Por NACHO CABANA
La sombra de Sitges es alargada y llega hasta el Americana. Dos películas que podrían haber figurado en alguna de las secciones del festival de cine fantástico de referencia se están proyectando en los cinemes Girona de Barcelona hasta el domingo.
La primera de ellas es Another evil de Carson D. Mell. La ópera prima de este guionista de (entre otras) la serie Silicon Valley (2014) de John Altschuler, Mike Judge y Dave Krisnky se mueve en el siempre resbaladizo terreno de la comedia de terror, un subgénero en el que es muy fácil caer en el «spoof» o en la simple estupidez. Carson D. Mell saca con soltura su película adelante al desarrollar la historia claramente fantástica (una casa de verano habitada por fantasmas ) usando las estrategias narrativas de un argumento cómico clásico (el amigo pelma del que no hay forma de librarse). De esta forma, al mezclar (por ejemplo) Terror en Amityville (1979) de Stuart Rosenberg con Querido intruso (1991) de Lasse Hallström lo cómico brota, no a partir de la ridiculización de los tópicos terroríficos, sino de caracterizar al personaje del «ghostbuster» como un tipo solitario que quiere hacerse amigo del protagonista a cualquier precio, incluso cuando éste no lo desea.
Surge entonces la risa al identificarse el espectador con el personaje muy bien interpretado por Steve Zissis (también Mark Proksch está excelente), no porque su verdad surja del dolor que le provoca tener su retiro veraniego habitado por espíritus sino porque está en mitad de la nada con un tipo que quiere ser su amigo y que no parece estar muy en sus cabales. Y él es culpable de verse en esa situación.
Todo ello contado prácticamente por solo dos personajes en una película muy modesta de producción y que, por encontrarle un precedente, recuerda a Faults de Riley Stearns que pudimos ver hace dos años en Sitges y en el Americana.
Bastante más holgada de presupuesto (lo que no quiere decir que sea precisamente una superproducción) es Creative Control de Benjamin Dickinson. En ella, el director, actor y director teje un discurso acerca de la confusión entre la realidad y su simulacro al ubicar la tradicional historia indie neoyorquina de parejas que se ponen los cuernos en una distopía cercana (tipo Black Mirror –2011– de) donde uno de las infidelidades que se producen lo es solo en el mundo virtual.
Peca de cierta indefinición en sus intenciones y el blanco y negro de su fotografía es ciertamente mejorable pero maneja bastante bien los dispares elementos que incorpora. Podría haber inquietado más o divertido más, pero es una cinta que merece la pena ver.