La novela de Carmen Martín Gaite “El cuarto de atrás” con dramaturgia y adaptación a teatro de María Folguera, dirigida por Rakel Camacho, en la imagen la actriz Emma Suarez toma un baño ante la atenta mirada de Carmen Polo de Franco. *Las imágenes que ilustran esta reseña son las que emplea la compañía para la promoción de la obra
Carmen Martín Gaite merece todo el esfuerzo necesario para que su obra y su singularidad no se olviden, porque, si bien es una personalidad indiscutible para generaciones, hace ya 24 años que no está. Resulta curioso que una escritora reconocida sin fisuras probara suerte como dramaturga y que su acogida en ese campo fuera discreta. Ahora, sin embargo, dos de sus novelas se han llevado de manera simultánea a escena, y ambas en Madrid, en el mismo Teatro de la Abadía.
Emma Suarez interpreta a una Carmen en “El cuarto de atrás”, pero en todas sus novelas es fácil poner su cara a la protagonista.
La condición de mujer y su oficio de escritora eran indisolubles para Carmen Escribía como respiraba, y fue alabada por igual por mujeres y hombres. Su literatura ha sido un estandarte para las mujeres de varias generaciones. Se decía, para señalar lo que significaba su escritura para sus lectoras, que su novela “Nubosidad variable” era ensalzada de forma unánime, pero que solo las mujeres llegaban a su última página. Para mí, eso es un piropo, porque la autora, sin alardear nunca de nada, abrió ventanas a muchas mujeres.
En El cuarto de atrás, Carmen —así se llama la protagonista— se nos presenta a una hora indefinida de la noche. Parece no estar muy reconciliada con la vida: apartando notas y cuadernos, acaba en un cajón de sastre que contiene pastillas para el dolor, para dormir, para despertarse… lo que nos lleva a pensar que a esta mujer le duele vivir y que, además, es escritora.
La primera aparición del hombre de negro descalzo, parece una visita del más allá, pero Carmen vive entre lo cotidiano y lo onírico con naturalidad
A pesar de todo, se mueve con la exquisita educación de quien no permite que el dolor tome el control, y convierte su caos en juego. Un timbre anuncia la llegada de un periodista que dice haber quedado con ella para una entrevista a las 12:30 de la noche, una hora insólita para el mundo, pero no para la vida de Carmen.
El hombre, descalzo y vestido de negro, la llevará a hurgar en el recuerdo de ese cuarto de atrás donde, de niña, se refugiaba para jugar, y donde lo cotidiano no tenía entrada. Volverá a ser la niña de Salamanca que veía a Franco en la catedral —sede de su gobierno en ese momento— y recordará su curiosidad por Carmencita, la hija del dictador, que tenía su misma edad y el pelo ondulado, mientras ella lo tenía lacio. Junto a su visitante, comentará cómo cambia el sentido de las palabras: ahora decir que algo es “fresco” es bueno y agradable, pero en su niñez, a las chicas que salían a cenar con los “camisas negras” enviados por Mussolini para apoyar a Franco, se las llamaba “frescas” como un descalificativo.
Carmen vive en su interior donde hay un cartel de The Beatles, en el exterior una mujer canta una copla
En el momento en que recuerda la muerte de Franco y su entierro, ve en la hija del dictador a la niña que vivió en Salamanca, compartiendo el mismo tiempo y comiendo los mismos helados de limón. Este detalle, aparentemente sin importancia, sí la tiene: Carmen nunca dejó de ser la hija del notario con inquietudes intelectuales, que se encerraba a jugar en el cuarto de atrás, conservando siempre una educación en el control sobre sí misma, aprendida al verla practicada.
Emma Suárez, aunque muy diferente a Carmen, logra reproducir con acierto la manera de reaccionar de la escritora calmado y espectante. El afán de la protagonista por ordenar el caos queda marcado por María Folguera cuando aparece la supuesta esposa (Nora Hernández) del supuesto hombre descalzo de negro, narrando un drama de copla. Carmen, intrigada, le pide que hable despacio y toma su cuaderno y bolígrafo para apuntarlo.
El hombre de negro con los pies descalzos Alberto Iglesias, sujeta a Carmen (Emma Suarez) con su espalda.
El espacio escénico, diseñado por José Luis Raymond y Laura Ordás Amor, junto con la iluminación de Javier Ruiz de Alegría —seguramente pactado con la directora Rakel Camacho—, marca una diferencia crucial. Mientras la protagonista revuelve en sus recuerdos, estimulada por el hombre descalzo, el escenario define con claridad el interior perteneciente al mundo de Carmen y el exterior compartido con el resto del mundo. En este juego de espacios, Nora Hernández canta encendidas coplas, mientras en el espacio de Carmen cuelga una imagen de The Beatles.
Alberto Iglesias, pone el misterio al señor de negro, con acierto en una interpretación muy vital acorde con el personaje, aparece inicialmente enmascarado, a la manera del Zorro, y después adoptará distintas actitudes según el estado de ánimo de Carmen, ayudándola a escribir, a recordar o simplemente a vivir.
En la última escena, aparece la hija (Nora Hernández) de la protagonista: un regreso a la realidad en el que Carmen abraza un manuscrito, cerrando así el ciclo entre memoria, ficción y creación.
El hombre de negro con los pies descalzos (Alberto Iglesias), ya, mira de frente a Carmen (Emma Suarez)
Desde que me puse delante de una cámara por primera vez a los dieciséis años, he fechado los años por películas. Simultáneamente, empecé a escribir de Cine en una revista entrañable: Cine asesor. He visto kilómetros de celuloide en casi todos los idiomas y he sido muy afortunado porque he podido tratar, trabajar y entrevistar a muchos de los que me han emocionado antes como espectador. He trabajado de actor, he escrito novelas, guiones, retratado a toda cara interesante que se me ha puesto a tiro… Hay gente que nace sabiendo y yo prefiero morir aprendiendo.
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