La secta del perro, de Carlos García Gual. Vidas de los filósofos cínicos, de Diógenes Laercio

La secta del perro, de Carlos García Gual. Vidas de los filósofos cínicos, de Diógenes Laercio

Dijo el poeta expresionista alemán Gottfried Benn que “Ser tonto y tener trabajo, eso es la felicidad”. El lema, más bien la denuncia, resulta sorprendente por su actualidad, pero sorprende aún más cuando consideramos que es heredero de una escuela filosófica que todos, en algún momento, nos apropiamos y cuyos principios podemos haber seguido en más de una ocasión, y que hunde sus raíces en la Grecia antigua: la escuela cínica (del griego kyon, perro, “can”). García Gual se encarga en seguida de desmentir la homogeneidad de tal “escuela”: no hay, en el cinismo antiguo, escuela ni secta ni sistema propiamente dichos. Los kynikoí, los cínicos, son más bien individuos que intentan dar un ejemplo de vida distinto, alternativo, en su búsqueda de la sabiduríaa la que el término, en su evolución hasta la actualidad, ha renunciado para quedarse con un rasgo de carácter. El diagnóstico de Platón transmitido por Diógenes Laercio acertaba totalmente: Diógenes el Cínico era “un Sócrates enloquecido”, un intento de reconducir la pregunta por la sabiduría gracias a la lucidez de la locura. No en vano Antístenes, discípulo de Gorgias, más tarde de Sócrates, y padre espiritual de los cínicos, toma directamente de él algunos rasgos que caracterizarán al movimiento, como la “impasibilidad”, la “firmeza de carácter”, el respeto por la educación.

la-secta-del-perro-vidas-de-los-filosofos-cinicos-Así, aunque la filosofía haya despreciado a Diógenes Laercio (siglo III d.C.) y sus Vidas y opiniones de los filósofos ilustres (Alianza, 2008, ed. de Carlos García Gual), con raras excepciones como Montaigne, Nietzsche o, más recientemente, Peter Sloterdijk, precisamente con los cínicos es imposible negarle su valor: ¿cómo no van a tener valor las anécdotas que Diógenes Laercio dedica a los cínicos si su filosofía está íntimamente ligada a su actitud vital y la subversión y la grosería que trae consigo? En este sentido, cabe alegrarse de que Alianza haya decidido reeditar este volumen de reivindicación, por un lado de los cínicos, pero también, por otro lado, del propio historiador helenístico. Sólo ellos -los cínicos y aquel historiador de anécdotas y detalles- pueden decir algo con sentido, mostrar algo de verdad, mientras la filosofía se dedica a apoyar la hipocresía con teorías que olvidan la vida en su sentido más intrascendente y a la vez más necesario y se entregan al poder establecido. Contra los ritos de ese poder es contra lo que lucha Diógenes -el Cínico, a favor de un nuevo modelo humano.

 

Regresaba de Olimpia y alguien le preguntó si había allí mucha gente. Respondió: “Mucha gente, sí, pero pocas personas”

La misma sensación recorre el espinazo de cualquiera que hoy en día examine esas condiciones de vida: unos han dicho que nuestras condiciones de vida estaban “por encima de nuestras posibilidades”; Diógenes diría, más bien, que estaban “por encima de las necesidades”. El conflicto se repite: entonces en Diógenes, luego en aquella sentencia de Nietzsche condenando la felicidad (“El hombre, o, mejor aún, espíritu que ha llegado a ser libre pisotea esa forma despreciable de bienestar con la que sueñan los tenderos, los cristianos, las vacas, las mujeres, los ingleses y demás demócratas”) o en esa otra de Gottfried Benn. Pero la sensación es la misma.

El cinismo traspasa los límites de la cortesía, pero también los límites de la antropología: lo que proponen no es sólo un nuevo modelo humano, hay también una clara lectura política: García Gual nos recuerda que “la conquista de la libertad es el objetivo de esta sabiduría práctica”, y evoca esa “Politeía” donde Diógenes dejó escrito su gobierno utópico, basado, en primer lugar, en el “conocimiento de sí mismo” -en aquellas condiciones mínimas de existencia- y, a fin de cuentas, un gobierno libertario.

