«El flujo de la historia y el sentido de la vida», Carlos Castrodeza

«El flujo de la historia y el sentido de la vida», Carlos Castrodeza

Los lectores, seguidores y discípulos del profesor Carlos Castrodeza estamos de enhorabuena. Si a principios de 2013 Ediciones Xorki publicaba la primera obra póstuma de este reconocido filósofo de la ciencia, que tuve la suerte de coordinar y preparar (La razón de ser. Meditaciones darwinianas), contamos ahora con la publicación de un título que encierra una de las aportaciones más originales de Castrodeza al conjunto de su obra, en particular, y al contexto de la filosofía de la ciencia, en general: El flujo de la historia y el sentido de la vida. La retórica irresistible de la selección natural (Herder).

Por su parte, y de alguna manera, La razón de ser constituyó para Carlos Castrodeza un alto en el camino de su trayectoria científica. Esta obra nos presentó la faceta más humana no sólo del autor, sino también de Darwin. En este libro Castrodeza nos recuerda que el científico inglés abrió definitivamente la «particular caja de Pandora» de la filosofía de la ciencia, y por qué no, de la condición humana. Un recipiente que contiene

las desilusiones principales que acosan al hombre de hoy y que vienen a ser varias maneras de decir lo mismo, a saber, 1) los humanos no somos excepcionales en ningún sentido, 2) dependemos totalmente de nuestras raíces sociobiológicas, 3) estamos tan sujetos al imperativo biológico como cualquier otro organismo, 4) somos absolutamente un producto de nuestro pasado y 5) la ética, la religión y la cultura no son las construcciones sociales que se supone que son (La razón de ser. Meditaciones darwinianas, página 21).

De manera tan elocuente y programática, Carlos Castrodeza aseguraba así que el problema actual no sólo de la ciencia, sino también de la filosofía y del pensamiento actual, es el de descifrar nuestra auténtica razón de ser a la luz de las tesis de Darwin. La idea principal de Castrodeza es que, a fin de cuentas, «comprender» lo que somos no consiste en ofrecer teorías vacuas, a cual más inverosímil, preñadas de metafísicas estériles, sino más bien en asumir nuestra condición animal, la cual nos dicta que toda vida humana consiste en «variaciones sobre los mismos temas».

Y es que Darwin actuó de comadrona epistémica en el nacimiento de una nueva realidad donde un naturalismo secularizado dio paso, siguiendo a Michel Foucault, a la idea de que el hombre como noción ha dejado de existir después de un breve lapso vital en el siglo XIX. De modo que «se explica» no ya para comprender en primera instancia, sino para entrar en la misma dinámica de supervivencia en la que está implicado cualquier otro organismo (La razón de ser. Meditaciones darwinianas, páginas 31-32).

Por lo que toca a la nueva obra publicada por Herder (revisada por el profesor Antonio Diéguez Lucena), como ya he apuntado, Carlos Castrodeza se muestra -si cabe- más original que nunca. Se puede decir que el concepto central de El flujo de la historia y el sentido de la vida es el de «estética», que Castrodeza emplea en un sentido muy amplio. Como muy bien apunta el profesor Andrés Moya en el «Prólogo», «Castrodeza, aun siendo un fiel aliado de la ciencia, en cuanto que es una actividad racional sublime, desveladora de lo inefable, llega a la conclusión de que la ciencia no es ajena a una metafísica subyacente». Y añade: «Ninguna actividad humana es ajena al contexto ideológico de la época correspondiente».

Un «contexto ideológico» que, irremisiblemente, altera las concepciones de base que fundamentan cualquier avance científico. Tras los pasos de La darwiniazación del mundo (título también publicado en Herder, acaso el más importante de Castrodeza), el autor vuelve a poner el dedo en la llaga y explica, sin tapujos, que cualquier discurso científico se encuentra imbuido por una «estética inapelable», es decir, por una «plataforma metafísica» que actúa como sustento de la propia actividad científica.

