Por NACHO CABANA
NOCTURAMA de Bertrand Bonello.
¿Qué pasa cuando el efecto no tiene causa o al menos una motivación concreta, tangible, solucionable? ¿Qué ocurre cuando la solución es la causante del problema? ¿Qué pasa cuando se borra la conexión entre lo real y lo ficticio?
Cuando el terrorismo era político, los asesinos se organizaban según una macroestructura que decidía lo que se hacía y lo que no y cuándo. Cuando la mentira no era la única opción elegida (que no elegible), los escándalos y crisis golpeaban a los mentirosos de una manera u otra, antes o después.
Pero todo eso cambió. El terrorista del siglo XXI solo obedece a su propia locura, estupidez, odio o, lo que es aún peor, al angst adolescente que antes se conformaba con fumar porros o escaparse de casa y ahora pone bombas porque toda la vida no es más que un videoclip sin fin de imágenes manipuladas digitalmente. Los fragmentos de realidad que se cuelan en sus vidas y que amenazan con enfrentarles al dolor que han provocaso son inmediata e instintivamente silenciados subiendo el volumen del rap.
“Hemos hecho lo que teníamos que hacer” dice uno de los adolescentes que protagonizan Nocturama, la última (y polémica) película del siempre interesante Bonello . Lo que tenían que hacer… ¿Para qué? ¿Para ganarse el paraíso? ¿Y qué es el paraíso sino unos grandes almacenes lleno de productos de gama alta de los que poder disponer al libre albedrío sin gastar un euro y, precisamente por ello, carentes de valor alguno? ¿No palidecen las vírgenes del cielo musulmán ante un centro comercial convertido en patio de juegos? ¿Qué son los protagonistas de esta película sino maniquíes sin rostro ni cerebro?
Algo larga, Nocturama es un film laberíntico al que conviene acercarse sin saber absolutamente nada de su contenido.
LOS NADIE de Juan Sebastian Mesa.
Con un blanco y negro mejorable y unos actores no profesionales, Los nadie se deja ver más por el paisaje que por las figuras que retrata. Su mayor mérito es, precisamente, estar rodada realmente en las calles, terrazas, bares y casa de un barrio marginal de Medellín un lugar donde, a buen seguro, un rodaje no será precisamente fácil. Los núcleos familiares y relacionales que presenta Mesa en su film demuestran como una cierta clase obrera se ha marginalizado sin que eso suponga caer en la delincuencia. Ellos mismos tienen que convivir a diario con disparos (que confunden con fuegos artificiales) y toques de queda mientras proyectan con ser unos de esos malabaristas de semáforo que recorren el cono sur de América vendiendo pulseras con la tranquilidad del que no tiene más opciones en la vida.
Al menos no se dedican a poner bombas.