Incluso en Crates, el primer “cínico”, en tanto que fue el primero, tras Diógenes, en enfundarse el tribón -un manto ajado- y abandonar su riqueza, descrito por García Gual como un personaje amable, equilibrado, casi un estoico, con costumbres más moderadas que las de Diógenes y que, a diferencia de éste, se ganó la simpatía de la gente, como digo, incluso en él, hay algo de ácrata cosmopolita (en el fondo se trata de autarkía del individuo).

Mi patria es mi pequeñez y mi pobreza, a las que no puede afectar ningún cambio de fortuna; mi ciudad es la de Diógenes, a quien la envidia nunca puso acechanza.»

García Gual señala la contradicción interna de estos cínicos que se declaraban enemigos de la ciudad (polis), de la civilización (to asteîon) y la ley (nómos) pero lo hacían desde dentro de la polis misma. Si se trataba, en cualquier caso, de ir contra corriente, Diógenes lo ejemplificaba chocando con todos los que encontraba por la calle: era su manera de dotar a la metáfora de un contenido real, que incluso hoy parecería de “mala educación”.

Del mismo modo, cuando había que tomar partido por un ideal que no fuera acorde con esa simplicidad del sabio de la que hablaba, el cínico prefería optar por “su” patria: así, son declarados anti-belicistas y partidarios de la ley natural -pese a su oposición, en muchos casos, a la ley religiosa- hasta el punto de admitir la antropofagia, una cierta “eutanasia” y el incesto (en general, el “amor libre”, según García Gual). Pero basta con acudir a la que es seguramente la anécdota más conocida de Diógenes el Cínico, recogida como sigue en La secta del perro:

Cuando tomaba el sol en el Craneo se plantó ante él Alejandro y le dijo: “Pídeme lo que quieras.” Y él le contestó: “No me hagas sombra”.

No es un llamamiento a la luz de la razón, como en el mito de la caverna de Platón, porque la razón, como producción de definiciones o búsqueda de “esencias”, es capaz de elaborar los silogismos más absurdos sin tener en cuenta lo que sea el hombre; ni tampoco se trata de ningún dios de la luz -Antístenes había dicho, como prueba de la ridiculez del culto religioso, cuando se le acusaba de ser hijo ilegítimo y extranjero, que incluso “la madre de los dioses es frigia”. Se trata simplemente de la luz del sol, pues el cínico “oponía al azar el valor, a la ley la naturaleza y a la pasión el razonamiento”.

Platón, al verle lavar unas lechugas, se le acercó y en voz baja le dijo: “Si adularas a Dionisio, no lavarías lechugas.” Y respondió Diógenes igualmente en voz baja: “Y si tú lavaras lechugas, no adularías a Dionisio”.

 

 

La secta del perro. Vidas de los filósofos cínicos, de Carlos García Gual y Diógenes Laercio. Alianza editorial, 2014. 176 páginas, 8’80 euros.

Autor

He publicado Desprendimientos (Amargord, 2011). Mis poemas han aparecido en La sombra del membrillo, Cuadernos del matemático, Heterogénea, Sol negro, etc. y en Ochenta & 3 (antología en prensa, coord. Hipólito García “Bolo”). He ofrecido recitales en Expoesía de Soria, La Noche en Blanco, universidades, bibliotecas y centros culturales y colaborado como músico con Mª del Mar Ocaña en Almendra (Amargord, 2010), de Luis Luna y Lourdes de Abajo -ilustraciones de Juan Carlos Mestre y pórtico de Antonio Gamoneda, y como artista visual en “Equivocación” (2012) con Irene Tourné. Con Arantxa Romero, Pablo Álvarez e Irene Tourné he fundado el grupo Fractal. Soy Licenciado en Filosofía, Máster en Pensamiento español e iberoamericano (UCM) y ultimo el Grado de Lenguas modernas.

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