Se piensa para algo y por algo, siempre, trivialmente de nuevo, en conexión con la propia supervivencia directa o indirecta por medio de la reproducción. Lo demás, digámoslo una vez más, es ruido metafísico. O, asimismo, ruido epidémico, ético o estético o, incluso, es incurrir en juegos de supervivencia y reproducción, dado que el hombre sería un simio antropoide que juega hasta la muerte (El flujo de la historia y el sentido de la vida, página 19).

A pesar de que a los seres humanos nos es imposible vivir sin dar un sentido a nuestra existencia, debemos caer en la cuenta de que «la ‘búsqueda de la verdad’ es una expresión eufemística de ‘búsqueda de la supervivencia'». La tesis fuerte que Carlos Castrodeza defiende en El flujo de la historia y el sentido de la vida es que cualquier posición científica o filosófica se defiende, de una u otra forma, «desde una plataforma metafísica que en realidad siempre es estética». En sus magníficas e irremplazables palabras:

Según se intentará dilucidar en este texto, la supervivencia y la reproducción se enlazan única y exclusivamente en una consideración instrumentista de la existencia. Todo lo demás, como el conocimiento (qué es la realidad) o la ética (cómo me debo comportar con respecto al «otro»), es el decorado (la estética) donde instrumentamos esa supervivencia en directo o en diferido (reproducción). Un decorado que, sin duda, resulta en parte de la herencia biológica (genes, epigenes) y en parte de otras influencias (cultura), y esos efectos globales, como su interacción, propician adaptaciones fijas o facultativas, según los casos.

Los que conocimos y trabajamos mano a mano con el profesor Castrodeza, no podemos dejar de admirar el mayúsculo contraste que existe entre la descarnada y directa prosa con la que destapa nuestra «razón de ser» (ese despiadado, aunque tan natural, darwinismo que preside el funcionamiento del mundo), y las maneras dulces y cercanas, aunque firmes y por momentos tempestuosas, tan propias del carácter del autor. Pero, como él mismo me dijo alguna vez, «ni la ciencia, ni tú, ni yo, ni la filosofía, dejarán de ser como son… a pesar de la realidad de las cosas».

Ese «a pesar de todo», ese «a pesar de cómo sean las cosas en realidad», fue lo que más me atrajo del pensamiento de Carlos Castrodeza. Un «a pesar de todo» que mantiene un siempre delirante e injusto statu quo, pero que, por otra parte, nos ayuda a comprender el mundo y a saber a qué atenernos. Como explica Castrodeza en El flujo de la historia y el sentido de la vida:

El recurso de supervivencia fundamental es el estético, es decir, decorar la propia vida de modo que su curso se facilite por una especie de autoengaño más o menos consciente. Una vez más, el arte en todas sus expresiones es el adorno de la propia existencia para hacer que ésta sea más llevadera, y de la misma manera podemos adornar el pensamiento de epitomes, ontologías y metafísicas autocomplacientes según los casos. En esencia, pues, todo es estética, pero una estética encaminada a la supervivencia y no a su propio culto. Adornar el mundo en realidad no es ni transformarlo ni comprenderlo, sino sencillamente sobrellevarlo mal que bien.

Un libro que, como asegura Andrés Moya, mantiene el tono «profundo» y «desgarrador» característico de las obras de Carlos Castrodeza, en las que se «eleva el darwinismo a categoría metafísica», y que contiene sin lugar a dudas una de las aportaciones más originales, llamativas y polémicas de los últimos años en el contexto de la filosofía de la ciencia. Un libro imprescindible para entender los últimos derroteros del pensamiento filosófico y científico, cincelado por una de las mentes más brillantes, cáusticas, certeras y admirables que ha dado la filosofía en los últimos cincuenta años. 

Autor

Licenciado en Filosofía, Máster en Estudios Avanzados en Filosofía y Máster en Psicología del Trabajo y de las Organizaciones. Editor y periodista especializado. Twitter: @Aspirar_al_uno

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