de ciencia-ficción no supone un retorno a lo déjà-vu, un volver a empezar los relatos de nuestros antecesores? Esto viene sucediendo desde el último tramo del siglo XX.

El hecho es grave, porque la pertenencia al mundo real exige alguna visión temporal y si perdemos el futuro, presente y pasado se deslindan y acaban por convertirse en tiempos o momentos egipcios, hieráticos, herméticos y esfíngeos como jeroglíficos. Es más, sin futuro el mundo nos es ajeno, porque, evidentemente, seguimos contando con el tiempo y sus desgloses pero tan sólo en el marco más próximo y cercano de nuestras vidas de cada día, perdiendo la perspectiva del mundo como tal, que requiere la abstracción del tiempo del que el futuro forma parte; se puede decir que sólo disponemos ya del mundo vivo, del mundo que se mide por nuestros latidos pero no del mundo cósmico que nos engloba y nos explica.

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Por tanto, nuestro presente, que ha dejado de vibrar con la palabra del futuro, ya no tiene dirección, ni origen, ni meta, que es la de preñar el futuro. Decadencias menos graves que ésta han hecho desaparecer civilizaciones enteras, pero nosotros tenemos el consuelo de nuestra vacua y casera inmortalidad: ya no hay bárbaros en el horizonte que nos puedan relevar, sólo acólitos y alumnos más o menos aventajados que en un par de generaciones estarán tan aburridos de sí mismos como nosotros y elevarán para divertirse un poco la miseria de su ocio a la categoría de becerro de oro.

 ¿Podemos volver ad fontes y remontar el tiempo para encontrar algún alivio a esta situación? Pocos o ninguno creen ya con sentido histórico vivificante en nuestro origen, con sus tintes paleocristianos o de razón griega recién nacida. La Edad Media quizá nos sirviera de acicate, ahí encontramos un presente casi atemporal que inunda el periodo. Pero para poder volver ahí necesitaríamos cegar la fuente de la ciencia y la tecnología que sigue manando al parecer incontenible. ¿Qué haremos a partir de ahora con sus promesas? ¿Resurgirá el futuro con nuevos bríos, tras un instante histórico cenagoso? Yo creo que se abre un momento auroral en la historia, como tantas otras veces ha sucedido.

Y lo que nos depare esta historia que es la Historia tiene que alcanzarnos y volver a superarnos. La vida sigue…prueba de ello es que nunca sabemos qué va a pasar a continuación.

Autor

Soy José Zurriaga. Nací y pasé mi infancia en Bilbao, el bachillerato y la Universidad en Barcelona y he pasado la mayor parte de mi vida laboral en Madrid. Esta triangulación de las Españas seguramente me define. Durante mucho tiempo me consideré ciudadano barcelonés, ahora cada vez me voy haciendo más madrileño aunque con resabios coquetos de aroma catalán. Siempre he trabajado a sueldo del Estado y por ello me considero incurso en las contradicciones que transitan entre lo público y lo privado. Esta sensación no deja de acompañarme en mi vida estrictamente privada, personal, siendo adepto a una curiosa forma de transparencia mental, en mis ensoñaciones más vívidas. Me han publicado poco y mal, lo que no deja de ofrecerme algún consuelo al pensar que he sufrido algo menos de lo que quizá me correspondiese, en una vida ideal, de las sempiternas soberbia y orgullo. Resido muy gustosamente en este continente-isla virtual que es Tarántula, que me acoge y me transporta de aquí para allá, en Internet.

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One comment

  • «…ya no hay bárbaros en el horizonte que nos puedan relevar, sólo acólitos y alumnos más o menos aventajados que en un par de generaciones estarán tan aburridos de sí mismos como nosotros y elevarán para divertirse un poco la miseria de su ocio a la categoría de becerro de oro.»

    Párrafo lapidario, me ha encantado. Enhorabuena por el artículo Pepe.

    Robert.

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