La infancia

La infancia

El niño lo observaba con los ojos abiertos de par en par mientras el hombre lo envolvía.

Lo miraba de la misma forma que a su madre cuando le daba las buenas noches, con la cara risueña de las caricias interminables a su perro Barba, como cuando aquella chica le dijo que le gustaba un poco y accedería a quitarse la ropa si le regalaba un pastel de nata.

Ella le esperaba enfrente de la calle, sentada en el bordillo. ¿Lo has traído, le preguntó con una voz dulce? Sí, creo que es el merengue que tú querías. Se pusieron a andar cogidos de la mano. Antes de subir a la casa de ella, se pararon a escuchar a un músico callejero que tocaba la flauta. Les gustó tanto la melodía que se sentaron en el suelo para estar más cómodos. Ninguno de los dos sabía que era la música de una película, ni quién era Morricone, solo que el tiempo parecía haberse detenido. En el instante en que sonaba «Amapola» decidieron comerse el pastel allí mismo y pensaron que no sería mala idea acercarse a comprar otro. Se levantaron, echaron a correr, entraron risueños en la panadería, pidieron que les envolvieran otro pastel y regresaron al lugar de la música.

Tardaron tres años en subir a la habitación de ella.

Autor

Novelista y catedrático de Política Económica, es profesor en los prestigiosos ICADE (Universidad Pontificia de Comillas) y CUNEF (Universidad Complutense de Madrid). Licenciado y doctor en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y máster en Estudios Literarios y en Literatura Española. Ha escrito varios libros de economía y decenas de artículos, así como cinco novelas (La muerte lenta”, 1995, “Vivir es ver pasar”, 1997, “La paz de febrero”, 2006, “Entrevías mon amour”, 2009 y “Las mentiras inexactas”, 2012), sendos ensayos sobre los escritores Manuel Rico, 2012, y Haruki Murakami, 2013, y un libro de microrrelatos, los "Cuentos de los viernes", 2015. En la actualidad está escribiendo un segundo libro de microrrelatos: "Cuentos de los otros" y una nueva novela.

3 comments

  • El pasado 18 de febrero, Justo Sotelo ya publicó el cuento “Paseando con mi padre” en la Revista Tarántula, en la que el padre del protagonista le contaba la historia del perro Barba y cómo se enfrentó a una manada de lobos y quedó con una pata herida. El perro Barba posiblemente tenga un significado concreto para el autor, una añoranza o recuerdo más de la historia de su infancia.

    El amor late de fondo, Combray y la infancia en las huellas indelebles de Proust, en esas que resucito su novela “En busca del tiempo perdido” y más concretamente, la primera de las 7 obras, “Por el camino de Swann”, cuando el narrador rememora recuerdos de su infancia al comer una magdalena con una taza de té; quizá recuerde esa imagen por intertextualidad recreando del mismo modo, el beso de buenas noches de la madre yla experiencia estética y sensorial del pastel de nata o merengue en el relato de Sotelo. Así, la ficción es atravesada por la experiencia humana del tiempo y se materializa en los saltos espacio-temporales de la posmodernidad, tal y como diría Paul Ricoeur.

    Se percibe cierto paralelismo entre la idea que late en el libro “Cámara lúcida” de Roland Barthes y el cuento que hoy nos regala Justo Sotelo; así, la imagen del pastel atrae al niño que en este caso, es un observador, un espectador que lo mira con los “ojos abiertos” mientras se lo envuelven y queda fascinado por él; es similar a lo que Barthes denominaba Studium o la atracción que el espectador siente por la imagen y por otro lado, la respuesta que le provoca ante semejante fascinación del pastel reflejaría la emotividad que según Barthes provoca una respuesta en el espectador, o lo que él denominaba Punctum.

    El cine, la música con Morricone de fondo y la literatura van acompañados de símbolos y metáforas que invaden la era de la posmodernidad donde se detienen, el espacio y el tiempo. Según Durand, el régimen imaginario del relato de Sotelo tendría dos estructuras imaginarias, una el régimen diurno y otra el nocturno. En el primero aparecerían los verbos relacionados con la lucha del héroe, en este caso, el niño que desea alcanzar un pastel para conquistar a su dama ante la luz del día. Según los rostros del tiempo imaginario en el relato aparecería el deseo de comer, la libido como diría el mismo Jung; el comerse un pastel o deglutir es semejante a la ensoñación del niño recordando el beso de buenas noches de su madre que supone a su vez, un espacio de placer y semejanza con ella. El régimen diurno de la imagen da un color blanquecino al merengue mientras en el régimen nocturno, la ensoñación en el relato aparece al final cuando el narrador dice que tardaron tres años en subir a la habitación, es decir, el amor se consolida a través del tiempo e invita al descanso al cabo de unos años con la amada, en medio del misterio, el secreto y la intimidad y a expensas de la madre, mientras se escuchan los susurros de la flauta.

    Te felicito Justo por este cuento, sinceramente creo que el mejor o de los mejores que he leído en los últimos meses!. Un abrazo grande

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  • recuerdos infantiles
    en las memorias
    encriptados

    que ciertas notas
    o circunstancias
    los afloran o
    desfloran

    que perviven
    petricados
    como las rosas
    secas

    que sólo los niños
    conservan a salvo
    hasta de sí
    mismos

    Roranna-160616-9h.

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